top of page
Buscar

Antonio Escohotado envuelto en una manta…



Las últimas palabras de Aldous Huxley a su mujer Laura fueron las siguientes, escritas en una nota en pleno crepitar de su agonía: “LSD, 100 microgramos, intramuscular”. Huxley había escrito un centenar de ensayos cortos acerca del uso de las drogas, bastante brillantes y amenos todos ellos, además de lanzar al mundo el término “soma” (cuerpo en griego) como sinónimo de una civilización distópica donde algún Mark Zuckerberg habría conseguido por fin atraer a todos a una vida sin conciencia. Hoy, imagino a Antonio Escohotado solicitando ayer una última voluntad semejante a la de Huxley, aunque él, desde luego, jamás hubiera aceptado una existencia que fuera menos que un minarete de hiperconciencia. Las drogas como una manera de adquirir claridad sobre el mundo, en vez de arrastrarnos al olvido de él: esta es la paradoja a cuya persuasión dedicó gran parte de su carrera, casi toda su imagen pública y mucho de su ocio y recreo personal. Yo no me lo creo mucho, la verdad, o, para ser más exactos, lo que no me creo es que un pobre tipo que acude a Las Barranquillas en una kunda tenga la misma capacidad que el eminente profesor Escohotado de convertir el phármakon en benéfico en vez de maléfico, aunque precisamente por eso estoy a favor de la legalización controlada de todas las sustancias. Últimamente a Escohotado los simpáticos cachorros del anarcocapitalismo español (como diría Werner Herzog al ver la foto con el yelmo de los conquistadores: “¡Abascal o la cólera de Snoopy!”) le iban a entrevistar a su casa o bien se lo llevaban en volandas adonde fuera para usarlo como ariete contra la última ocurrencia doctrinaria del “socialcomunismo”. Y lo hacía estupendamente, el hombre, repartiendo mandobles como un auténtico paladín de la Libertad, hasta que llegó la señora Ayuso y vació enteramente el sagrado vocablo hasta convertirlo en nada, la nada misma del folio en blanco de su programa electoral[1]. Escohotado, no obstante, empezaba también a poner demasiado de su parte en esta cruzada. Le oí decir, o no sé si lo leí no hace más de dos meses, llamar a Vox “ese joven partido”, para luego señalar no recuerdo qué virtud suya. Pero todo esto es irrelevante, puesto que, en cualquier caso, fue Escohotado quien por su propia iniciativa llegó a formar parte de esos círculos, y no esos círculos los que le sedujeron a él. Escohotado era, sin duda, tan independiente como imposible de comprar o de corromper[2]. Lejos quedaban los tiempos de Ibiza, de la cárcel y de sus demás rebeldías teóricas -sobre todo en el campo jurídico- y prácticas, tiempos para los que seguramente las muy bien documentadas alegaciones y argumentos de Los enemigos del comercio cuadraban mejor que para esta actualidad nuestra de pandemia, cambio climático, supremacía del gobierno autoritario chino, quinto poder tecnológico (Montesquieu reloaded: ejecutivo, legislativo, judicial, mediático y tecnológico, si es que estos últimos no van a terminar por converger), y futuras y eventuales súperbacterias. Es cierto que pronto va a haber que regresar con fuerza a las posiciones del primer liberalismo europeo, al que yo llamo “noble” (Mill y compañía, los que, por cierto, igual que Russell, terminaron por abrazar parcialmente el socialismo), o vamos a terminar por suscribir una cartilla de ciudadana por puntos al tiempo que sonreímos con coquetería a una de las miles de millones de cámaras que estarán grabándonos, pero es cierto también que no es defendible ya en absoluto esa filosofía vital del derroche y del crecimiento sin límite que profesaba todavía el maestro.

Siempre decía, Escohotado, que deseaba morir tapándose con un mantita, como un perrillo -Bíos Kinikós-, a fin de extinguirse en paz y no mostrar el rostro descompuesto, y le he leído también, en otro lugar, que no esperaba del último umbral más que la nada absoluta. Pero como también solía sostener que no somos más que química, veo una contradicción en todo ello. Si no somos más que química, en efecto, entonces él seguirá aquí, con nosotros, disuelto en la naturaleza, como un azucarillo en un café hirviendo. Con toda mi veneración, y en honor suyo, va un extracto de otras contradicciones que me ha parecido encontrar en su obra, tal como se publicaron en la revista Caminos del Logos el pasado junio…



---------------------------------------------------------------------------


<Antonio Escohotado y/o las drogas equivocadas




Nosotros hemos hecho de la reacción un progreso.

Friedrich Nietzsche




Todos tenemos, o a mi juicio deberíamos tener, un gran respeto por la persona y figura de Antonio Escohotado. No es habitual en España que nos fructifiquen autores cuya obra no sea trivial o efímera, y Escohotado ha escrito cosas que son de verdadero alcance universal. En el mundo actual, en el cual se diría que la estrategia del mercado ha consistido en asfixiar la cultura por sobresaturación (como esos carteles de señalización de los dibujos animados en que se apunta hacia todas las direcciones a la vez, dejando al peatón o conductor o al Pato Lucas más perdido y ofuscado todavía que si no se indicase nada…), aparece algo como la Historia General de las Drogas, que no tiene precedente ni parangón en la Biblioteca Virtual de la Humanidad, y habría que celebrarlo, tirar cohetes, correr a leerlo y aprovechar para hacer sitio en nuestra estantería arrojando todas las demás absurdas menudencias anteriores que aguardaban turno de lectura a la piscina de la casa del difunto Francisco Umbral –sería estupendo que convirtiesen La dacha en casa/museo tan sólo para eso, en funciones de húmeda “papelera de reciclaje” bibliográfica. No obstante, Escohotado ha compuesto otros textos de filosofía de no pequeño valor, entre los cuales se cuenta Rameras y esposas, que leí con gusto como obra de erudición delicuescente, Physis y polis, el libro más fino en cualquier idioma que conozco sobre los presocráticos (el capítulo de los pitagóricos es excepcional, lo único que ocurre es que la especulación vuela mucho más alto que las pruebas documentales) y Realidad y substancia, donde Escohotado se sitúa desde el principio al calor de la más alta inteligencia filosófica contemporánea, es decir, la de Hegel. Fuera de eso, en España tenemos la escolástica buenista, que ha derivado en una patética apología de las ruinas del imperio español, y los estrafalarios muchachos de la French Theory, que son en nuestro país más papistas que el propio Papa. O sea: visto lo visto, como terminaba la canción de Krahe en La Mandrágora, ¡Escohotado mucho más! El hecho de que Don Antonio -he oído que le llamaban así en público, en honor a su edad, que en su caso es un grado, pero también a su sabiduría- haya experimentado la caída en el camino de Damasco inversa que va desde las vagas simpatías hippies por la izquierda hasta posiciones de derecha liberal algo anacrónicas no hace más que confirmar que es un intelectual minucioso, independiente, alguien que no teme ser impopular siempre y cuando vaya pertrechado un largo estudio (la misma conversión, en efecto, ha tenido lugar en Sánchez Dragó, Savater, Vargas Llosa, Albiac, Jiménez Losantos, Kingsley Amis, etc., sin más motivos, en mi opinión, que los siguientes: primero, una sincera rebelión contra el complejo de inferioridad que les ocasionaba fingir una altura intelectual y moral de la que sencillamente se cansaron, algo para lo que sin duda fueron muy libres, valga la redundancia; y, segundo, la indignación que produciría a cualquiera la interminable confusión terminológica y estética en que habita la izquierda occidental, la cual podría ser resumida en aquel genial chiste reciente de El Mundo Today: “un bebé dice su primera palabra y ofende a varios colectivos…”)

Escohotado ha realizado una contribución cultural de un peso incuestionable para la República de los Sabios, no sólo para la hispanidad, sin embargo tengo algunos “peros” que ponerle, desde la mucha admiración y la ninguna envidia. Se trata de lo siguiente: creo que se ha equivocado de drogas. Así de simple, así de tonto. Esas drogas que él consume con fruición, que conoce tan detalladamente, y para las cuales reclama con pleno derecho conocimiento y libertad, no son aquellas que de verdad han alterado el ánimo de la población occidental durante milenios. Hemos sido considerablemente menos devotos del vino, la cerveza o los psicotrópicos, aun siéndolo en no pequeña medida, que de los colocones generados por la elevación espiritual, el ascetismo, las matemáticas o la poesía. Don Antonio me daría la razón, pero precisamente para apoyar a mayor abundamiento su tesis. Según él, hemos vivido extraviados, profundamente errados, ese tipo de historieta que se inventó Nietzsche (lo apolíneo traicionó lo dionisiaco), secundó Heidegger (la metafísica es el olvido del ser), imitaron Foucault (el humanitarismo es biopolítica, la ciencia del sexo codifica y somete al sexo) y Derrida (el falogocentrismo como olvido del signo, de la différance), y que todavía colea en autores como Agamben (no-sé-qué del mesianismo también olvidado y traicionado, el pobre) y cierto feminismo (fuimos por el mal camino desde el momento en que el varón se impuso a la hembra por la fuerza, negando, una vez más, la realidad sensible en nombre de la Nada). En este caso, el error originario, versión Escohotado, que su obra monumental y tardía, Los enemigos del comercio, viene a denunciar y corregir, es el de haber envuelto el comercio, el simple y elemental comercio humano, en un manto de interdicción y oscurantismo. Retirado este, como una mala pesadilla perpetrada por los sacerdotes de la autarquía económica y partidarios en último término de la muerte y la Nada -sí, la Nada otra vez-, un nuevo amanecer aguarda a la especie humana, algo así como el advenimiento del Übermanager. Como se ve, Nietzsche siempre en la sombra. Pero es de agradecer, resulta más tangible y verosímil que las gigantomaquias de los anteriormente citados. Platón, San Pablo, Marx, Chávez, Podemos… son todos así la misma cosa, una caterva de totalitarios represores que se la cogían con papel de fumar, como en una reedición de la chatura exegética de Karl Popper –con la diferencia de que Escohotado es desde luego más rico en información acerca del contexto histórico y también más dado a la anécdota personal o histórica que saca las vergüenzas del apocalíptico en favor de ensalzar al integrado…

Y tal vez sea cierto, como tal vez lo sea lo que dicen todos los amigos de la historieta aquella del desvío originario terrible y espantoso que he mencionado, pero el problema, el gran problema, es que siempre se puede escribir la historieta justamente contraria. Nadie se ha atrevido, por ahora, a concebir la contrahistorieta de Freud, Nietzsche o Foucault, que parecen intocables (sobre todo los dos últimos, a causa de su potente estilo de escritura), pero sí precisamente la contrahistorieta de Escohotado. Por ejemplo, y empleando casi mis mismas palabras, el tocho de Doménico Losurdo, Contrahistoria del liberalismo, en El viejo Topo, de 2007. O el viejo La gran transformación, 1944, de Karl Polanyi. Con estos dos primeros, y Escohotado por sí solo después, ya está, ya tenemos la bronca montada. Si tú reescribes la historia bajo un criterio, pues yo la reescribió bajo el opuesto, maldito fanático. El lector, en realidad, no tiene que elegir nada, porque ya ha elegido de antemano, de manera que toda la alharaca investigativa y presuntamente sesuda llueve enteramente sobre mojado. Escohotado escogió, en cierto momento de su trayectoria intelectual, apostar por la óptica prosaica, entender -de modo muy materialista, por cierto, como su odiado rival de los forúnculos de varias cabezas en las nalgas1- que somos lo que hacemos, y no lo que soñamos. Para sueños, Escohotado recomienda los generados artificialmente por los estupefacientes, y no parece consentir que existan otros, una suerte de sueños sobrios, los sueños del caballero andante, por ejemplo, que abomina del lucro, cree en la compasión, defiende al débil y a las doncellas y se consagra a su monarca y a su Dios. Escohotado hace una lectura del medievo como el periodo característico de las tinieblas económicas y por tanto humanas. Porque, para él, allí donde hay riqueza material, hay también riqueza humana en el sentido de libertad de expresión y de pensamiento2. Y es verdad, pero también lo es, o así lo veo yo, que el ardid que nos cuela de modo seguramente inconsciente Don Antonio se podría formular así: yo pienso, como la economía liberal clásica, que el hombre es un animal fundamentalmente económico, pero no soy tan vulgar -como no lo era tampoco John Stuart Mill- como para creer que la prosperidad sea un fin en sí mismo. No: el fin en sí mismo es la libertad de expresión y de pensamiento, el estudio, la vida contemplativa en resumidas cuentas. Todo el que no piense así es “un alucinado del más allá”, como decía Zaratustra, un tipo al que se le ve la sotana bajo las vestiduras griegas. Fijaos qué habilidad la de Don Antonio: tengo los pies en la tierra, somos lo que somos porque intercambiamos mercancías, sólo los iluminados viven conforme a bienes puramente espirituales, sin embargo todo mi alegato pro-capitalista lo empleo en llevar una vida de monje, y eso es lo que sugiero hacer a todos los demás. Chapeau. Un giro de 360 grados para llegar al mismo sitio, pero quedando como el más práctico de los pensadores por el camino.

La pregunta es si algo de esto es real. ¿Es real que el comercio hoy consiste en intrépidos individuos con iniciativa que desafían a los inmovilistas pseudo-clericales? ¿Es eso lo que es el actual CEO de Nike, por ejemplo, que fue nombrado este mismo año? Yo no lo creo. Por contra… ¿es un activista de Greenpeace contra el calentamiento global un “mandobediente”, es decir, al tiempo un sumiso y un autoritario, a lo más un poeta bucólico ridículo como lo vería Escohotado? Pues tampoco lo creo. En concreto, lo que no me creo en absoluto es que exista una progresión sin solución de continuidad que lleva del máximo interés material del emprendedor al grado cero de interés material del biós theoretikós. En cambio, sí que creo que el ecologista, aunque no hay leído un libro de filosofía en su vida, es como un caballero andante que lucha con absoluto desinterés por el interés de la humanidad en el conjunto de la naturaleza, en tanto que el CEO de Nike me parece un oficinista con pretensiones que vende una porquería de marca y mejor no preguntarse bajo qué condiciones de producción. Escohotado ve las cosas con total claridad, pero las cosas del pasado, que es el defecto congénito de todos los filósofos, y por eso Hegel decía que nadie comprende una época histórica hasta que ésta declina –la lechuza de Minerva sólo echa el vuelo al atardecer, etc. Sobre la textura del capitalismo contemporáneo encuentro que Escohotado no tiene nada específico que decir, únicamente alaba a menudo las grandes ventajas de que le provee Internet para la práctica monacal del estudio. La sutil cabriola conceptual del último Escohotado estriba en señalar que el CEO de Nike debería consagrarse por completo a la búsqueda de la verdad, mientras que el militante de Greenpeace o el capitán del barco que rescata migrantes en pateras deberían quitarse de en medio por hacerse los héroes y aguarnos la fiesta –no es que Escohotado diga eso, entiendo yo que se deduce.

Mi impresión es que, si esto fue alguna vez cierto, que ya es dudoso, no lo es palmariamente hoy. Hoy, o mañana por la mañana, a no más tardar, necesitamos de las drogas correctas y del retorno de lo patético-enfático, pero en la conciencia de que es patético-enfático, y no una lucha cósmica del Bien contra el Mal, o de la Libertad contra la Opresión, o del Espíritu contra la Materia. Las drogas correctas son también productos casi siempre sintéticos, como las otras, pero, al contrario que las otras, no sirven para evadirse. Va a hacer falta darse un viaje de elevación ética, de cooperación, de frugalidad e incluso de poesía si lo que queremos es salvar los trastos de la globalización capitalista. Antonio Escohotado es un grandísimo intelectual, un fascinante orador, un competente traductor y una buena persona3, pero me parece que incurre en una cierta contradicción cuando nos pide que nos interesemos por el mundo y no por nuestro ombligo para luego invitarnos al autoconocimiento a través de las drogas. El propio Aristóteles, a quién Escohotado reconoce como un maestro de la humanidad, reconocía abiertamente que para dedicarse al conocimiento hay que tener las necesidades elementales y las no tan elementales -un esclavo que te cepille el caballo- cubiertas. Es lo que Robert Graves decía, que para tener gatos, queriendo decir sus poesías, tenía que admitir tener también perros, o sea escribir sus novelas. Pero eso no significa ni por lo más remoto, desde mi punto de vista, que tengamos que tragar con el montón de basura de Wall Street o con la Reforma Laboral del partido que ya sabéis a cambio de que Escohotado, tal vez yo, y tres más podamos tener gato. El hombre debe “curarse del pan”, como pedía René Char, para poder hacer cosas mejores, en vez de comercializar mil clases de pan y luego ni saber cómo escoger entre ellas, o convertirse en un gourmet del pan, en un pijipollas del pan. Lo que quiero decir el polaco Adam Zagajewski lo versifica así, dando a entender que hasta los brutos germánicos que abatieron las lindes del esplendoroso Imperio Romano anhelaban otra cosa distinta además de vestir seda, ser servidos por criados y regalarse con manjares...



Bárbaros


Éramos nosotros los bárbaros.

Era ante nosotros que temblabais en los palacios.

Nos esperabais con el corazón estremecido.

Era sobre nuestras lenguas que decíais:

quizá se formen sólo de consonantes,

de susurros, murmullos y hojas secas.

En los negros bosques vivíamos nosotros.

Era a nosotros que nos temía Ovidio en Tomos,

éramos nosotros los que veneraban a dioses

cuyos nombres no sabíais pronunciar.

Pero también nosotros conocimos la soledad

y el temor, y deseamos la poesía.


1 A Escohotado le encanta relatar estos trapos sucios (algunos realmente imperdonables) de Marx, pero lo más divertido es cuando le acusa veladamente y no tanto de vivir y pensar en una permanente nube de tabaco y alcohol, o sea, en el uso legítimo, libre y productivo de determinadas drogas… ¿en qué quedamos, pues?

2 Desde el s. XVII, especialmente desde Spinoza (que, castellanizado, es el segundo apellido de Escohotado), la libertad de expresión ha sido considerada el revulsivo definitivo contra la tiranía, el motor mismo del progreso, el timbre de gloria de Occidente frente a Oriente. Sin embargo, la sobresaturación a la que me he referido antes parece haber asesinado también su potencial transformador: allí donde todos se expresan libremente, se disipa toda relevancia, y resulta indistinguible la innovación de la mentira, la realidad contrastada de la “realidad paralela”, y la opinión del fake.

3 Me agradó mucho leer en una entrevista de hace un año o así la expresión que daba al amor incondicional por sus hijos a la par que la deuda que sentía hacia el recuerdo de sus padres, lo que pasa es que también me pregunté si tendría tanto espacio mediático de no ser el exponente anti-marxista más destacado, lúcido y con discurso de todas las Españas...>


[1] Libertad entendida, como insiste en muchas de sus intervenciones grabadas en Youtube, como autobligación, no como arbitrariedad. La libertad enfocada a la manera de Ayuso, en tanto capricho o autodeterminación vacía es la propia de los mimados, según Escohotado, es “libertad de”, en términos de Nietzsche en el Zaratustra (o de Isaiah Berlin: libertad negativa), y no “libertad para”. Libertad, pues, como responsabilidad, a la manera de Hegel, no se confunda a Escohotado con los que le amortizan en los parámetros de no encontrarte con tu ex o comer pizza en vez de verduras… [2] No parece pegarle mucho una curiosa ingenuidad en la que incurrió allá por finales de los ochenta. De verdad creyó durante un tiempo, que su “Aprendiendo de las drogas” podría convertirse en lectura obligatoria en la Enseñanza Media en vez del Savater de turno. Sin duda se obnubiló grandemente…

109 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page