Por Roberto Augusto, escritor, doctor en Filosofía, y fundador de Editorial Letra Minúscula.
Muchos piensan que la filosofía es un conjunto de teorías extravagantes que se suceden las unas a las otras sin llegar a ninguna conclusión. La filosofía es lo que piensa Platón, Santo Tomás o Hegel y el conocimiento de este saber consiste en aprender lo que dicen estos pensadores.
No obstante, pienso que la enseñanza de la filosofía debería hacerse partiendo no de autores, sino de preguntas básicas y luego se debería estudiar lo que dicen los filósofos sobre ello, para, finalmente, ser nosotros capaces de encontrar nuestras propias respuestas ayudándonos con lo que otros han dicho.
La verdadera filosofía consiste en la comprensión de la realidad. No es un saber muerto o una sucesión de sistemas más o menos extravagantes. Es reflexión sobre la vida, sobre las preguntas básicas que la mayoría de los seres humanos se plantean. No es historia de las ideas, sino la actividad misma del pensar que reflexiona sobre aspectos centrales que afectan al ser humano.
Por eso todos los que hablan de la muerte de la filosofía se equivocan. Ésta no morirá nunca mientras exista un sola persona que se atreva a preguntarse qué es la libertad, la justicia o la dignidad humana. Se pueden cerrar todas las facultades de filosofía del mundo, dejar de enseñarla, quemar los libros que hablan sobre ella y, aun así, continuará existiendo porque forma parte de nosotros, lo mismo que el deseo de ser libres.
Filosofar es reflexionar sobre las preguntas fundamentales que la humanidad se plantea desde la noche de los tiempos. Muchas veces las especulaciones filosóficas nos ayudan a abrir nuevos caminos en el pensamiento que después son recorridos por la ciencia. Los científicos y los filósofos no son enemigos, sino aliados en la búsqueda del conocimiento.
Lo que me parece evidente es que el avance de la ciencia ha reducido el ámbito de actuación de la filosofía, pero eso no es malo, sino un síntoma de progreso. No obstante, a pesar del avance científico, siempre existirá un ámbito propio de la filosofía en el campo de la ética, de la política y en la reflexión sobre las cuestiones últimas.
Otra de las funciones básicas de un filósofo es de carácter negativo. Consiste en combatir los errores del pensamiento, las falsedades que muchos dan por supuestas. La filosofía saca a la luz lo que está oculto y muestra la verdadera naturaleza de las ideas. Es un instrumento para luchar contra la mentira.
No es posible la filosofía sin libertad. Sin la capacidad plena de cuestionarnos todo, también la naturaleza y utilidad del pensamiento filosófico. Filosofar es el acto mismo de reflexionar sobre la realidad siendo totalmente libres.
Derribemos todas las autoridades. No dejemos que nos impresionen los grandes nombres que llenan la historia del pensamiento. No debemos aceptar lo que alguien dice por el simple hecho de que es supuestamente prestigioso. El prestigio es solo el reconocimiento como autoridad y eso es un obstáculo para la comprensión del mundo. Tengamos el valor de pensar siempre por nosotros mismos.
Nunca he creído que los filósofos deban encerrarse en la torre de marfil del conocimiento, en el elitismo de la razón, dedicándose a publicar libros que casi nadie leer y a tratar temas que a pocos importan. El filósofo debe estar comprometido con mejorar el mundo que le rodea. Tiene la obligación intelectual y el deber moral de afrontar las grandes cuestiones de su tiempo y los problemas fundamentales de la existencia humana.
Se vive muy cómodamente en el mundo de las ideas, pero es la realidad cotidiana de la mayoría de las personas lo que debe preocuparnos y ocuparnos. La torre de marfil del conocimiento es en realidad una cárcel de oro, una prisión donde muchos se dedican a cultivar su vanidad dedicados a especulaciones metafísicas que parecen muy profundas, pero que en el fondo son irrelevantes. El verdadero conocimiento hace que nos cuestionemos todo lo que damos por supuesto. Esa es la esencia de la filosofía.