Óscar Sánchez Vadillo
Durante un tiempo pensé sinceramente, e iba por ahí pregonándolo, que el mejor libro de filosofía que había leído era Pragmatismo de William James. Incluso pensaba en él cuando un alumno, o alguien, me preguntaba por la manera más directa y clara de meterse en nuestra materia. No las tenía todas conmigo, al recomendarlo, pero la alternativa eran los tocamientos con la idea de la vida que se permitía Don José Ortega y Gasset. Pero era un error, en el sentido de que si me gustó tanto es porque en él encontraba los primeros indicios de lo que luego había aprendido con Quintín Racionero, que en gloria esté, como suele decirse, y eso, naturalmente, a los demás no les afectaba ni les afecta. No obstante, sí que es un libro que da gusto leer, porque es corto y son conferencias públicas. Sin embargo, no parece que mucha gente lo haya leído bien fuera de USA, porque a principios de siglo XX se convirtió en blanco de mofas y críticas fáciles. El malentendido, involuntario o doloso, consiste en entender que lo que James dijo fue que todo puede alcanzar la categoría de verdadero si encuentra una aplicación práctica. Bertrand Russell (en su Historia de la Filosofía, que a causa de eso regalé a una madre del cole), con su alma de lógico, dice de James que a ver cómo puede ser verdadero que César no cruzó el Rubicón por muchas aplicaciones prácticas que se le encuentre a la trola. Y el mencionado Ortega, en su prólogo a El espectador, que es donde mejor se lo pasaba, dice que medir un enunciado por su capacidad para producir utilidad es la definición misma de la mentira. Tiene razón, desde luego, sólo hay que pensar en las actuales fake news… Pero es que el pragmatismo de James no era eso (antes, se autodenominó pragmático Pierce, pero ese es demasiado listo para mí, y, luego, Dewey, del que he leído poco, pero que tiene mucha/mucha miga…), por supuesto. El pragmatismo no tenía nada que ver con la utilidad más chata, que a los filósofos siempre les resulta tan sencillo refutar recordando a Platón frente a los sofistas, ni siquiera el utilitarismo de Stuart Mill es tan burdo -el de su padre y el de Bentham creo que sí-, el pragmatismo es una filosofía del sentido. Y no podía ser de otro modo, dado que la formuló William James, un hombre bastante rico…
Como James era rico, lo que le importaba era eso que vulgarmente llamamos “el sentido de la vida”, y no la dimensión práctica, mucho más norteamericana, de acuerdo -“el primer negocio de EEUU son los negocios”, digo alguien-, pero nada jamesiana. ¿Qué es, entonces “pragmatismo”? El nombre de un libro de William James que dictó siendo ya bastante mayor donde se quiere mostrar que hay verdad allí donde alguien encuentra sentido para su proyecto vital. Si yo soy Gerald Durrell, para mi tiene sentido que los animales salvajes sean tan bonitos y admirables a la vez que deba encerrarlos en un zoo para proteger las especies. La pregunta, claro, es… ¿si yo soy Hitler para mi tiene sentido la idea de la raza superior porque así vengaré Alemania de la humillación del Tratado de Versalles? La respuesta de James, que desde luego estaba en contra de los tiranos porque conocía la Declaración de Independencia, me temo que tendría que ser que sí. Lo que ocurre son dos cosas: primera, que, como buen individualista, no admitiría fácilmente que Adolfo extendiese esa idea más allá de sí mismo, puesto que el prójimo tiene el deber también de buscar su propia verdad; y, segundo, que el propio James reconocía que a él la política se le escapaba, que él sólo pensaba en las cosas pequeñas, capilares de la existencia. También en esto se nota que James había nacido rico: su angustia se refería sobre todo a sí mismo, a su propio culo personal e intransferible que diríamos hoy. A mí me ocurre uno poco eso, con que no soy quién para juzgarlo…
En un artículo posterior a Pragmatismo dice una cosa que está muy bien, y es que su filosofía consiste en algo así como la simple pregunta “¿cómo lo sabes?”. Alguien te dice “me he enterado de que hay una fiesta en casa de Alberto Garzón”, y tú respondes “¿cómo lo sabes?” La respuesta de ese alguien -pongamos Clara Serra- es el método de verificación de su proposición. Si Clara dice “he tenido un pálpito”, no te pongas el disfraz de Lenin. Si Clara dice “he visto a Alberto comprar cantidad de vodka y caviar en el supermercado”, se puede discutir la cuestión. Es decir, que James no juzga si César cruzó o no el Rubicón, pero tampoco pregunta qué ventaja o beneficio obtienes de afirmar una cosa o la contraria. Lo que dice es “no cruzó el Rubicón… ¿cómo lo sabes?”, y luego evalúa hasta qué punto el método de verificación de la respuesta modifica la vida de aquel que lo sostiene. Por eso James también llamó al pragmatismo “Empirismo radical”. Generalmente, lo que (no) hizo César no aporta sentido a la vida de nadie, no es una creencia que te cambie la vida, ni siquiera si eres un erudito. Pero, oye, si lo fuera, lo que dice James, me parece, es que estás en tu perfecto derecho a actuar como si fuera cierto…
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