25 grandes definiciones de Literatura
- filosofialacalle
- 7 jun
- 6 Min. de lectura

Óscar Sánchez Vadillo
-Quienes saben leer ven dos veces mejor, Menandro, s. IV a. C.
-La cosa más grande es, con mucho, poseer el dominio de la metáfora. Esto es lo único que no puede enseñarse; es la marca del genio, Aristóteles, s. IV a. C.
-El Corán, ese libro supremo, los hombres lo leen a veces,
¿pero cual de ellos se deleita cada día?
En el borde de todas las copas llenas de vino hay cincelada
una máxima secreta que estamos obligados a saborear.
Rubaiyatt, Omar Khayyam, s. XIII.
-Los libros son acciones humanas en la muerte, Honoré de Balzac.
-¡Que sabios seríamos si sólo conociéramos bien cinco y seis libros!, Gustave Flaubert.
-Es extraño que se lea tan poco en el mundo y se escriba tanto. La gente, en general, no siente inclinación por la lectura si puede lograr otra cosa que le divierta. Tiene que haber para la lectura un impulso externo: emulación, o vanidad, o avaricia. El progreso que el entendimiento logra por medio de un libro tiene en sí más de molestia que de placer. El lenguaje es pobre e inadecuado para expresar las delicadas gradaciones y complejidades de nuestros sentimientos. Nadie lee un libro de ciencia por pura inclinación. Los libros que leemos con placer son obras ligeras, que contienen una rápida sucesión de acontecimientos (...) Se ha dicho que hay placer en escribir, particularmente en escribir versos. Admito que puede sacarse placer de escribir, después que se ha terminado, si hemos escrito bien, pero no lo volveríamos a hacer de nuevo de buena gana. Sé que cuando he escrito versos, a cada momento miraba para ver los que había hecho y los que me faltaban todavía.
Vida de Samuel Johnson, James Boswell.
-La poesía es aquello que se pierde en la traducción de una lengua a otra, J.W. Goethe.
-De todo lo escrito yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre. Escribe tú con tu sangre: y te darás cuenta de que la sangre es espíritu.
No es cosa fácil el comprender la sangre ajena: yo odio a los ociosos que leen (...)
Quién escribe con sangre y en forma de sentencias, ése no quiere ser leído, sino aprendido de memoria.
En las montañas el camino más corto es el que va de cumbre a cumbre: mas para ello tienes que tener piernas largas. Cumbres deben ser las sentencias: y aquellos a quienes se habla, hombres altos y robustos.
Así habló Zaratustra, Friedrich Nietzsche, 1883.
-Los libros hermosos están escritos en una especie de lengua extranjera,
Contre Sainte-Beuve, Marcel Proust.
-El fin de una obra es proponer un nombre para el rumor originario del mundo, R. M. Rilke.
-Todo gran poeta, señora, nos plagia, Carta abierta a Zenobia Camprubí, José Ortega y Gasset, 1918.
-El Poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
que llega a fingir que es dolor
el dolor que de veras siente.
Y quienes leen lo que escribe
en el dolor leído sienten
no los dos que el poeta vive
más solo aquel que no tienen.
Autopsicografía, Fernando Pessoa.
-Yo quisiera que este libro te hubiera inspirado el deseo de salir de dondequiera que sea: de tu ciudad, de tu familia, de tu pensamiento,
Los Alimentos Terrenales, André Gide.
-La novela es la llave de las habitaciones prohibidas de nuestra casa. Los profetas que anuncian un mundo sin novelas para mañana o pasado mañana, ¿se imaginan lo que sería un mundo sin novelas?, Louis Aragón, 1965.
-El auténtico gran escritor no quiere escribir: quiere que el mundo sea un lugar en que pueda vivir la vida de la imaginación, Sexus, Henry Miller.
-Lea los poemas que le gusten. No lo preocupe el que sean “importantes” o perdurables. Después de todo, ¿qué importa lo que la poesía es? Si quiere una definición de poesía diga: “Poesía es lo que me hace reír o llorar o bostezar, lo que hace vibrar las uñas de mis pies, lo que me hace desear hacer esto, aquello o nada”, y conteste con eso. Lo que importa con respecto a la poesía es el placer que proporciona, por trágico que sea. Lo que importa es el movimiento eterno que está detrás de ella, la vasta corriente subterránea de dolor, locura, pretensión, exaltación o ignorancia por modesta que sea la intención del poema.
Puede despedazar un poema para ver qué lo hace técnicamente rico y al tener ante sí la estructura, las vocales, las consonantes, las rimas y ritmos, decirse a sí mismo: “Sí, es esto. Por esto me conmueve el poema. Por la artesanía”. Pero está usted de vuelta en donde empezó. Otra vez se encuentra con el misterio de haber sido conmovido por las palabras. La mejor artesanía siempre deja agujeros y grietas en la estructura del poema de manera que algo que no está en el poema pueda arrastrarse, deslizarse, relampaguear o tronar.
La alegría y la función de la poesía es, y ha sido, la alabanza del hombre, que es también la alabanza de Dios,
Final del Manifiesto Poético, Dylan Thomas.
-La metáfora esta menos en el texto filosófico ... que lo está éste en la metáfora, Jacques Derrida.
-No es posible treparse de nuevo a la vida, ese irrepetible viaje en diligencia, una vez llegada a su fin, pero si se tiene un libro en la mano, por complicado y difícil de entender que sea, cuando se termina de leer se puede, si se quiere, volver al principio, leerlo de nuevo y entender así qué es lo difícil y, al mismo tiempo, entender también la vida”,
El castillo blanco, Orham Pamuk.
-Leer es ir al encuentro de algo que está a punto de ser y aún nadie sabe qué será,
Si una noche de invierno un viajero, Italo Calvino, 1979.
-La invención literaria es alteridad, Harold Bloom.
-El arte no reproduce lo visible: lo hace visible, Paul Klee.
-Los libros cosen las piezas y los pedazos del universo para hacernos con ellos una vestimenta,
Ray Bradbury.
-Un gran poema no es un inventario de un tesoro, sino una forma de desenterrarlo (…) Escribir un poema es un acto de precisión, un ejercicio de tiro. Para llevarlo a cabo, se necesita un blanco y alguien que le dispare. La poesía es todo aquello que hay entre los ojos y la diana,
Benjamín Prado.
-Un cuadro o un libro son una isla de deseo y pensamiento, Miquel Barceló.
-Y, para terminar, un gran texto español, las páginas 228 y 229 -esta es la última- de La escala de los mapas, la primera y mejor novela de Belen Gopegui, 1993. Ojo, spoiler como una casa:
Ah, pero hay audaces que afirman que Brezo jamás existió. Yo tengo pruebas, por supuesto: su aroma impregna, definitivo, el borde de mis solapas ¿Pero por qué debo probarlo? Y, probándolo, ¿qué conseguiría? ¿Es que se ha determinado ya la diferencia entre las ideas de los sentidos y las ideas de la imaginación? Si es así tengan, por favor, la bondad de decírmelo. Explíquenme cómo saber si el entendimiento entre dos personas –dos almas- existió o fue criatura de la mente nada más. Si es así que lo nieguen todo, de acuerdo. Que nieguen incluso que yo existo ¿Existo o no existo? ¿Existo o soy una creación de esa mujer de cuello largo, esa que estaba sentada en el sillón de orejas que heredó de sus abuelos cuanto todo empezó? ¿Pero qué fue, qué fue lo que empezó?
El individuo calvo me mira de soslayo; la muchacha prerrafaelita insiste en que le muestre una foto tuya. El desenlace, Brezo, es inminente. Uno de estos días, cuando baje a desayunar, me encontraré con ella -la sombrilla roja, los tacones altos-, rodeada de maletas y bolsas de piel. Paseará los ojos por el recibidor, buscándome. Sergio Prim se ha ido, le dirán las paredes y los cristales y los árboles. Sergio desapareció, como hicieron los soviéticos, un día, como ha desaparecido la RDA; como desaparecen los cines, los sentimientos –yo la quise, se oye decir-, y hay repúblicas crueles y terribles donde a los muertos les llaman desaparecidos. Brezo, aunque la realidad me busque, no podrá dar conmigo. Para esconderse, ahora lo entiendo, conviene elegir el sitio donde nadie supondría que nos íbamos a esconder. Ser como la carta robada, cambiarnos la dirección del sobre, el color de los sellos, darnos la vuelta pero permanecer en el tarjetero, delante de todos, al frente de las cosas, ahí donde nadie supondría que nos íbamos a esconder. Y así yo, desde la primera letra, sigo aquí, no me he movido. Al fin cambié la escala y vine a quedarme en este poliedro iluminado. Doscientas veintinueve páginas rectangulares con inscripciones impresas, y entre cada palabra, y al borde de cada letra, un intervalo, un hueco. Alza la mano y verás cómo el espacio se detiene.
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