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Contra una educación (enteramente) random

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Óscar Sánchez Vadillo


La cultura me persigue, pero corro más que ella.


Viejo graffíti popular.

 

 

 

 

Con la educación sucede hoy como con la publicidad: no es verdad ni es mentira, tan sólo sirve a estos u otros intereses tanto del consumidor como de la empresa vendedora, lógica en crudo de la oferta y la demanda pisando prácticamente el terreno del sector servicios -al fin y al cabo, aquel sector en que se dice que hallará ocupación el 80% de la población de los países prósperos los próximos años-, que hace que esperar, creer o decir algo distinto a este respecto sea ya no otra cosa que vanidad u oportunismo de los ministros o políticos de turno. Pero al mismo tiempo, en mi opinión, no ha lugar al cinismo, pues a estas transformaciones de su praxis en la actualidad viene a añadirse una novedad de gran peso que alterará radicalmente el panorama de lo que entendíamos por “educación” desde las postrimerías del pasado siglo. En efecto: el contexto actual de la formación individual ha abandonado por desbordamiento desde la Segunda Guerra Mundial los límites de lo que la cultura decimonónica conocía con el término alemán Bildung, “formación” en sentido lato, para ser sustituido por un modelo de adaptación permanente de las competencias tecnológicas del adulto de manera tal que el trabajador medio se vea capacitado, mediante un proceso de reciclaje continuo, a amoldarse a la movilidad de las condiciones de empleo siempre renovadas en las que se inserta su actividad productiva1. Es decir, que la llamada “población activa” de pasado mañana se pasará la vida haciendo un cursillo tras otro y recibiendo clases de esta y la otra especialización particular, generalmente orientados hacia algún tipo de actividad empresarial de índole tecnológica, y dejando completamente a un lado el viejo concepto de instrucción dentro del marco del desarrollo integral de la persona que expresaba el término Bildung, y que guiaba el proyecto romántico de la institución universitaria difundido por las conquistas de Napoleón y teorizado satisfactoriamente por Wilhelm von Humboldt2.

Naturalmente, una sociedad tan competitiva como lo es la nuestra desde hace unas ya cuantas décadas pone el énfasis tanto más en la capacitación técnica para el mercado laboral como a la vez se lo quita a la iniciación de la juventud en el viaje de exploración por toda la geografía de la cultura que caracterizaba una educación de elite (hoy plenamente accesible a cualquiera, pero, no obstante, reducida a una minoría ociosa e incluso anecdótica) en una etapa anterior de nuestra historia. Existe hoy, ciertamente, una promoción de la ignorancia3 por razones meramente de prestigio y no de desigual reparto de la riqueza que, sin embargo, se trata de mitigar por parte de los gobiernos e instituciones bienintencionadas mediante ineficaces medidas encaminadas si no a romper la corteza de barbarismo interior del televidente y usuario de las redes sociales actual -a fin de a acabar con la virginidad cultural inevitable de las nuevas generaciones-, sí al menos a tratar de satisfacer el desideratum ilustrado de una educación para el bon citoyen, es decir, una formación en los valores de una buena ciudadanía responsable de sus elecciones y consciente de sus libertades en el sentido en que los ideólogos de la revolución francesa (Condorcet, por ejemplo)4 la teorizaran hace ya más de dos siglos con el fin de arrebatarle esta importante función a la garra acaparadora de la Iglesia.

La educación se encuentra, pues, en una situación de encrucijada histórica cuya naturaleza ambivalente nos impide definirla todavía en términos de “crisis”, ya que a la retirada de los ideales románticos que concebían la absorción educativa independiente como una obra de arte ejercida sobre uno mismo, se opone y propone el alza de una formación fragmentada, multidisciplinar, permanente, y eminentemente práctica, como si un nuevo Renacimiento se presentase a nuestra vista. Un Renacimiento, esta vez, funcionalmente analfabeto y supeditado a los príncipes y familias que rigen las ciencias y las finanzas, se dirá, pero debe reconocerse también que inmensamente -cuantitativa, sino cualitativamente- inteligente además de ignorante de toda clase de trabas vigentes antaño. Vivimos, en definitiva, incluso en nuestro interior, un conflicto con respecto a la misión de la educación, pues intuimos la perdida del sentido “espiritual” que le confirieran nuestros mayores a la vez que tememos la completa desaparición de su sentido unificador en pro de una especialización y atomización creciente y desenfrenada entregada exclusivamente a las filisteas manos del mundo del empleo -un padrastro realmente despiadado, a lo novela de Dickens5...

En lo que se refiere a la escuela en particular, parece que ya pasaron los tiempos del famoso álbum The Wall de Pink Floyd en que se cantaba aquello de teachers, leave the kids alone; all by all we,re just another bricks in the wall; incluso habría quien pensara en invertirlo (kids, leave the teachers alone...), pero lo cierto es que los colegios e institutos son precisamente el escenario de acogida de otro tipo de educación, esa que suministran plataformas digitales, redes sociales y cultura audiovisual en general, y que yo denominaría “educación random”. Random, “aleatorio”, es un anglicismo que se usa mucho y se oye mucho entre los adolescentes, y yo creo que es porque dice mucho más de lo que a primera vista parece. Porque aleatoria es, precisamente, la instrucción o información acerca del mundo y de las maneras de hacer mundo, por decirlo con Goodman, que ofrecen tales nuevas tecnologías, ya que no sólo carecen, sino que su constitución misma consiste en ese carecer de visión o codificación alguna de una Bildung vital posible6. No hay una experiencia común a un colectivo, una clase social o una nación que esas nuevas tecnologías construyan para el usuario, muy al contrario: despedazamiento, caos, distracción y fuegos de artificio, lo cual había sido pregonado por las vanguardias artísticas del s. XX, pero no, claro, en el sentido de un currículum básico para jóvenes estudiantes. Esa cultura random tiene que convivir con la educación reglada, y huelga decir cuál desgasta y erosiona a cuál. En los tiempos en que Hugo von Hoffmannsthal estudió en Viena, las aficiones de un adolescente como él y sus compañeros consistían en componer versos a imitación de los líricos romanos, entre otras cosas. Hoy, contando como contamos con unos medios extraordinariamente más vastos y mejores en todos los sentidos (o, quién sabe, precisamente por ello), el tiempo libre que hace sólo cuarto de siglo podía haber sido destinado a escribir un rap ahora se va en gritarse improperios unos a otros mientras se funden un videojuego7. Y luego está el diseño de tal educación reglada misma, cada vez más random también a su vez, lo cual no juega a favor de dar un sentido de orden y claridad al estudiantado. Resumiría mi impresión de la situación de las sucesivas reformas educativas con un meme que leí hace poco -curiosamente, los memes también son cultura random, pero habitualmente certera-, y que decía “¡Sorpresa! ¡Veinte años de pedagogías competenciales en Europa conducen al neofascismo!” Porque no se trata únicamente de la inestabilidad y alteraciones de la actualidad, en gran parte producidas precisamente por la enorme mutación que han traído consigo dichas nuevas tecnologías, a las que tarde o temprano habrá que encajar en nuestras vidas de un modo más racional y sensato; se trata más específicamente del futuro, como vio con gran agudeza Immanuel Kant en un escrito poco conocido, Reflexiones sobre la educación8:

 

He aquí un principio del arte de la educación que particularmente los hombres que hacen planes de enseñanza deberían tener siempre ante los ojos: no se debe educar a los niños únicamente según el estado presente de la especie humana, sino según su futuro estado posible y mejor, es decir, de acuerdo con la Idea de Humanidad y con su destino total. Este principio es de gran importancia. Ordinariamente los padres educan a sus hijos en vista solamente de adaptarles al mundo actual, por corrompido que esté. Deberían más bien darles una educación mejor, a fin de que un mejor estado pueda surgir en el porvenir. Sin embargo se presentan dos obstáculos para ello: 1) Ordinariamente, los padres no se preocupan más que de una cosa: de que sus hijos salgan adelante en el mundo, y 2) los príncipes no consideran a sus súbditos más que como instrumentos para sus designios. Los padres piensan en su casa, los príncipes piensan en su Estado. Ni unos ni otros tienen como fin último el bien universal y la perfección a la que la humanidad está destinada y para la cual posee también disposiciones. Sin embargo, la concepción de un plan de educación tendría que recibir una orientación cosmopolítica. ¿Acaso entonces el bien universal es una Idea que pueda dañar nuestro bien particular? ¡En ningún caso! Pues incluso si parece que hay que sacrificarle algunas cosas, en el fondo siempre se trabaja mejor por el bien presente si se sirve a esta Idea. ¡Y qué magníficas consecuencias la acompañan! La buena educación es precisamente la fuente de la que manan todos los bienes de este mundo. Las semillas que están en el hombre deben ser desarrolladas. Porque no se encuentran principios que lleven al mal en las disposiciones naturales humanas. La única causa del mal es que la naturaleza no está sometida a reglas. No hay en el hombre semillas más que para el bien.

1 Como analizó Richard Sennett en el ya clásico La corrosión del carácter, de 1998 (en castellano en Anagrama).

4 Como se sabe, la educación ha sido siempre un tema digno de la atención y preocupación de la filosofía. No sólo Platón y los sofistas en la antigüedad, Locke, Leibniz o Rousseau en la modernidad, o Dewey, Piaget o Chomsky en nuestro siglo, han dedicado gran parte de sus esfuerzos a aclarar los parámetros básicos en que debe establecerse una reflexión sobre la cuestión educativa, también desde todas las parcelas de interés intelectual o social personajes tan diversos como José Martí, Jan Komensky “Comenio”, María Montessori, Ferdinand de la Salle, Paolo Freire, etc., han dedicado su esfuerzo a impulsar los avances y replanteamientos en esta área, sabedores de que conforma uno de los pilares fundamentales sobre los que descansa el porvenir de una cultura (incluso movimientos político-sociales hoy insuficientemente reconocidos en este aspecto como el sindicalismo y el anarquismo español de las primeras décadas de nuestro siglo tuvieron un importantísimo papel pedagógico entre la población de nuestro país por aquel entonces; no es pues, una tarea que nadie, por unos motivos u otros, desdeñe).

5 Carlos Fernández Liria (https://ctxt.es/es/20170426/Politica/12430/Entrevista-Carlos-Fernandez-Liria-Olga-Garcia-Fernandez-Enrique-Galindo-Ferrandez-Escuela-o-barbarie.htm): En  los tiempos de la lucha contra el Plan Bolonia, escribí, junto con mis alumnos, dos libros contra ese pernicioso lema: una escuela, una universidad, “al servicio de la sociedad”. Decía Humboldt que en la enseñanza secundaria el profesor debe estar al servicio del alumno, y que en la enseñanza superior, en cambio, ambos dos, el profesor y el alumno, se deben a la verdad. Esto me parece una manera adecuada de plantear las cosas. Pero una Escuela o una Universidad al servicio de la sociedad es un lema envenenado, sobre todo si se trata de una sociedad tan mala como esta. En una sociedad en la que ni siquiera los parlamentos pueden nada contra la dictadura de las corporaciones económicas, poner la enseñanza al servicio de la sociedad es una estrategia suicida, que sólo sirve para acelerar el molino de la destrucción turbocapitalista que se avecina. Supongo que nadie aceptaría un lema que alentara poner el derecho al servicio de la sociedad. Porque no es el derecho el que debe estar al servicio de la sociedad, es la sociedad la que debe estar en “estado de derecho”. ¿No es así? Pues lo mismo pasa respecto al uso teórico de la razón. No hay que considerar verdad lo que la sociedad opina a través de sus aparatos mediáticos e ideológicos, sino que la sociedad debe aprender a distinguir la verdad de la basura ideológica. Para eso se inventó la escuela pública. La sociedad no es quién para opinar sobre la verdad o la falsedad del teorema de Pitágoras. En resumen, bajo el lema “una enseñanza al servicio de la sociedad” lo que se esconde es el proyecto de poner las instituciones estatales al servicio de las necesidades mercantiles. Es un plan muy astuto para que las empresas puedan aspirar dinero público para sus propios negocios, logrando, para empezar, que todo un ejército de becarios trabaje para ellas sin pagarles nada, cobrando con el dinero estatal, es decir, con el dinero que pagan otros trabajadores con sus impuestos. En resumen, es el plan perfecto del neoliberalismo: que el sueldo de los trabajadores lo paguen otros trabajadores. (En las películas norteamericanas, añado yo, lo tienen muy claro, y la expresión que utilizan sobre todo para acudir a la universidad es, no por casualidad, “pagarse una educación”).

6 En TikTok, de origen chino, no es, sin embargo, así en su país de origen. Allí se utiliza para dar a conocer progresos de los chavales en deporte, en matemáticas o en disciplinas variadas, con el fin de estimular la superación personal, mientras que, muy convenientemente, el uso que se le da en Occidente es justamente el contrario, en una suerte de exhibición y ulterior entrenamiento en bromazos, retos disparatados, curiosidades sin contenido emocional, deformaciones buscadas, conductas que simulan trastornos y secuencias propias de los cartoons...

7 Lo que en España denominamos lo “cani” o “estilo cani” no parece ser otra cosa que la expresión de la reconciliación de la clase trabajadora con el capitalismo de ostentación, y en este sentido se trataría de un fenómeno contrarrevolucionario, si es que aún se puede hablar en estos términos.

 
 
 

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