top of page
Buscar

Bloomsday


Óscar Sánchez Vadillo


Pues no parece que ni en la propia Dublín se acuerden mucho de estas cosas. Hoy se festeja el Bloomsday, y su repercusión es ya pequeña, aunque se trate de una presunta gloria nacional. Mi amigo Juanma, que es muy de ahí por adopción -y por tanto también por aversión (que es la marca de la casa) me dice que en el suelo de las calles está señalizado el itinerario que llevó a cabo -¡porque lo llevó!-, pensando en sus cosas y en sus cuernos, Leopold Bloom tal día como hoy de un año de principios de siglo. La noche de aquel bendito día un empollón completamente desconocido, James Joyce, echó su primer feliciano sin pagar y vio la luz. Él solía frecuentar a Tomás de Aquino y a Henrik Ibsen, pero, demonios, aquello experimentado en el Hotel Finn´s con esa mujer nada leída era considerablemente mejor. En esa conversión de Joyce al mundanal ruido nos jugamos en Europa la supervivencia cultural. La crítica ha entendido que lo que quiso hacer Joyce en Ulysses fue elevar el barro cotidiano a la excelsitud del arte; yo creo que fue al revés, que lo que pretendió Joyce fue agarrar la cerviz de la Alta Cultura para darle un buen baño de barro cotidiano. Y algo debió hacer bien, porque funcionó...

            Sin embargo, a mí amigo Juanma, en su última revisitación de Dublín -que no le gusta mucho, no, ya digo, pero que allá que va...-, le pedí que me trajera el Finnegan´s wake en su lengua original, claro, ya que es intraducible. Por lo visto, en la mayoría de las librerías no sabían ni lo que era, y tuvieron que encargarlo. A Juanma le salió por poco menos de tres euros, un honor altamente poético, creo yo, ese de que el Finnegan´s no se haya convertido en pasto de soporíferas clases de Universidad y material para supliciar a bachillerandos. El primer Bloomsday tuvo lugar en 1954, y con toda seguridad no acudió ningún político. Probablemente tan solo acudieron borrachuzos, como el propio Joyce, que se ponía hasta arriba de vino blanco en la opinión de que el vino tinto no es más que bistec licuado. Una noche iba tan cocido que le dieron una paliza y se llevaron el poco dinero que le quedaba. Ese es, amigos, el espíritu del Ulysses: eres el tipo más erudito de Europa y te llevas una zurra suburbana como el que menos. Hasta donde yo alcanzo, el Ulysses es la refutación más seria de la filosofía más cruel y estúpida que ha generado Occidente, y que vuelve a estar en boga: el estoicismo. Joyce lo escribió para mostrar que en la gente corriente la suma de sus defectos es la suma de sus virtudes, y que no hay nada peor que tratar de ser la escultura de ti mismo (“escultura de sí”, expresión del estoico Nietzsche que rentabilizó Onfray). Ulysses es, si se quiere, la larga y prolífica explicación encriptada de cómo se puede pasar de Sthepen Dedalus a Leopold Bloom, y me temo que ese es un tránsito que cualquier intelectual o filósofo de medio pelo tiene el deber inexcusable de hacer. Que nadie se sienta fracasado por no haber sido capaz de pasar de la página cien del Ulysses, ese no era el reto. El reto era espigar aquí y allá, salir a la calle el Bloomsday y dejar que Molly Bloom se exprese al final del día, porque tiene más vida real y carnal que el pajillero y meditabundo de su marido. Dijo Anthony Burgess:


Dejó Dublín con su mujer de Galway, Nora Barnacle, en 1904, y vivió en Trieste, Zúrich y París. Era un exiliado por naturaleza -Exiliados es el título de su única obra de teatro-, y ha de ser considerado como un escritor internacional, porque negó a todos los países (con excepción de la extraña cuestión del pasaporte británico). Sin embargo, tiene un único tema -bastante limitado-. Todos sus libros son sobre Dublín. Se puede visitar Dublín, como hacemos algunos, y buscar el espíritu del joven Joyce -pobre, desmañado, miope, intensamente literario y ya polígloto-, pero la ciudad que él conoció ya no existe. Fue una de las ciudades más hermosas de Europa, a pesar de su gran población de barrios bajos, pero los expertos en demolición la están arrasando. Con sus bloques de oficinas, comercios y discotecas, es como cualquier otra ciudad europea. Su población sobrepasa el millón y las firmas de electrónica japonesas proporcionan los empleos. Pero sigue siendo una ciudad bebedora, donde la verdadera vida se hace en los bares, con su Guinness, whisky y fantástica conversación. Los hombres están demasiado borrachos para interesarse por el sexo. Se define al homosexual de Dublín como el hombre que prefiere que las mujeres beban. (James Joyce, 50 años después, Anthony Burgess)


Vladímir Nabokov, que no era precisamente un crítico benevolente, escribió que el Ulysses es “una obra de arte divina”. En un día como hoy, además de leerse puede también pasearse…

 
 
 

Comments


bottom of page