
Óscar Sánchez Vadillo
Atuendo de época pero gastado, recosido y zarrapastroso. El sujeto lee encogido con una petaca en la mano, que esconde rápidamente en el interior de su chaleco cuando irrumpen los visitantes...
-Pasen, pasen, señoritas, caballeros... soy el bibliotecario. Lamento lo descuidado de mi aspecto, pero comprendan que apenas nadie viene por aquí, y yo nunca salgo (lenta y sombríamente), nunca más... (servicial otra vez) Pero pasen, pasen, háganme el favor... ¡Ah, las bibliotecas! Creemos que guardan todo el conocimiento de los hombres, y ¿qué es lo que sabemos, realmente? Modestamente, yo he estudiado muchas cosas: astronomía, cosmología, criptografía, hipnosis, y hasta la misteriosa forma de las conchas marinas, y puedo decirles (redicho, remarcando las palabras) sin-a-tis-bo-de-du-da, que nada sabemos, que la vida (inquisitivo y echándole suspense), si es que hay vida... no es más que un tránsito a la muerte (igual afectación), si es que hay muerte... Y, en medio, sólo hay una cosa segura a la que aferrarse, que muy pocas personas conocen y aún menos personas disfrutan: (ampuloso) LA BELLEZA.... Pero la belleza, señores, no se muestra a plena luz del día, no, no; la belleza es recatada, pudorosa, como una doncella virgen. Una pálida belleza, en efecto, ronda la noche, los cementerios, las mismas tumbas... se insinúa en las mansiones en ruinas, en el mar desértico, en los salones vacíos, en las palabras susurradas de los enamorados a la luz de la luna, y también, muy pocas veces, rarísimas veces, en los libros, en libros como estos, tumbas a su manera, y en otros libros, intensos, depravados, venenosos, malignos, terribles, que miran más allá de las tumbas... (haciéndose el interesante) Pero acompáñenme, acompáñenme y verán, les contaré un secreto, no lo divulguen (dedo en boca), psssst....
Encabezando el paso, camina encorvado con las manos anudadas a la espalda, hasta que se detiene en el pozo, donde exclama: “¡Ja, el pozo! ¡sólo falta el péndulo!... (insinuante) ¿o no falta...?”. Saca la petaca del chaleco, pega un trago brusco y la guarda rápidamente. Sigue, en la misma postura.
Museo, en penumbra. Enciende un viejo quinqué. Nuevamente dedo en boca: pssssst...
-Aquí acumulo mis tesoros. No toquen nada. Ese espejo perteneció a mi madre: (ahuecando la voz): murió de tuberculosis, no la veré (lenta y sombríamente) nunca más ... (petaca y trago) Y esa polvera a mi mujer: murió de tuberculosis (lenta y sombríamente), no la veré nunca más... (petaca y trago). La tuberculosis... ustedes no la conocen... tos crónica, fiebre, sudores nocturnos, pérdida de peso... Ah, y aquella tabaquera es un recuerdo de mi hermano: murió de alcoholismo, antes de que la tuberculosis me lo arrebatara también, no lo veré (lenta y sombríamente) nunca más (petaca y trago)... Y bajo ese anaquel mi cofre, el cofre que encierra toda la belleza que el hombre puede robar de este mundo para ponerla en palabras y embalsamarla por toda la eternidad. (Lo abre, extrae los ejemplares y cita títulos y autores con arrobamiento, especialmente el Necronomicón, del árabe loco Abdul Alhazred, cuyo sólo nombre eriza los pelos de la nuca, hasta llegar a sí mismo) ¡Edgar Allan Poe, ese pobre desgraciado, ese vidente del Otro Mundo, ese poeta excelso, soy yo, que estoy, con esta facha, ante ustedes! ¡Yo inventé el relato de misterio, el relato policiaco, la ciencia-ficción y el relato de terror puro! (se atusa el bigotito). Sí, señoritas, caballeros, yo creé el bosque tenebroso en el que creció toda esta esta flora monstruosa (señalando en un amplio gesto los libros), monstruosa pero increíblemente bella, así como bellamente increíble. Adéntrense en él, y no volverán a ser los mismos; piérdanse en sus caminos, y olvídense del mundo; lean, y ya no sabrán ni cómo se llaman...
Petaca y trago. Se marcha a gran velocidad sin mirar atrás ni decir una palabra de despedida.
[1] Guion para una actuación que tuvo lugar en el I.E.S. San Isidro de Madrid, que efectivamente tiene un patio con un pozo y cerca una nutrida biblioteca. El título lo tomo prestado de la canción que abre el The Raven, álbum de Lou Reed de 2003.
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