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Planeta / celestinaje

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Óscar Sánchez Vadillo


El único programa de televisión que ve la adolescencia postelevisiva española es la porquería esa de La isla de las tentaciones (o de las palpaciones, o de las chingaciones...) Hablando con mis alumn@s me he dado cuenta de que la industria del emparejamiento fornicatriz está en alza, porque no solamente en la obsoleta televisión tratan de emparejarnos a todos (llevan haciéndolo desde que se abrió el mercado a las cadenas privadas, y hoy lo intentan también del modo más bochornoso en First dates…), también las redes de contactos como el tinder-sorpresa, los locales de swingers, las saunas, los glory holes, los clubes de las pajas (no me lo invento: Pajas entre colegas se llama un local de Alcorcón), las fiestas de Chem-sex, las sacristías de las iglesias, el cruising, propuestas teóricas como la agamia, la anarquía y el poliamor, el porno que te pone en contacto con “solteros calientes de tu zona” o, internándonos más a fondo en los círculos infernales del Dante, emplazamientos clandestinos donde desconocidos se hacen cosas que sonrojarían a Larry Flint. Parece claro que corren unos tiempos en los que si no pillas frecuentemente sexo basura de usar y tirar es porque eres pobre de solemnidad o más difícil de ver que Joseph Merrick, el Hombre Elefante. Los picorcillos venden, de toda la vida, y rascárselos no digamos, pero esto es exagerado, esto es ya casi el paso previo a Idiocracia, la película de Mike Judge, donde los servicios sexuales más arrastrados son ubicuos y constituyen el “soma” perfecto de la estupidizada y embrutecida población del futuro.

Leí que las cuatro industrias que más capital generan y mueven a lo ancho y largo de globo son las armas, las drogas, la cosmética y la pornografía. Sin embargo, tan copiosa oferta para satisfacer tan acuciante demanda no parece que produzca grandes incrementos en esa encuesta que la ONU realiza cada año entre la gente para medir su presunto Índice de Felicidad Global. En la película Sentimental, española también, el personaje libertino de andar por casa de Alberto San Juan queda como un salido sin mayor personalidad que reseñar ni explorar, y en Stockholm, que es producción nuestra también aunque no lo parezca, lo que se focaliza es la estrategia rapaz e implacable del buitre sexual, que no se para en barras en lo que toca a la fragilidad de su víctima. De modo semejante, en Animales nocturnos -todas las que menciono son recientes, esta norteamericana- de lo que se trata es de mostrar que el mundo tipo Sexo en Nueva York puede ser muy doloroso para una de las dos partes cuando la otra interpreta que no hay más vínculo (ni “vínculos ni vínculas”, como el célebre podcast de Ivoox) que la frivolidad. Yo creo que no estamos del todo contentos con el “amor líquido” que denunciaba Zigmunt Bauman, y si preguntas a un adolescente de los que se pasan la tarde “hablando” con varios pretendientes a la vez, descubres que sienten una cierta nostalgia de las relaciones sencillas, honestas y leales, lejos muy lejos del laberinto sentimental de los juegos del amor contemporáneo1.

Y es que no parece haber término medio: o echas de menos relaciones como las de antes, y terminas organizando el bodorrio hortera de Martínez-Almeida que en cosa de pocos hijos terminará en el juzgado, o para ser moderno tienes que pasarte el día teorizando sobre el particular, como un consultorio de Elena Francis pero en sexy y con sujetador de chapa como los de Madonna. A todo esto, el patriarcado gana más de lo que pierde, se torna patriarcado-ble, puesto que si el macho en cuestión es discreto (es decir, si mantiene en lo delicado la boca cerrada) puede permitirse un tren de vida sexual a lo Iñigo Errejón, coartada incluida. ¿Y los sentimientos…? ¿Es que ya nadie se acuerda de los tiernos y dulces sentimientos...?2 A propósito de ello escribió Sándor Márai en algún lugar de Hungría, de cuyo nombre no sabría acordarme...


Hace falta mucho valor para dejarse amar sin reservas. Un valor que es casi heroísmo. La mayoría de la gente no puede dar ni recibir amor porque es cobarde y orgullosa, porque tiene miedo al fracaso. Le da miedo entregarse a otra persona y más aún rendirse a ella porque teme que descubra su secreto… el más triste secreto de cada ser humano: que necesita mucha ternura, que no puede vivir sin amor. Creo que ésa es la verdad. O al menos eso he creído durante mucho tiempo, aunque ya no lo afirmo tan categóricamente porque estoy envejeciendo y me siento fracasado. ¿Qué en qué he fracasado? Te lo estoy diciendo, en eso, precisamente en eso. No fui lo bastante valiente para la mujer que me amaba, no supe aceptar su cariño, me daba miedo, incluso la despreciaba un poco por ser diferente de mí, una burguesa de gustos y ritmos vitales distintos de los míos. Y además temía por mí, por mi orgullo, temía entregarme al noble y complejo chantaje con el que se me exigía el don del amor. En aquellos tiempos no sabía lo que sé hoy, que no hay nada de lo que tener miedo en la vida excepto de la cobardía, que hace que uno no sea capaz de dar sentimientos o no se atreva a aceptarlos.


Creo no sólo que exagera mucho, sino que a esa peculiar valentía a la que él alude se apunta todo el mundo, y la prueba es nuestro actual planeta/celestinaje. Todos quieren conocer a alguien especial, y, sobre todo, ser especiales para alguien que durante un cierto tiempo haga depender el termómetro de su júbilo o tristeza de ti, como, sin disimulo alguno, sollozan el 95 por ciento de las canciones y los poemas desde la noche de los tiempos hasta la mesa de mezclas. “¡Sin ti no soy nada!”, está frase del grupo Amaral está al trasfondo de todo adhesivo industrial del amor, esa substancia sintética que todo el mundo ansía aunque produzca incomparablemente más sufrimiento que alegría (algo que raramente sucede con la amistad, y por eso el mundo grecolatino la prefirió con mucho a las debilidades venéreas). De modo que, señor Márai, para esa aventura todos somos los suficientemente valientes, no sólo una vez, sino varias, lo que tal vez no seamos es lo suficientemente sensatos como para manejar este explosivo con mascarilla de seguridad y gruesos guantes… Como dice la canción de la banda vasca Belako, de significativo título Truth:



El romance es un arma.

Garantiza nuestra explotación.

De esa manera nos convertimos en nuestros propios policías.


El romance es un arma.


El romance fue todo inventado.

Es violento pero aceptamos pasar por el infierno.

Con alguien como parte del plan de un dios.


El romance fue todo inventado.


El romance es un arma.

Garantiza nuestra explotación.

De esa manera nos convertimos en nuestros propios policías.


El romance es un arma.


El amor me tiene encerrado.



1 Pintada de Bansky: I´m out of bed and dressed -what more do you want?

2 En la película Curiosa, de 2019, sucede al revés: es el sexo el que genera los deseados sentimientos.

 
 
 

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