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ESPAÑA, CATALUÑA Y LA PARADOJA DEL MENTIROSO DE EUBÚLIDES

Francisco José García Carbonell.



“Decir de lo que es o de lo que no es, es falso mientras que decir que decir de lo que es que es y de lo que no es que no es, es verdadero” (Aristóteles)

Hay un algo convulso que no puede pasar desapercibido en todos nosotros. Un algo convulso que trastoca todo nuestro ser. Que extiende sobre nosotros una máscara que nos inutiliza, que nos va apagando, que nos va marchitando, que nos va destruyendo. Una historia que nos lleva hasta la palabra. La palabra tiene su historia. No se llega directamente a la palabra, no puede empezarse con ella. Sólo el que puede ver a través de la historia de la palabra puede desarrollar el más coherente y consistente sistema para entender qué es la palabra hoy en día.

Juan José Acero en su famosa obra Introducción al lenguaje hace la siguiente pregunta: Semántica o pragmática: ¿qué es primero? Para contestar dicha cuestión el investigador nos sitúa en otra famosa obra, Introduction to Semantics, de R. Carnarp, en esta aquel nos dice que sí a la hora de investigar una lengua hacemos hincapié a las personas que hacen uso de esa lengua, a las relaciones que esos “usuario” marcan a través del uso, ese estudio “pertenece al dominio del análisis pragmático de dicha lengua”. En cambio a la hora de hacer abstracción de tales relaciones “circunscribiéndolas al estudio de los nexos que mantienen entre sí los signos del lenguaje, el estudio es de naturaleza sintáctica”. En definitiva, nos termina diciendo Juan José Acero, sobre esto:

“Al margen de las propuestas meramente terminológicas, lo que importa subrayar es que las sucesivas abstracción de parámetros, tan esquemáticamente descrita, sugiere con gran fuerza el principio de que la construcción de una teoría semántica para una lengua natural es lógicamente posterior a la elaboración de una teoría sintáctica para idénticos sistemas de signos; y que la construcción de una teoría pragmática de una lengua es, a su vez, lógicamente posterior a la construcción de una teoría semántica para dicho sistema de signos”.

Entonces, y ateniéndonos a estos estudios, a la hora de abordar los principales conceptos, resultados y problemas actuales, hay que intentar dar una visión semántica que nos haga situarnos entre el signo y la realidad dentro del contexto de la época.

Por otro lado Hegel, en su introducción a La historia de la filosofía, y en referencia a la evolución de la misma, reflexiona sobre este progreso y nos dice que

“ninguna filosofía podía haber saltado sobre su propio tiempo, sino que todas las filosofías han comprendido conceptualmente el espíritu de su época”. Las filosofías, prosigue, “han hecho conscientes todo lo que existía en su época sobre religión, sobre el Estado, etc. Por eso es una representación falsa que una filosofía anterior se repita”

La palabra surge y se integra a través del objeto de la integración, la palabra no acepta sino que es aceptada, la palabra no forma sino que es formada. La palabra es acogida cuando la palabra se trasvasa al objeto. Entonces es cuando podemos percibir lo que hay de común en lo otro y en lo diferente. En el principio no fue solo la palabra sino también la Verdad.

El filosofo francés Badiou, habla sobre dos formas de lucha materialistas: democrático y dialéctico. La dialéctica materialista, explica, añade la dimensión platónica de las Verdades eternas. Badiou dice al respecto:

“el materialismo democrático habla no hay nada excepto cuerpos y lenguajes. A lo que la dialéctica materialista añade “… con excepción de las verdades. El orden inmaterial de la Verdad. ¿Cómo puede un animal humano renunciar a su animalidad y poner su vida al servicio de una Verdad trascendente?, ¿cómo es posible un acto libre? La Razón humana no puede ser reducida al resultado de la adaptación evolutiva; el arte no es solo un procedimiento diseñado para producir placer, sino un médium de la Verdad.”

Pocas cosas son, hoy en día, tan importantes como el contexto histórico, objeto de la palabra, para que se pueda reinterpretar, explicar, criticar y entregar a los otros un espacio ético desde donde se puedan reguarnecer las banderas hostiles. La Verdad es trabajosa, esta no se distrae en el placer sino que busca más allá de la tranquilidad. Dirá Miguel de Unamuno: “Antes la Verdad que la paz”

En el contexto político en el que nos desenvolvemos en nuestro país, por poner un ejemplo, surgen dos formas de la misma palabra Nación: Nación como Estado y Nación sin Estado. En el primer caso nos encontramos con un conjunto de personas con un mismo destino común (pueden que tengan un mismo idioma, compartan vínculos históricos, culturales, religiosos, etc.), lo que si es preciso para que haya una Nación con Estado es la conciencia común, tanto política, jurídica, social y cultural, de pertenecer a una nación. Aquí la palabra Nación con Estado no se hace depositaria aplicando las palabras del sociólogo Roberto Augusto, de “una nación es lo que los nacionalistas creen que es nación”, puesto que estaríamos en la misma situación del arte, señalada más arriba, privatizando la nación, disolviéndola como un médium de la Verdad, convirtiéndola en un procedimiento para producir placer. La palabra Nación sin estado nos avoca a algo que está vivo y muerto, a un estado líquido, parafraseando las palabras de Bauman, y expuesto a una posible reencarnación en un Estado o, bien, a transitar toda su vida como un muerto no vivo expuesto, a su vez, a ser desmembrado.

Un territorio que aspire a ser una Nación con Estado sólo lo podrá conseguir transformando el objeto de la palabra Nación. Para ello deberá crear una conciencia

común tanto política como jurídica, social y cultural. Sólo cambiando la materialidad de las palabras se puede llegar a crear una conciencia de destino común. Una conciencia que incluso traspasen las necesidades practicas y haga sentar la cabeza. Pero esta situación es imposible en Cataluña, porque los nacionalistas sólo creen en la palabra.

Reza la estrofa de un poema de Jorge Guillen:


“Alguna vez me angustia una certeza,

y ante mí se estremece mi futuro.

Acechándole está de pronto un muro

del arrabal final en que tropieza.


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