
Óscar Sánchez Vadillo
Lo del niño solitario que descubre a la edad oportuna que sus cutres y despóticos padres no son los genuinos sino que él particularmente tiene un origen más elevado ya lo analizaron Freud y sus secuaces hasta la nausea. Se trata de la conocida como “novela familiar”, origen para ellos de toda la imaginería de la novela adulta. Lo mismo ocurría, si os fijáis, con Luke Skywalker, o, apurando un poco más la estrategia (pues estrategia de ascenso social es, y no clave inconsciente de ningún tipo… ¿a qué chaval no le gustaría descubrir una mañana que su verdadero padre es Cristiano Ronaldo, con la consecuencia de que adiós muy buenas a sus tristes progenitores?), aquello que llevaba por el oneroso camino de Mordor a Frodo Bolsón, sobrino inadvertido del aventurero Bilbo. Más lo peor sin duda de la celebérrima saga es el uso pueril y rutinario que se le da a la magia, tratándola como tediosa materia de escuela reglamentada, elitista y vetusta (y aquí, sobre todo eso, también piranesiana: todos los males y tenebrosidades milenarias yacen ocultos en el propio edificio de este Oxford sin destino que es Hogwarts, y digo “sin destino” ya que no coloca muy claramente a nadie en “cámaras de los lores mágicas” al terminar sus estudios, aunque, para que se vea que en el fondo es un mundo tan muermo y burocratizado como el muggle, existen nada menos que ministerios…) Un secreto que oculta la trama: los libros que custodian el legado poético, sapiencial y científico del pasado también encierran una poderosa magia en nuestro plano muggle, lo que ocurre es que, entre nosotros igual que entre esos privilegiados ellos, todos la desdeñan a favor del deporte, las relaciones de pareja y una gran variedad de penosas capas de invisibilidad…
“¡O, no! ¡Me suspenderán el examen de pociones!”: supongo que estabas demasiado distraído jugando con tu tiesa varita... El precio de la verosimilitud de Harry Potter se paga en el momento en que nos cuentan que alguien podría aprender algo tan maravilloso como cocer una poción para disminuir de tamaño, por ejemplo, y sin embargo ha sido vencido por la pereza. Para ser interesante narrativamente, la magia debe ser difícil, arriesgada y mortal, y su coste no puede ser menos que la sangre, como en la magnífica Excalibur de John Boorman o como, en mucha menor medida pero fehacientemente, en la franquicia del Dr. Extraño de Marvel. Estos críos de la saga de la lechuza y la bufanda, en cambio, se aburren tanto como los nuestros pero siendo en teoría mucho más especiales, y así hacen su aprendizaje paralelo a base de excitantes aventuras extraescolares que incluyen criaturas fantásticas y sectas siniestras en vez de litros de alcohol, videos porno y petas. O en extraños partidos de un deporte que no ejercita en absoluto el físico, volando en pos de unas pelotitas con alas que otorgan sus favores a quienes les apetece –por cierto, la que podríamos llamar mi actual jefa lleva un par de “snitchs” colgadas de sus lóbulos, para que se vea el impacto bestial que ha tenido el marketing... Luego están todas esas mascotas ridículas y serviles pirateadas de los cuentos de hadas que sólo existen para mayor lucimiento del protagonista, pobres de ellas, exactamente como en las películas de Disney ¿Qué se aprende, pues, con el emporio Harry Potter? Pues yo diría que lo habitual en estos casos, que no es más que el lema que subyace, tácita y expresamente, a todas las producciones juveniles desde los ochenta hasta la actualidad, por no decir desde el Renacimiento hasta ahora, y que reza que aunque lleves gafas (¡vaya, tanta magia y tanto grimorio en los anaqueles y no hay ningún sencillo hechizo contra la miopía!) y seas huérfano no eres un niño cualquiera, puesto que naciste nada menos que para convertir lo extraordinario en rutinario, y que sólo los muggles estudian y trabajan para vivir decentemente, así que búscate un rayo en la frente y si lo encuentras nada te estará negado sin hacer apenas esfuerzo –la propia Rowling, en cambio, es un gran ejemplo de muggle buscavidas, con todos los respetos para ella.
No niego que quizás esta comedura de coco milmillonaria a escala global haya estimulado a unos pocos a convertirse en grandes o por lo menos grandullones hombres que combaten a Voldemort, pero me temo que necesitarán de todos modos que les echen una buena manita para conseguirlo. Y en cuanto a los demás… los demás se sentirán, o nos sentiremos, cada vez más cansados de que los superpoderes de toda clase (sortilegios, mutaciones, sabrosas herencias, becas, conexión plana a Internet, permisos de paternidad, etc…) siempre terminen por tenerlos otros.
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