
Óscar Sánchez Vadillo
La única manera de llegar a ser grandes,
si es posible, es con la imitación de los griegos.
J. J. Winckelmann
Ahora que Donaldhino Trump (Delenda est Trump!) ha agarrado temporalmente los mandos de eso que Eisenhower llamaba “complejo tecnológico-militar”, tenemos que ir ya pensando en la ropa que nos vamos a poner cuando el patio global se nos vaya poniendo cada vez más calentito y el día de enseñar cacha al prójimo se adelante más cada año. Yo propongo, desde esta tribuna que me honra, que la moda retroceda activamente, vintage del vintage del vintage, a los usos indumentarios de la antigüedad, que no sólo eran asaz más elegantes, dónde va a parar, sino considerablemente más fresquitos. La toga romana no, la toga dicen que resultaba incómoda de poner e incómoda de llevar, por sobre estar confeccionada de lana, pero como su lucimiento se reservaba a las ceremonias públicas y religiosas y tan sólo para los oficiantes, el personal corriente y moliente podía disponer de otra prenda llamada palio (sí, sí, como cuando el generalísimo entraba “bajo palio”), más sencilla, prêt-à-porter y teñida de toda una alegre gama de colores –no recuerdo quién dijo que ese era el look idóneo para filósofos y cristianos, esos muertos de hambre… El oufit griego, en cambio, que es de donde procedía todo, se abría a un mundo de estilos y posibilidades que iban desde el himation, o quitón, que permitía exhibir un brazo, un hombro y media meseta pectoral con primorosa asimetría y sin prenda alguna interior, para orear las cositas blandas de uno y que no se nos infecten o enmohezcan, hasta la clámide, capa corta (más corta que la de Superman, digamos, pero no tan corta como la de Shazam) para montar a caballo que servía entre otras cosas para producir ante el auditorio la adecuada sensación de velocidad. Las romanas, portadoras del peplo -el genero cinematográfico peplum resulta que está mal nombrado-, para mantener sus pechos a salvo de indecorosos saltos usaban una pieza de tela llamada fascio pectoral, no sabemos con qué forma exactamente, pero sin duda más ligera y menos aparatosa que los aros, copas y demás corsés con que se nos suplicia hoy –Georgina estaría encantada de hacernos el marketing…
El fondo de armario grecolatino, pues, como una muy ventajosa y barata opción a futuro con que cubrir a los súbditos de Trump y de sus amigos trashumanos. Algodón, lino o lana... Nada de tejidos sintéticos, que contaminan, muy mal se nos tiene que dar la supervivencia en un paisaje de escasez como para que tales materiales nos falten. Seremos gens togata, como denominó Marcial a los ciudadanos de pleno derecho de Roma, esos que soportaban el peso del mundo sobre sus gentiles y desnudos hombros. Cierto es que unas telas que solían ser o cuadradas, o semicirculares, y cuyo tamaño iba de los tres a los seis metros no debían ser fáciles de enrollar en torno al cuerpo del polités como un canelón a la hora de faire sa toilette, pero para eso están, claro, los esclavos. Esclavos tendremos todos de sobra, Trump exigirá esa condición a los inmigrantes irregulares -que no ilegales, no hay inmigración ilegal, ojo- que aspiren a alejarse del apocalipsis. Los esclavos, ellos sí, vestirán el bárbaro diseño de trajes, cinturones, corbatas, calcetines ejecutivos y zapatos duros y cucarachosos que sufrimos hoy, sólo que en forma de desechos de segunda mano desgastados en los codos. Aquellos trajes que eran todo apreturas, modos solapados de escandir partes del cuerpo, de seccionar limpiamente el tramo que se ocupa de los negocios de aquel que los celebra en casas de mala nota. Hombres y mujeres de negro de una era próspera pero sacrificada, la era del trabajo y la producción, que ya no volverá. ¿O que vamos a dejarle los airosos ropajes, los pliegues de las faldas, al clero, a los enfermeros, a los cuadros de las pinacotecas ilustres?...
No todo en el calentamiento global ha de ser mala noticia, infausto presagio, hado funesto. La indigencia podría devolvernos, mor paradójico, a una apariencia de humanidad superior, serena, hierática y clásica, la de aquellos antepasados que, tocados con sábanas y calzando meras sandalias, sentaron cátedra y conocieron el esplendor… (también el esplendor-fashion)
Comments