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Los enemigos de la Filosofía



Oscar Sánchez


Sé filósofo... pero en medio de toda tu filosofía, sé hombre.

David Hume.


En El malentendido, Albert Camus pone en boca de uno de sus personajes, Marta, la famosa frase que todo el mundo cita de él: "No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio", y así es también como arranca El mito de Sísifo. Sería difícil que la Filosofía hubiese atraído en su contra tal cantidad de enemigos si ella misma no fuese, a menudo, su propia enemiga más esencial. Con pensamientos como el de Camus, que por motivos de puro morbo (y porque son fáciles de memorizar, me temo) alcanzan más celebridad que cualquier juiciosa sentencia de Kant, los filósofos estamos perdidos ya casi desde el principio. ¿Quién podría tomarse en serio una disciplina que no enseña nada, que no sirve para nada, y que sólo plantea angustias incomprensibles, dado que, claramente, poquísimas personas llegan a plantearse la posibilidad o no del suicidio (y eso, en todo caso, no por motivos filosóficos, precisamente...)? No, la Filosofía no es eso ni nunca lo ha sido, y quien así nos presente el asunto -el "asunto del pensar", que diría Heidegger- hace un flaco favor a la Filosofía misma que dice defender. En realidad, el gran tema de la filosofía ha sido desde el inicio la razón. Qué es la razón, cómo funciona la razón y cuál es el campo de aplicación de la razón. Nadie podría afirmar que esta sea una cosa baladí, o poco útil, o puramente culturalista o pedante. Si lográsemos establecer nítidamente lo que entendemos por "racionalidad", entonces nos hallaríamos en condiciones de demarcar las conductas racionales de las irracionales, y dispondríamos de un instrumento capaz de cribar, en nuestras prácticas teóricas, morales/legales o productivas, aquello que puede ser fijado en orden a proporcionar una mayor armonía en nuestra vida frente a aquello otro que la confunde, la desorienta y finalmente la hace inviable o la destruye. Pero se trata, en todo caso, de nuestra vida común, la existencia de los seres humanos en general, no la vida particular de un personaje de Camus o del propio Camus, que si se ha metido en alguna suerte de callejón sin salida personal tendrá que buscar cómo resolver sus problemas -y tal como lo plantea el autor, sólo podrán ser recursos irracionales, emotivos, voluntaristas, es decir, lo contrario de la Filosofía...

De modo que el primer palo en la rueda de la Filosofía lo ponen, como digo, muchos de los propios filósofos, que no se han enterado de qué iba la cuestión y van por ahí convirtiendo su oficio en una terapia personal o generacional suya. La Filosofía ha estado desde siempre reñida con la psicología, puesto que para terminar confiando en la buena o mala cabeza de cada uno no hacía falta, realmente, un discurso tan exigente como lo es el de la Filosofía. Para hacer ese viaje, como se dice, no hacían falta esas alforjas. Lo cual no significa que la filosofía en último término tenga razón sobre la Razón (que escribo con mayúsculas sólo por esta vez), y bien puede ocurrir que la racionalidad no sea tan satisfactoria como nos imaginamos, o que resulte más diversa y flexible de lo que creíamos, o que, en el peor de los casos, sea incapaz de producir armonía alguna, e incluso que la armonía misma resulte indeseable. Pero lo que es claro es que estas respuestas (es fama que a la Filosofía le gusta preguntar, y se insiste mucho en eso, pero lo que la caracteriza históricamente es su fertilidad para generar respuestas bien organizadas) sólo podrán darse desde el interior de la filosofía que ha conducido a ellas, no desde una psicología más o menos novelera o profesional. Así que creo que los filósofos mismos son los primeros que deben tomarse en serio su estudio, y no permitir que se desacredite admitiendo funciones trivializadoras de su propia práctica que no les llevan a ningún sitio. Y además es que socialmente se paga cierto precio por estas desviaciones. La Filosofía produce impresiones ambivalentes: por un lado, los legos en la materia la temen, como si se tratase de algo demasiado profundo para asomarse a mirar sin sentir vértigo; por otro lado, a la vez la desprecian como algo irrisorio, como si se tratase de nada más que de cultura especializada, propia de diletantes de la palabra. De esta manera, los colegas (de universidad o de instituto) del filósofo que no son filósofos también se convierten en enemigos involuntarios de la Filosofía, al proyectar sobre ella una visión que, o bien se pasa, o bien no llega, y en la que no terminan de ponerse de acuerdo consigo mismos.

Se dirá, también, que ciertos gobiernos son los enemigos máximos de la Filosofía, haciendo por arrinconarla en lo posible para que no haga oír su voz crítica. Esto, sin duda, es verdad, pero una verdad mucho menos importante de lo que parece, tal y como yo lo veo. Voces críticas en las sociedades actuales hay muchas, y desde múltiples fuentes e intereses, de manera que la Filosofía no es en esta función del todo imprescindible. Un eficaz o paranoico autócrata, con buen criterio, se preocuparía antes de cerrar una emisora de radio que una revista de Filosofía. Ese tipo de gobiernos, además, no resisten el más mínimo análisis, sus tropelías y chanchullos hieden a plena luz del día, y cualquiera que no lleve una venda en los ojos o una pinza en la nariz puede verlos y olerlos; para eso, realmente, la pasión y la hondura casi diabólicas de la filosofía de un, por ejemplo, Spinoza, no parece necesaria en absoluto. En España las cosas son, como es usual, distintas: aquí lo que pasa es que hay que hacer espacio a la religión católica, aunque parezca mentira a estas alturas de la película, y para colmo yo creo que las autoridades se imaginan la Filosofía como un nido de rojos. (Les parece, también, una peligrosa pérdida de tiempo para los jóvenes, pero si de verdad creen que van a poner a los funcionarios a enseñar algo semejante a “Filosofía empresarial” -lo cual parece una idea digna de Schumpeter- es que realmente no tienen la menor idea de lo que es un filósofo). Bastante duro es ya aceptar que la Filosofía ha quedado encerrada en una cárcel académica, cuando en tantos otros países se le dedica incluso un hueco en las televisiones generalistas. Que Rousseau o Kant escribieran para terminar convertidos en un pedacito de asignatura a aprender a disgusto en medio mes de Segundo de Bachillerato es un insulto para el legado de Occidente y para con el saber en general. Que además en nuestro país incluso esa limosna se vaya a convertir en algo cada vez más restringido dice mucho de quiénes somos y de dónde venimos. España, que ha sido nacional-católica hasta hace dos días, parece que soporta mal que una lista de autores que incluye a ilustres e incuestionables pensadores como San Agustín y Santo Tomás (u Ortega y Gasset, por ser español) tenga que hacer sitio también a Marx o Nietzsche, que son mucho más interesantes desde el punto de vista contemporáneo de esclarecer determinación del papel que debemos conceder a la razón en el seno de nuestras vidas, pero que son, eso sí, y por lo mismo, decidida e indisimuladamente ateos…

Otro enemigo de la Filosofía tenemos en las llamadas Nuevas Tecnologías. No porque, de por sí, estas formidables invenciones nazcan para sustituir modalidades anteriores de cultura como es la Filosofía, al contrario: las Nuevas Tecnologías representan un estímulo más para el pensamiento, por cuanto configuran un mundo nuevo para el futuro por racionalizar adecuadamente. Pero sí es cierto que, a día de hoy, distraen sobremanera a la población, arrebatando su público a la lectura y al debate. Esto es especialmente sensible respecto de los adolescentes, que ya de suyo son una audiencia difícil para la Filosofía (la Filosofía es cosa de adultos, ya lo decía Aristóteles), y que con esos flamantes medios en la mano mal van a interesarse por perspectivas más amplias. A la Filosofía le ocurre eso, que necesita gran angular -por eso Camus se equivoca, aplicando su pequeño microscopio tan solo a las tribulaciones particulares de gente no especialmente infeliz u oprimida-, y las Nuevas Tecnologías, por el momento, se reducen para la mayoría a un juguete social prácticamente doméstico. Además, para qué vas a estudiar al filósofo Wittgenstein, que es un raro complicado de siete suelas, si tienes al YouTube El Rubius a golpe de clic, que te simplifica enormemente la existencia –El Rubius es un tipo majo, lo reconozco, pero su angular teórico es patéticamente diminuto. De todas formas, nada de esto sería verdaderamente preocupante: ni las desviaciones filosóficas morbosas, ni la mala comprensión de la mirada externa sobre la Filosofía, ni los malos gobiernos anti-ilustrados, ni el encarcelamiento de la disciplina entre las obligaciones académicas de los más jóvenes. La Filosofía ha sobrevivido durante siglos a estragos como estos y a otros mucho más graves. Lo peor es que todos esos elementos juntos, en un medio como el que vivimos de banalización de la cultura y de enaltecimiento del entretenimiento incluso a costa de la salud del planeta, producen desidia hacia actividades elevadas y complejas como la Filosofía. Se podría parafrasear ahora a Camus, diciendo que “no hay más que un problema filosófico institucional verdaderamente serio: la desidia". Y si es verdad que hay que se debe ser persona antes que filósofo, como señalaba Hume, este estado de cosas general no ayuda nada de nada…

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