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Mi hija es (una) Otaku



Óscar Sánchez Vadillo.


El otro día en mi casa pasó una cosa curiosa, y fue que mi hija de doce años llamó “inculto” a su hermano pequeño de diez porque este no conocía al dedillo, o al menos tanto como ella, las genealogías de cierto manga famoso, no recuerdo cuál exactamente. Así que saberse quién, qué hizo y cómo se llama el padre de Naruto Uzumaki es cultura, o así lo siente mi hija. Sus compañeras de clase de este curso, con las que se lleva estupendamente, no son tan Otaku, o sea, tan locas y expertas del manga, pero muchas de mis alumnas de su misma edad sí. He estado hablando con dos esta mañana en una guardia y me ha parecido que son muy conscientes de lo que hacen, tanto ellas como sus padres. Hay multitud de series manga, como billones, pero más o menos las que conocen mejor las he visto, porque son las más breves en número de capítulos (Given, Horimiya, Komi no se puede comunicar, Assassination Classroom[1], etc.), y me han recomendado otras para mi hija por ser, digamos, emocionantes hasta el llanto y de contenido humanitario (Genshin Impact, Seishun Buta Yarō y sobre todo el anime A silent boy). “Tienen control” en el sentido de que saben cuáles tratan de relaciones personales, cuáles de lucha (entre las que se cuentan las de deporte, que son insufribles para mi gusto), y cuáles son “turbias”. Las “turbias” o “perturbadoras”, en palabras de mis alumnas, lo son mucho, de eso no cabe duda. Mutilaciones, escenas de Pasión al estilo del Jesucristo de Mel Gibson con efusión de sangre o del tipo de la exégesis gay de San Sebastián alanceado, situaciones realmente morbosas y gore, tanto física como psíquicamente, y líneas argumentales bastante chungas, como Promise Neverland, donde niños y niñas son criados para servir de alimento a demonios, o El ataque de los titanes, donde un burgo medieval vive en permanente asedio por parte de unos gigantes con cara de lelos y sin una micra de cerebro pero que se comen a la gente delante de sus propios parientes con fondo de amanecer carmesí –no me será fácil borrar el primer episodio de esta de mi cabeza, y eso que ya no vi más. Pero incluso en las de relaciones personales, que son las que más gustan a mi hija, hay tela marinera. Chica que le pide a su chico que la pegue, porque si no no seguirá enamorada de él, muchos rollos gais sobrevenidos y más bien aburridos (sin embargo, hay un género específico de espectadora Otaku que disfruta especialmente con eso y que hasta ha recibido un nombre en japonés), retorcimientos psicológicos dignos del romántico alemán Heinrich von Kleist y puestas en escena de sufrimiento mental intenso en clave tenebrista (e incluso satanista, si los japonés fueran cristianos...), pero en primerísimo plano y en tecnicolor. Lo del “satanismo”, por cierto, aquí en España no es nada grave, en mi opinión. Muchas chicas llevan una especie de macho cabrío diabólico en el salvapantallas del móvil, pero no significa más que una especie de proclama de libertad e independencia personales[2]. Las once reglas del satanismo no religioso -es decir, que no se presenta como la inversión del catolicismo- son una suerte de anarquismo a lo Max Stirner que resulta a mi juicio más interesante que peligroso, siempre y cuando vivas en un país sensato donde la venta y posesión de armas estén prohibidas. No creo que a mi hija le vaya a dar por eso, de todos modos. Como digo, lo que le gusta a mi hija son los mangas de relaciones, por aquello de explorar el mundillo de las amistades y las parejas en el que está ya metida a medias, pero que se le dio peor en los cursos de Primaria. A ella le gustaría ser ciertos personajes femeninos significativos de manga, pero está claro que se debe, primero, a que son poderosas y bondadosas a la vez, y luego, a que tienen acceso a los personajes masculinos de los que parece secretamente enamorada. Hoy día a las niñas de la ESO y Bachillerato les encanta decir que son bi-, y lo serán, no lo dudo, pero en cuanto rascas un poco suelen tirar más por los chicos. Han probado con las chicas, pero sólo se cuelgan verdaderamente de los chicos... A mi hija claramente ciertos personajes masculinos le gustan, lo dice y casi/casi que les manda un beso, pero discretamente y sin estridencias. No hay mucha diferencia en esto con nuestra niñez, cuando las niñas leían el tebeo “Esther”, que trataba de eso mismo: de quién estaba por quién. Igualmente, a las guapas de sobresaliente de mis Segundos de Bachillerato les gusta esa basura televisiva de “La isla de las tentaciones”, porque trata de quién se acuesta con quién. La diferencia si acaso está en que los japoneses se diría que acaban de descubrir el flirteo, y están como ávidos de probarlo todo, al menos en la ficción. Nunca hay sexo explícito ni implícito en un manga (porque si no sería “Hentai”, que ya no es sexo sino pornografía caricaturesca), pero sí cuerpos femeninos exageradamente sexualizados. A partir de ahí, los creadores japoneses no le hacen ascos a nada: tríos, masoquismo, bondage, etc., pero suave y con amor, todo con mucho amor. Amor en el sentido más elemental de que los personajes no se quieren o se sienten atraídos entre sí exclusivamente por su cuerpo. Hay como una gran curiosidad entre ellos de conocerse a fondo, y estoy seguro de que no hay ni un sólo personaje de manga que no sea considerado “súperespecial” por los demás que le rodean. Japón debe ser un país con una enorme y devoradora hambre atrasada de sentimentalidad, después de siglos o milenios de comedimiento, obediencia y reserva personal impuestas desde arriba. Por eso contactan tan bien este tipo de mangas con los pre-adolescentes, es como si también ellos como pueblo estuvieran a la expectativa de los mismos picorcillos y emocioncillas que los púberes como edad. Los seres que pueblan los mangas se mueren de vergüenza por cualquier nadería, pero al mismo tiempo están ansiosos por romper barreras. Además, los mangas en general ensayan todo tipo de de innovaciones plásticas y narrativas en la confección y desarrollo de los dibujos animados, la mayoría cutres y sin futuro, es cierto, pero que allí están. También en esto el manga como género muestra una cierta adolescencia cultural, como quien anda estrenando libertades con encanto y regocijo. Recuerdo que un episodio de Horimiya un chaval pequeño dice que se va a echar un pis y sale de escena. Seguramente no sea más que un expediente para quitarse en ese momento el personaje de encima, pero juraría que esto no ha ocurrido jamás en la animación occidental. En Disney, Pixar o Dreamworks no orina nadie, y no hablemos ya de aguas mayores. En los mangas, como de un momento para otro el personaje más estirado, digno y bello puede convertirse en su versión enana, expresionista y con gota de sudor en el pelo, los guionistas parecen entender que la compostura es acorde o compatible con todo tipo de chapuzones en el ridículo. Yo creo que Japón ensaya en el manga como su Nouvelle Vague adolescente particular, mezclando ciencia-ficción, romanticismo, épica, goticismo, Ninjitsu, Edad Media y teléfonos móviles, y el brebaje ha arrasado como cultura del entretenimiento, y hasta del autoconocimiento, en todo el globo. Los monstruos son siempre feísimos y diseñados con pésimo gusto desde nuestro paladar victoriano, pero hay que reconocer que también han triunfado…. En resumen, me parece que la calidad es poca en el mundillo manga, y que hay mucho de sacar episodios como churros, pero sin duda el éxito es arrollador, precisamente porque smells like teen spirit… Yo no veo nada malo en ello si el usuario conoce sus límites, como mis alumnas de esta mañana. Los “turbios” dicen que no los ven, que los empiezan pero luego los abandonan. Sus padres, según me cuentan, saben siempre lo que están viendo, y digamos que hacen un poco como yo con mi hija, que es mantener la actitud tensa entre la censura y la permisividad. Les dejan entrever un poco por la puerta entreabierta el lado oscuro del Dragón, y más o menos vigilan qué es lo que los chic@s deciden acerca de si mirar más adentro o no. Mi hija, por ahora, no entra demasiado, aunque ha paladeado el terror de Promise Neverland, y por el momento no me oculta nada de lo que ve. Desde luego, sería mucho mejor que saliera con las amig@s a colaborar con un banco de alimentos o a comentar el cromatismo de los pintores venecianos en El Prado, pero todo se andará. Porque también sería peor, considerablemente peor, que le molara el planteamiento drogata-trágico de Euphoria[3]. Tampoco es consumidora de los cómics de referencia, que son carillos. Las escenas de pelea o de exhibición de poderes cósmicos no la interesan nada, a no ser que estén protagonizadas por su chico ideal de turno (chicos que no tienen nada de orientales, por cierto: los mangas no están en la Tierra para que los japoneses nos exporten su cultura, sino, al contrario, para evadirse de la suya y soñar que poseen ojos como platos, tiempo libre y el pelo rosa). Mis alumnas, igual que mi hija, ya saben bastantes palabras y algunas expresiones en japonés, y me han recomendado una aplicación de idiomas (Duolingo) que por lo visto se utiliza mucho para los mangas subtitulados, que son la mayoría. Las niñas de esta mañana, olvidaba decirlo, sacan buenas notas, y sí, habrá que reconocer que son “cultas” a su manera por la enorme cantidad de referencias que manejan en el fandom del manga, gran parte de ellas imaginarias pero otra parte acerca de hábitos y costumbres del país del Sol Naciente. Al fin y al cabo un manga no es sino un folletín a la maniera oriental posmoderna... [1] https://hyperbole.es/2020/10/del-asesinato-de-un-profesor-como-uno-de-los-bellos-mangas/[2] https://pijamasurf.com/2016/05/las-11-reglas-que-rigen-el-satanismo-son-mucho-mas-sensatas-de-lo-que-creerias/ [3] https://hyperbole.es/2019/09/euphoria-temp-1-la-autodestruccion-mola/


Fuente:

https://comunaslitoral.com.ar/nota/7439/mi-hija-es-una-otaku-


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