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De abajo a arriba

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Óscar Sánchez Vadillo


La modernidad filosófica contó con grandes genios, pero que desviaron el problema hacia lo que podíamos tener más o menos controlado, renunciando a las preguntas más arduas acerca del qué, el cómo, el cuándo y el dónde del ser. Tomás, en cambio, había encarado todo eso, aunque su búsqueda fuera poca búsqueda y más bien legitimación, puesto que poseía la respuesta de antemano: causa sui. La modernidad, en cambio, se rinde, por así decirlo, en gran medida, y eso es lo que son las antinomias de la Crítica de la razón pura. Receloso de poner el fundamento en un Bien trascendente, como Tomás, Kant quiso hallarlo en un formalismo inmanente. Pero, en mi opinión, las preguntas más arduas siguen ahí, y el Occidente de hoy es en parte consecuencia de haberlas despachado con un “este camino te lo prohíbo”, como la diosa de Parménides. Kant es el Parménides del nuevo tiempo de la modernidad, pero al revés: ahora lo prohibido es el camino del ser.


Desde entonces, el pensar y el ser ya nunca serán lo mismo, lo cual está en el origen de la diferencia ontológica de Heidegger, pero no en su final, así como está también en el origen del Abgrund, pero no es tampoco su punto y final. Porque el Bien de Parménides puede ser recuperado, y con ganancia, siempre que, hoy, no sea alienado del ámbito humano enterrándolo en el Cielo, en expresión de Rilke. “Bien” y “mal” son claramente juicios humanos, no trascendentales del ser, lo cual presupondría a Dios -no el de Spinoza. “Bien” y “mal” son estimaciones de la praxis, qué si no. Aquellos que optan por el bien son aquellos que desean el mejoramiento del mundo, al tiempo que ese deseo les eleva a ellos mismos. Los nihilistas, por el contrario, optan por el mal porque son aquellos que subrayan las muchas trabas que se interponen a ese mejoramiento, al tiempo que sufren una lucidez que les oprime, pero que no pueden evitar. No se trata, pues, de establecer cuál de ambas opciones tiene o no razón, no hay razón a priori acerca de tal dilema. Se trata, únicamente, de que me digas lo que juntos nos disponemos a hacer, y cuántos somos para ponernos manos a la obra… (En reconocimiento a Kant es obligado decir que él también lo vio).


El fundamento preguntaba por la condición previa, cosa del pasado, lo que yo defiendo aquí es que el fundamento o es querido y proyectado, es decir, cosa del futuro, o no será nada en absoluto -o “la nada en absoluto”. Y lo cierto es que hasta es mucho mejor para nosotros que sea así. Después de todo, un fundamento a priori nos vendría impuesto y forzado, de arriba a abajo, en tanto que un fundamento construido depende de nuestra decisión y colaboración, de abajo a arriba, precisamente como la práctica de la democracia en Atenas…

 
 
 

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