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Voto de pobreza, voto de belleza




Oscar Sánchez


Esteban Beltrán, director general de Amnistía Internacional en España, escribió en su estupendo Derechos torcidos que la pobreza debería estar prohibida a escala mundial. Si lo estuviera, se constituiría en delito penal grave el ocasionar dolosamente situaciones que pudieran provocar pobreza y miseria en terceros. Me parece una gran idea, en la que pienso a menudo, pero Beltrán no se refirió en ningún momento a la pobreza buscada, deseada por alguien, como fue el caso de las ordenes mendicantes de la Baja Edad Media (o como la renuncia de Ludwig Wittgenstein a la herencia de sus riquísimos padres, a sabiendas, eso sí, de que sus hermanas nunca le iban a dejar tirado). Los ideólogos actuales del Decrecimiento nos piden un poco eso mismo. Predican no el ascetismo, sino que prefiramos las personas a las cosas, es decir, que dejemos de consumir objetos y marcas a cambio de dedicar más tiempo al trato social. E incluso al trato animal, añadiría yo, en la estela de San Francisco de Asís. Y ya no es que sea buena idea, es que entre el cambio climático, las pandemias presentes y futuras, el crack global, la sobrepoblación y la extinción de las especies animales la frugalidad se va a convertir en un imperativo moral. El imperio romano cayó por ser incapaz de retornar a la austeridad de las costumbres de sus inicios republicanos. Pero es que además aflojar el acelerador productivo y expoliador tendría la ventaja añadida de permitirnos contemplar el mundo que nos rodea, antes de que éste se transforme irreversiblemente. Si el tren de Walter Benjamin aminorara la velocidad, el paisaje comenzaría a ser mejor percibido por los pasajeros. A lo mejor así hasta se bajan en la siguiente estación desconocida tan sólo para darse un paseo, en vez de sacarle una ráfaga de fotos al campo con el móvil a través de la ventanilla.


Sería como en una película de Andréi Tarkovsky, otro santo en pantalones de pana también él. Un tempo lento y profundo, un devenir la existencia belleza y misterio1. Hacer entre todos una gran campana, como en Andréi Rubliov, pero sin sufrir las penurias del pasado. Santa Marta Peirano cuenta (El enemigo conoce el sistema) que 4.921 satélites orbitan la Tierra, que cada día de este siglo XXI los seres humanos generamos 2,5 quintillones de datos, 187 millones de correos electrónicos, medio millón de tuits, 266.000 horas de visionado de Netflix, 3,7 millones de búsquedas en Google y 1,1 millones de caras que son descartadas en Tinder. Cada día. Lo hemos conseguido, hemos triunfado, el hombre ha derrotado a la banca, que es la naturaleza, y sólo corre el riesgo de ser tan estúpido ahora de seguir jugándoselo todo en vez de salir del casino cósmico con lo que ha ganado. Iván Karamazov decía eso de que si Dios no existe, entonces todo está permitido. Hoy somos menos moralistas, pero parece que pensamos que, si Dios no existe, entonces todo puede ser digitalizado. No se entiende el porqué, realmente. Vamos a parar a disfrutar de lo logrado, y tal vez a distribuirlo más equitativamente. Ser más pobres no significa vivir como en Uganda, ni siquiera como en Cuba. Significa prescindir de las tonterías, de las chorradas supinas que ya ni siquiera nos gustan ni nos hacen ilusión, como el turismo de masas o los coches para viajes intraurbanos o intra…scendentes. Y significa instalar placas solares, comer algas al pil-pil o repartir el trabajo. Es decir, eso mismo que ya están haciendo los países verdaderamente desarrollados, que no los más ricos –un rico, país o persona, es el ser más infeliz del mundo, por eso sólo acierta a mitigar su hastío ejerciendo el poder. No sé si la arruga es bella, pero desde luego la serenidad, el recogimiento, la joie de vivre y el dejar ser al ser, como decía aquel, desde luego que lo son. Han sido milenios de ruido y furia, contados por muchos idiotas, pero han tenido sentido, nos han llevado hasta aquí, sería deplorable cagarla ahora. Lo malo del Decrecimiento es la mala propaganda que le da su nombre; debería llamarse, no sé, “Altercrecimiento”, o algo así. Es hora de plegar un tanto las velas, de mirar a nuestro alrededor y de ser un poco sabios de una puñetera vez. Rilke, nombrado santo por la Santa Madre Iglesia de la Palabra Lírica Pre-Rap, escribió en El Libro de Horas



Señor, a cada uno dale su muerte,

una muerte que de cada vida brote

y en que haya amor, significado y sufrimiento.

Pues nosotros somos sólo la corteza y la hoja.

La muerte que cada uno lleva en sí

es la fruta en torno de la cual todo gira.


Señor, las grandes ciudades están perdidas y disueltas.

En la más grande se vive como quien huye de un

incendio.

No hay en ella consuelo capaz de consolar

y el tiempo demasiado corto cierra el paso.


Allí viven seres humanos, con gestos angustiados,

vidas malas y difíciles en cuartos profundos…

Allí crecen niños en sótanos con ventanas

siempre hundidas en las mismas sombras

y donde no saben que afuera los llaman las flores

a un día lleno de espacio, de júbilo y de viento.



1El lógico desequilibrado se afana por aclararlo todo y todo lo vuelve confuso, misterioso. El místico, en cambio, consiente en que algo sea misterioso para que todo lo demás resulte explicable, San G.K. Chesterton; aquí todos son santos, pero sin anillos de zafiro.

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