Dos libros del pensador Byung-Chul Han, ahora en castellano, se centran en la tendencia cultural imperante que rehuye el sufrimiento y la muerte, para transformarlos en entretenimiento.
Como señala Philippe Ariès en su clásico Morir en Occidente, no solamente vivimos una época que coloca a la muerte en el lugar donde antes estaba su principal interdicción, el sexo. También vivimos un tiempo que niega la negatividad y que, de esa doble negación, engendra un positivo a su vez negado: la muerte en el pensar. Así lo ha entendido Byung-Chul Han (1959), un filósofo nacido en Seúl (aunque residente en Alemania, donde desarrolló su carrera intelectual) que en los últimos años ocupó cierta posición de notoriedad a partir de un conjunto de obras breves, aforísticas y de gran alcance público cuyo epicentro son las formas de vida que alojan nuestros modos técnicos de existir.
Pero el estudio de las formas de vida es inescindible de la consideración de las formas de muerte, y La sociedad del cansancio (2010), La agonía del Eros (2012), La sociedad de la transparencia (2012) o Psicopolítica (2014), algunas de sus obras más vendidas, son también las instancias donde Han, de pluma humanista y romántica, se posicionó como un pensador cuyo eje es aquello que los individuos pierden cuando se entregan de modo total a la positividad. Escrito en 2015 y publicado ahora en español por Herder, Caras de la muerte quizás sea el intento más firme de Han de entrar de lleno en el problema de la negatividad para un campo, el filosófico, que lo sigue rehuyendo por sus temas masivos.
El intento es pertinente: la dialéctica entre la muerte y la vida sigue siendo algo irresuelto, la pandemia instauró masivamente el miedo de morir y, como decía Ariès, la materialidad de la muerte todavía se soslaya. Los sociólogos poco se ocupan de ella. No es el caso de la filosofía: desde Martin Heidegger o Jacques Derrida, pasando por Vladimir Jankelevitch, la muerte es un tema clásico. En un recorrido que retoma a estos autores, pero también a Theodor Adorno, Emmanuel Levinas o Franz Kafka, Han, en siete ensayos, gira en torno de las siguientes preguntas: ¿Cómo interpretar una existencia? ¿Cómo no hacerlo solamente de modo retrospectivo?
Dos aspectos se funden en las respuestas que se desgranan a lo largo de Caras de la muerte. El primero tiene que ver con los modos actuales de procesar el hecho traumático. Para Han, la muerte ha desaparecido o se transforma en entretenimiento; “provoca una risa histérica que es la represión que el contexto cultural ofrece”. Se elude su carácter irreemplazable mientras apenas tanteamos modos tolerables de morir: es importante que la muerte sea aceptada por los sobrevivientes y que sus muestras de dolor sean lo bastante celebradas. Y además, como observaba Jankelevitch, olvidamos las imperfecciones del difunto o las convertimos en cualidades mediante una idealización retrospectiva haciendo la operación simétrica de la del embellecimiento del cadáver. Simplificamos al vivo en sus rasgos, que ennoblecemos por ausencia y liberamos de las mezquindades de la real presencia. Proyectamos sobre la biografía un nuevo haz de luz y la forma del conjunto aparece solo en el último momento. La muerte sella la vida.
Sobre este punto gira el segundo y principal eje de Caras de la muerte. En tanto que núcleo de lo negativo, la muerte es un proceso vivo y en torno a ella proliferan fenómenos. Nos exige una ética de vida. ¿Por qué? Porque si modelamos la existencia de acuerdo con lo que creemos que será nuestro juicio póstumo, llegaremos a la rigidez cadavérica de quien esquiva cuidadosamente el acontecimiento. En cambio la “vida viva” hace fracasar cualquier acabamiento prefijado; su mensaje es imprevisible hasta la muerte, que es el instante que revela su destino (el nombre). Partiendo de Heidegger y su noción de acontecimiento, Han plantea que la “vida viva” no es acuerdo ni positividad: “De la experiencia forma parte verse sorprendido, resultar conmocionado y ser emocionado. La experiencia duele: es el dolor en el que se devela la alteridad esencial del ente frente a lo habitual”. Y si solo el dolor y la experiencia sostienen la vida en estado de “a punto de producirse”, ¿cómo podría asimilarlos el individuo contemporáneo, que elude cualquier trato con lo negativo?
Esta pregunta sustancial puede ser pensada a partir de Byung-Chul Han y lo político (Prometeo, 2021), donde el ensayista Nicolás Mavrakis reposiciona el pensamiento del filósofo en relación con otros diagnósticos de época. A partir de un método impresionista, Mavrakis presenta un concentrado de ideas que presiona sobre esas cuerdas de época en las cuales las formas de vivir (positivamente) se transforman en formas de morir (en vida). Es paradójico: si el conflicto o el polemos bien entendido es también el ingrediente de la transformación que supone la vida, la proliferación de conflictos escenificados que termina con la eliminación de aquello que no me gusta parecer ser la forma más determinante de morir.
Y en este sentido es fundamental el modo en que este ensayo aborda el problema de la técnica y lo que supone en términos del encuentro con el otro. Las redes sociales, Internet, el poder, la psicopolítica, la violencia y la sexualidad son algunos de los espacios que se recorren a partir de Han pero con un buen cúmulo de hipótesis propias que indagan en las consecuencias políticas y afectivas del tardocapitalismo. El tema, una vez más, es que la época no resuelve el dolor, la insatisfacción ni todas sus líneas de fuga. Eso sí: de modo inédito, en comparación con otros tiempos, nos ofrece sucedáneos basados en simulaciones del afecto (el ranking de corazones de las redes) y de la ira (la indignación), que culminan todas, a su vez, en simulaciones de la política y del amor.
Respecto de la política, el giro que ofrecen las formas técnicas es nodal. Si la positividad se convierte en el único medioambiente posible; si la gente se entrega a “la acumulación compulsiva de créditos virtuales absurdos” des-anclándose de las posiciones de izquierda y derecha (sustituidas por representaciones de “ser de izquierda” y “ser de derecha”), el resultado político (también absurdo) es el triunfo real de la derecha. Porque, ¿qué cambia cuando nos sumamos a una ola de linchamientos que no son sino el intento de un crimen virtual? “No ocurre absolutamente nada, por lo que las causas concretas detrás de esos malestares y los intereses sobre los cuales estos se articulan prevalecen protegidos por una nueva pátina de activismo imaginario, que colabora a sublimar el ánimo real de protesta para que las raíces del conflicto real se mantengan intocables”. Parafraseando a Michel Foucault, decirle “sí” a la indignación no significa decirle “no” al poder.
Respecto del amor, ¿puede aquello que es de carácter irracional (los afectos) someterse a un cálculo racional?, se pregunta Mavrakis. La experiencia no se vende, ni la del pasado ni la del partido político, pero tampoco la ficción del amor y la ficción del Eros, muy bien “vendida” en términos de imágenes aunque hace agua en términos de una metafísica del encuentro. “De lo que se trata es del proceso de eliminación que la tecnología hace de la tensión dialéctica del tiempo (...) que permite una conciencia de la diferencia y, de esta manera, la posibilidad de un entendimiento y de una experiencia”. Entonces, ni la gramática de las imágenes con las que vendemos la ilusión de la pasión reemplaza el encuentro verdadero, ni tampoco relumbra el amor en sus fúnebres chispazos libidinales (y, por qué no, calculadores y comerciales).
Si Han es un romántico, si su ponderación de la realidad política, técnica, económica, erótica y, agregaríamos, tanática, tiene sentido, es porque es capaz de tender las bases de una nueva economía de la pérdida concibiendo a lo negativo y la otredad como “los verdaderos adversarios del sistema de poder y sus brazos de explotación festiva”, como se dice en Byun-Chul Han y lo político. En ese sentido conviene volver a Caras de la muerte y aquello que desliza en términos de tomar la vida en el propio puño. Se salva de morir aquel que dispone de una negatividad como riesgo y renuncia. Sin riesgo, “incluso la generosidad de la conciencia con el otro tendría aún demasiado de cálculo”. El Yo se redime gracias al Eros y el amor, que combate la posición yaciente mortal. “El amor no es una posibilidad, no se debe a nuestra iniciativa, es sin razón, nos invade y nos hiere y, sin embargo, el yo sobrevive en él”. Más cerca de lo negativo que de lo positivo, nos aparta de los cálculos del ego miserables porque nos obliga a perder, a la vez que es el único acontecimiento que nos impide sucumbir.
Fuente: https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/byung-chul-dolor-muerte-vida_0_JEmy_216z.html
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