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"El camino es siempre mejor que la posada"


“EL CAMINO ES SIEMPRE MEJOR QUE LA POSADA” CUESTIONES DEL LENGUAJE EN LA ERA DE INTERNET. “El hombre masa (…) sintiéndose vulgar, proclama el derecho a la vulgaridad y se niega a reconocer instancias superiores a él (…) La masa ya no va detrás, ahora se coloca a la cabeza, viéndose a sí misma más merecedora, con una vida que es más vida que todas las antiguas (…) El hombre masa es especialista de todo, se siente en posesión de la verdad (la suya) y trata de imponerla” Ortega y Gasset (La rebelión de las masas)” Hoy esta masa se manifiesta, sobre todo, en las redes sociales y ciberespacios personales. Un mundo, este, que se mueve en un falso vacío, igual que un campo físico sin partículas presentes (sin un mínimo de energía) en donde como diría George Berkeley “ser es ser percibido”. Un mundo virtual de “consumidores articulados y deseosos”, que adopta la forma de una obsesión por aparentar ser un perfil que nada tiene que ver con la realidad. Aunque “el sistema lingüístico está fuera del sujeto humano”, como bien expreso Émile Benveniste al querer manifestar sus dudas acerca de la arbitrariedad de las relaciones en el signo saussureano (Curso de lingüística general) y, prosigue el mismo, “aunque el usuario del lenguaje está totalmente separado del sistema de signos. Lo que ese sistema le permite expresar está lejos de lo que la persona siente en realidad”, cuando se emplean signos lingüísticos, “la relación entre significado y significante es tan sólida (necesaria, casi como una segunda naturaleza) que al usuario del lenguaje le parece estar muy cerca de éste”. Siempre hay, como situó Lacan, una estrecha relación entre los sistemas de signos y la subjetividad. Pero esto no significa, como expresó el mismo, “que el sujeto esté atrapado en un juego interminable que convierte todo intento de decir o hacer algo significativo en una farsa total” sino: “Hay ciertos significantes claves que sellan cierto tipo de significado para los que participan en el uso de los signos (…) Points de capiton (botones de tapicería)” (Lacan) El genial pensador francés se estaba refiriendo, en definitiva, a que el significado ha sido construido desde afuera a través de, como lo llamó él, “un impulso retroactivo”. Lo que Pierre Bourdieu, sin duda el sociólogo contemporáneo más importante, distinguía cuando hablaba sobre el acto y el hecho. Y como el acto, a través de ese “impulso retroactivo”, reconstruía al hecho. Pero ¿cómo se articula este lenguaje, en el discurso vulgar de la masa, en nuestra era de internet? Todos nosotros somos la sombra de una gran sombra, como escribió el gran Shaskepeare. Todos nosotros, añado yo, somos la palabra siempre errante en este valle de lágrimas. Fijémonos en lo contradictorio al emplear la palabra “libertad”. Aunque la persona siente lo que es la libertad, esta dará un impulso retroactivo a la palabra dependiendo del contexto ideológico en que se sitúe. Esta palabra es “historiada” de manera diferente por un político neoliberal, de esos que sale en los papeles de Panamá y veranea en Marbella, que quiera fomenta el individualismo (p.ej. a través de las privatizaciones) de aquel alcalde de un pequeño municipio y con ideas muy progresistas que cuando suelta el bastón de mando, al mediodía, se marcha a varear olivos. Aunque siempre existirá el intento de defender, como hace Badiou, esa dialéctica, que dice hegeliana, de la verdad, y que parte de “Nada puede surgir de la nada” del Parménides recogido por Platón, frente a “la dialéctica democratica” que nos hace caer en el atasco del discurso sofista. Por ironía de la vida, como explica Zizek en su mastodóntico libro sobre Hegel (Menos que nada): “ Hegel es el último filosofo, que en cierto modo es también el sofista definitivo, al aceptar el juego autorreferencial de lo simbólico sin ningún apoyo externo para su verdad. Para Hegel hay verdad, pero es inmanente al proceso simbólico: la verdad se mide no por una medida externa, sino por la contradicción pragmática”. A partir de aquí, entonces, sólo queda en esto el grito desgarrado de un existencialista antihegeliano como Unamuno que grita en el desierto de la sinrazón: “Antes la Verdad que la paz” Volviendo, de nuevo, al vulgo, ese que “proclama el derecho a la vulgaridad”, vulgaridad que se manifiesta ahora, como he dicho, en las redes sociales y ciberespacios. Decir que este impulso retroactivo del lenguaje, adaptando las ideas de Marcuse, uno de los grandes exponentes de la Escuela de Fráncfort, y sacadas de su libro “El hombre unidimensional”, a este contexto, se da: vulgarizando, a través de los medios, los valores del sistema dominante y ahogando el pensamiento crítico, “creando un escenario cultural unidimensional que propicia un pensamiento único y condiciona la conducta del individuo en la sociedad, bajo la apariencia de una conciencia feliz” . Esto se puede observar, como declaraba irritado el filósofo Günther Anders, en el culto al cuerpo que se práctica de manera obsesiva y que se ha convertido en “uno de los grandes obstáculos para la transformación social del planeta”, o bien, añado yo, entre otros muchas formas, en los perfiles vacios de una red virtual de internet, como puede ser Facebook, donde “ser es ser percibido”. Donde lo vulgar toma su revancha y se proclama como el modelo desde el que mirar el futuro y el pasado. Donde nada hay más, trasladando las palabras de Jean Baudrillard, que la manipulación de bienes o mensajes de personas apáticas, conformistas. Personas que no se marcan metas. Que han perdido el norte, pesé a los grandes avances. Porque sólo quieren las contestaciones difíciles que ofrecen esos grandes avances sin antes implicarse con esa pregunta fácil, y vital, que nos indica quiénes somos y a dónde queremos ir, que nos sitúa en la complejidad del mundo. Como dijo en su día el gran Don Miguel de Cervantes: “el camino es siempre mejor que la posada”. Francisco José García Carbonell

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