Óscar Sánchez Vadillo
188- Fue el propio cristianismo el que introdujo el amor como un sentimiento irracional que sirve de cohesión a la comunidad creyente objeto de las persecuciones de los romanos -el “ágape” y la “charitas” paulina. Los romanos, en cambio, al igual que los griegos, no rechazaban en absoluto la creación de lazos afectivos como cemento del marco político y ocasión de promoción social, pero constituía, creo, un pegamento racional. Se “amaba” (e. d., se sentía propio y cercano) lo que era digno de admiración y emulación. Por esta vía también cundía la pedofilia, en la forma de la institución de la efebía. Pero eran conscientes de que el amado adolescente sólo podía corresponder con gratitud, no con deseo sexual, a la vez que el amante mayor no sentía admiración alguna por el efebo, excepto precisamente la sexual. Como el cristianismo naciente rompió con estos juegos sociales, dio en inventar un amor trascendente que es al tiempo para todos y para nadie, siempre que esos “todos” y esos “nadie” suframos juntos y unidos y nos sintamos cercados. Queda mucho de eso en la mentalidad de muchos movimientos modernos y contemporáneos. Un ejemplo inmediato: me cuentan, de muy buena tinta, que en los meses previos a las elecciones generales de 2015 casi todas las parejas de años se deshicieron en el seno de Podemos. Sin embargo, la recombinación sexual subsiguiente parece que fue grande, y, por decirlo vulgarmente, todos se liaron con todos. Pocos se atreverán a decir si hay que hacer política con, contra o a pesar de esta estrategia amorosa… A mí, en cualquier caso, no me parece nada serio y desde luego nada estable.
190- Pensándolo mejor (tengo vocación de ocioso, en el sentido de Nietzsche), a mí los que me importan más son los escritores muertos y los estudiosos vivos. Llamo “estudioso”, a falta de nombres actuales adecuados, a esos tipos que, sin ser especialistas que publican sólo para los de su materia, demuestran un gran interés por cosas que saben de sobra que van a atraer a poco público. No trabajan preocupados por los beneficios, porque no los va a haber en general, pero escriben tratados divulgativos sobre las migraciones prehistóricas, la Atenas clásica o la Astronomía de Kepler por amor al conocimiento. Pese a su desinterés crematístico, ese tipo de libros, cuando están bien hechos, sobreviven holgadamente a décadas de novedades editoriales de ficción, y siguen apareciendo en las bibliografías aunque nos hayamos olvidado de la última película que ganó un Óscar. El otro día en uno de esos Vips vi uno acerca de cómo se determinó la composición del aire, narrado como si respirásemos un enigma que tiene sus aventureros y sus decepciones… Eso vale oro, pero costaba 4 euros y pico. Es como aquel de los cirujanos, El siglo de los cirujanos, de Jürgen Thorwald, un auténtico periplo humano acerca de algo muy real. “Libros” no equivale a “novelas”, leer no es sólo entretenerse, hay que decirlo más...
191- Tan artificial es servirse de técnicas que satisfagan deseos como de técnicas que subvengan necesidades, lo que ocurre es que el discurso de las necesidades es ya hoy por hoy un mito naturalista. De manera que no depende de los muchos o pocos sirvientes mecánicos o electrónicos que echemos al mundo de la producción, sino de las decisiones de producción que sus fabricantes o programadores hayan tomado antes, y para las cuales, precisamente porque somos artificio, ya no vale pretextar lo que la humanidad (o los consumidores del futuro) necesita. Que el café me lo ponga el camarero o me lo ponga una máquina semoviente no implica inevitablemente que el camarero se vaya a quedar en el paro; puede implicar, en un mundo mejor, que el que fue camarero se pida ahora un café para sí mismo.
Pero para una transformación como esta no basta con una legislación global que nadie aceptaría, previamente habría que generar un cambio de mentalidad tan mayúsculo (apostar por colmar la artificialidad de los deseos de la mayoría, en vez de apostar por pretextar necesidades que enriquecen a unos pocos) que dejaría pequeños a todos los anteriores.
192- Por “ecología de las imágenes” Susan Sontag, en On photography, parece entender el que exista un equilibrio en la relación imágenes-mundo que no desnaturalice la realidad, poner coto a las imágenes-basura o a las imágenes-monstruo, como la pornografía infantil o la publicidad engañosa, por ejemplo, si es que alguna publicidad no es engañosa. Pero podría referirse también a las tallas de las modelos, o a la imagen del “triunfador”, o, yo qué sé, a la saga de Fast and furious, que gana una fortuna haciéndonos creer que la imagen del hombre-varón libre es correr a toda pastilla por una vía urbana y salir indemne (imagen que engancha muchísimo a los adolescentes y con la que relacionan la antítesis del estudio). “Ecología” como eso: control de que no todo puede ser proyectado como hacedero conforme a una imagen enteramente inventada, querida sea para sacar dinero o sea para satisfacer un deseo. Esa ecología es totalmente inviable, a día de hoy, en que la proliferación en cantidad y variabilidad de las imágenes no conoce trabas…
193- No tenía George Steiner entera razón. El “virus de lo absoluto”, como denomina el apetito fáustico en Nostalgia del absoluto, también es una piedra colgada al cuello con la que ahogarse. En mis tiempos vivimos en mi Alma Mater eso que él describe allí, y muchos cayeron por el camino. Se volvieron locos, o simplemente inhabilitados para cualquier otra cosa mundana. Aquello que decía Gustavo Bueno de que él vivía sub specie eternitatis sólo vale para unos cuantos, como Steiner, que han logrado vivir exitosamente de ello. Si mirasen hacia atrás en su propia trayectoria recordarían muchas bajas, soldados del conocimiento que o se quedaron en mediocres o en envidiosos o en postrados. La vida normal, en cambio, no infectada por ese virus, satisface siempre. Un tipo trabaja en un taller mecánico y sabe de sobra que no hace nada que dure más que arreglos puntuales, como su propia existencia mortal. No hay mecánicos trastornados, no en cuanto mecánicos. Y necesitamos a los mecánicos cuerdos más que a la autoridad en sanscrito o al intérprete precario de Schubert, que vivirá siempre sabiéndose por debajo del genio. Yo, desde luego, no pienso educar a mis hijos para que contraigan ese virus. Que entiendan, mejor, que esos monumentos existen, pero que están muertos, y ellos vivos. Tiene mucho de clérigo cualquier intelectual, más que de soldado, como en el libro aquel de Julien Benda. Y ya no son tiempos para creer en los beneficios para la comunidad de la vida monacal de unos cuantos.
Total, en mi opinión: el que quiera tomar los hábitos, que los tome, que no se le oculte la posibilidad de esa vida tan extraña y tan cargada de una peculiar vanidad. Pero que tampoco se juzgue desde ella, desde esa sacerdotal excelencia, las demás excelencias disponibles de la vida secularizada. Si acaso, en una gran inversión histórica, que sea la segunda la que valore la primera, a ver qué pasa…
194- Captain Fastastic es una película muy contenida, que recuerda a modo de dirigir y a las temáticas de Peter Weir, y que se ahorra un montón de ocasiones perfectas para poner la guinda de la típica americanada. Sin embargo, no lo hace, lo evita sabiamente, es la jodida austeridad filmada. El episodio que sirve de móvil es pequeño visto desde fuera, pero gigante tras terminar la película. Se convierte en casi sagrado: la pérdida insustituible de un personaje al que, en realidad, el espectador ni ha conocido. Reconozco que me he pasado media película lagrimeando, lo cual no es nada habitual en mí. Y, al final, un minuto o dos de plano suspendido en una escena de vida cotidiana que es magistral, en mi opinión, y que viene a invitar a una lectura epilogal preciosa, en los dos sentidos del adjetivo: que la virtud, que el Bien, en su exceso, reinando indiscutible, incurre en una extralimitación respecto de su entorno que también necesita ser corregida y redimida.
No me parece que sea una obra maestra, pero sí imprescindible, y desde luego uno de mis grandes hitos. (Y Viggo Mortenssen, qué tipo más bello, tanto como Paul Newman, pero sin su malicia...)
195- Venimos de una Nada eterna y vamos a una Nada eterna, dicen, una idea terrible propia del clero católico. En cambio, si concebimos, más paganamente, que igual que la materia produjo nuestra psyché, seguiremos sin duda después de morir formando parte de esa materia tan peculiar que genera conciencias, eso no quitaría para que nuestra vida tal como la conocimos no se haya perdido irremisiblemente (sin duda ya no volveré a ver a mis hijos, por ejemplo), pero al menos está muy lejos de esa Nada absoluta, tan metafísica, con la que gustan de asustarnos. Será un consuelo tonto, contra el que recuerdo que un personaje de Chéjov se quejaba, pero no creo que haya otro….
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