Óscar Sánchez Vadillo
En cierto momento de la película noruega más aclamada del momento, Julie dice que su vida ha consistido en saltar de cosa en cosa y no ir hasta el final de ninguna. En realidad, está hablando por boca del director, el señor Trier, que justamente eso es lo que ha estado haciendo, aunque de modo genial, ante los ojos del espectador hasta ese instante. No por casualidad, el siguiente capítulo se llama así, algo parecido a “esta vez sí que voy hacia el final y recojo hilo, no os preocupéis”. Y está bien, porque ese aire de improvisación más o menos caótica se parece bastante a la vida -o no, como era el caso de la trepidante La noche de la iguana, formidable también aquella-, siempre y cuando tu vida se desarrolle en la capital de un país rico y tranquilo (Oslo sale muy bonita en esta película, yo quiero ir) donde puedas reinventar sin agobios tu identidad mes tras mes como el camaleón de Pico Della Mirandola. No obstante, Julie, que es una de las chicas -vale, vale: mujeres...- más guapas del cosmos y que ilumina el jodido mundo cuando sonríe, sí que se agobia, porque tiene conciencia. A mí es que me erotiza la conciencia, y por eso me ha encantado Julie. Joachim Trier, en cambio, no parece ser tan listo como su estrella, y mete la pata más de una vez. Por ejemplo: hay una escena muy subrayada por el director en la que uno se teme que la historia ha dado un giro irreversible hacia una versión nórdica de Amelié, pero afortunametne no -Amelié era muy buena, pero no conviene repetir el truco. O cuando Trier se toma un poco a cachondeo el activismo medioambiental (que no es ninguna broma, y si no lean el breve pero preciso y riguroso El antropoceno, del ya fallecido Ramón Fernández Durán, en editorial Virus). O la manera en que introduce, de forma confusa y como esparciendo las piezas de un rompecabezas, el feminismo en su trama, pero que no puedo desvelar aquí. Pero no importa, porque en el capítulo denominado “Cuernos” desgrana 15 minutos del mejor cine que yo haya visto en muchos, muchos años. El resto de la cinta, por cierto, ya digo que tiene muchos fallos, pero son fallos audaces, arriesgados...
En el cine, hoy, hay que ser valiente, o no mejor no hagas nada. Si hay que cagarla, que sea desde muy alto, para que suene al tocar el suelo. Eso fue, más o menos, lo que hacía William Faulkner en literatura, y lo que vino a decir Scorsese cuando le preguntaron por el cine de superhéroes. En La peor persona del mundo Trier ha tratado de tocar todos los temas, así como Julie (que se da un aire a Cristina Llanos de joven, y yo amo a Cristina entonces y ahora) trata de vivir todas las vidas, y claro, a ambos les sale regular, pero les sale. En otra secuencia, dos personajes inauguran un espacio común de amor y mutua comprensión, y Trier consigue que no accedamos a él, que sea sólo para ellos, con lo mucho que parlotean el resto de los personajes después. La película está repleta de detalles así que la hacen deliciosa e inolvidable. Scorsese tenía toda la razón: si no vas a jugártela de verdad y a fondo, fíalo todo a “la peste de los efectos especiales”, como decía Joseph Mankievicz, y échate a dormir. Julie, que, lo siento, es una preciosidad y tiene unas piernas capaces de demostrar por sí solas la existencia de Dios, tiene conciencia, es autocrítica, su inteligencia no es la estúpida esclava de sus pasiones, y quien no se haya sentido alguna vez, como ella, “la peor persona del mundo”, que coja su dinero y se vaya a ver una de superhéroes...
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