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Anti el “Anti-natalismo”

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Óscar Sánchez Vadillo


Doy gracias a Dios por esta vida que no pedí.

Ernst Renan



Parece que nuestros tiempos se caracterizan, filosóficamente, por la conciencia radical de la contingencia de todo. Las facetas diversas de la vida en el s. XXI son como son, ya de por sí corroídas de incertidumbre, pero ahora nos hemos dado cuenta además de que podrían perfectamente ser de otra manera (aunque tal vez la arquitectura de los elementos que constituyen nuestra existencia esté construida de tal modo que, si pruebas a quitar alguno en particular, se desmorone el castillo entero; pero esa es otra cuestión, que habría que ir calibrando…) En cualquier caso, hay quien lleva la asunción de la contingencia hasta su límite absoluto, y, así, he leído en la revista Verne de la existencia de un movimiento nihilista, por así decirlo, que propone la eliminación del castillo completo por la vía de negar el suelo donde se asienta. Se trata de los “antinatalistas”, que piden que no haya más nacimientos sobre la Tierra, sea de todos los seres vivos, porque la vida en sí es dolor, o sea tan sólo de los seres humanos, que es igual de impracticable pero al menos más restringido. Es decir, que anhelan la extinción de la especie, con un argumento semejante al del malo de la primera de Matrix: los seres humanos somos un virus que aniquila la naturaleza, el modo que tiene el planeta Tierra de suicidarse. Incluso el artículo hablaba de un tipo caradura que exigía a sus padres algo así como una indemnización por haberle hecho nacer sin permiso… Vale que hemos dado un gran paso librándonos de las religiones tradicionales en la parte afortunada del globo, pero hay que ver la morralla que está viniendo a sustituirlas en las cabezas de la gente acomodada, entre la ya vieja Cienciología, el rollo Mindfulness, las tontunadas de Ferrán Adría y ahora este nuevo Antinatalismo...

Desde luego que a nadie le han pedido permiso para nacer, y que nuestra venida a este mundo es enteramente contingente, pero eso nuestros abuelos lo interpretaban como una deuda de gratitud de los hijos hacia sus padres, y no al revés. No sólo los abuelos presos en las redes de la superstición eclesiástica secular, también los abuelos precristianos de la antigüedad greco-romana. Tanto a unos como a otros, las afirmaciones de la secta antinatalista les hubieran parecido una blasfemia intolerable, sea hacia el designio de Dios, que quiere almas a las que poner a prueba, sea hacia la patria, que quiere cuerpos que trabajen y guerreen, o sea por último hacia la naturaleza misma, que hace brotar seres para su propia perpetuación indefinida. Muchos hemos tenido hijos voluntariamente, y no precisamente para que hereden nuestro magro imperio… ¿qué decirles si dentro de unos años nos vienen con el cuento antinatalista? La verdad es que es difícil, pero voy a intentar responder algo, ya que en parte me corresponde como padre de renegados del ser-ahí en potencia. Lo primero que les diría, supongo, es que sí, que hemos nacido por encargo de otros que no sabían muy bien lo que hacían y que además estaban muy lejos en ese momento de ser Dios. Pero, hijo mío, te ha tocado, has nacido, y desde el instante en que esto ocurre (y no es instante alguno, nada sucede en un solo instante), te has visto envuelto en un vórtice de sucesos que jamás habrían tenido lugar si no hubieras nacido tú, aunque no seas en absoluto su artífice directo. ¿Y no es esto una maravilla extraordinaria y alucinante, a la que nos acostumbramos demasiado pronto, precisamente porque también es ordinaria, porque abunda…? Basta que un organismo se funda con otro en alguna clase de acto reproductivo para que se pongan en marcha un montón de cosas increíbles que jamás habrían ocurrido en caso contrario. Juan se rompe una pierna en una competición de salto de pértiga, o Sara supera el examen de oposiciones a bombero: ni el deporte de la pértiga ni los exámenes de oposición estaban previstos en la composición geológica de la Tierra -en Júpiter, por ejemplo, no existen ni los deportes ni los exámenes. Y, como eso, todo lo demás: la gran mayoría de lo que es consiste en una “propiedad emergente” de la realidad, por así llamarlo, algo que no figuraba en ninguno de los análisis minuciosos que se han realizado de cada microsegundo posterior al Big Bang, pero que indudablemente ahora está, existe, sin que su estar o existir sirva a ningún propósito superior o ulterior a su mero desenvolvimiento interno. Mira a tu alrededor, ¡sacrílego antinatalista!, y trata de abarcar con la imaginación las miríadas incontables de sucesos que tiene lugar a la vez en el mundo precisamente porque los seres se reproducen en vez de dejar de hacerlo. Es cierto que la mayoría de esos sucesos son trágicos, o si no trágicos, no necesariamente felices, pero es que si fueran todos felices no serviría de nada mover un dedo por ellos, no cabría poner ninguna intención en que ocurrieran, que es la aportación propiamente humana al devenir cósmico. Así que, si vas de antinatalista, olvídate por un momento de ti mismo y de convertir tus personales incomodidades en una enmienda a la totalidad, y piensa en todo lo que se perdería si de un día para otro la Tierra se convirtiera en Júpiter. Es un error pensar que lo que se perdería sería sólo miles de trillones de vidas: lo que se perdería también es ese maremágnum mucho más significativo en cantidad y calidad de realidades imprevistas que se arremolinan en torno a ellas en tanto en cuanto alientan. Si después de tratar de vislumbrar ese tremendo espectáculo, al antinatalista todavía le pareciera que el factor común que une todo lo existente, el hilo que, como en un collar, atraviesa las cuentas particulares que son todos los entes, es el puro e invencible sufrimiento eterno, y que por tanto tanta gloria, tanta exuberancia gratuita, no merece realmente la pena, que haga el favor de convertirse al budismo. Nada existe en realidad, todo es una ilusión, levanta el malhadado velo de Maya, detrás te aguarda el seno acogedor e impoluto de la Nada, el Nirvana de Kurt Cobain pero sin acordes ni ritmo ni melodía ni arte… (o sea, sin siquiera música, sin siquiera el consuelo máximo del pobrecito Schopenhauer…) Pero deja a tus padres en paz, anda, que ellos no tienen la culpa de haber engendrado a semejante cretino.

Y no es que yo quiera insultar sin motivo a gente que no conozco ni tampoco deseo conocer, pero es que el antinatalista es un cretino en las dos acepciones de la palabra: intelectual y moral. Es un cretino intelectual porque acusar a los padres de uno de haberle concebido sin permiso es una incongruencia clara. Difícilmente puede incurrir en una mala acción quien no tiene alternativa, y no es el caso que los padres, pudiendo haber consultado a su bebe, a mala fe no lo hicieran. No creo que exista argucia legal alguna para soslayar esta falacia de orden lógico. Pero es que además es una cretinez moral, ya que ni siquiera en las pesimistas culturas orientales se ha dejado de rendir tributo a los padres, puesto que de no hacerlo se sobreentendería que el que predica que sería mejor no haber nacido en realidad está deseando la muerte a todo su prójimo, lo cual no es muy educado ni gentil. Porque, en efecto… ¿quién es nadie para colocar en una balanza los supuestos bienes o males que la existencia de alguien reporta al mundo (o, de un modo más tosco, como hacen los antinatalistas del artículo, los placeres o dolores que se procura a sí mismo) para después juzgar que mejor sería que no estuviera entre nosotros, y que esto es un veredicto extensible a toda la humanidad? Personalmente, a veces yo mismo desearía que no hubieran nacido Fernando VII o Jean-Bédel Bokassa, pero me parece que con eso estoy cometiendo un homicidio in pectore que sus respectivas familias y turiferarios harían bien en reprocharme, y desde luego no entiendo que lo que pudiera valer para esos dos individuos concretos valga para toda la humanidad. Vivir, nos guste o no, implica convivir con quien no nos agrada lo más mínimo, y ningún sueño de progreso indefinido podrá prometer un mundo futuro en el que toda coexistencia sea armónica, sencillamente porque eso sólo se conseguiría a costa de un crimen mayor que los derivados de los propios conflictos, como lo sería el de instituir un gran rodillo exterminador con el que laminar de antemano toda diferencia real que se considere amenazadora o divergente. El siglo XX ha escrito y filmado demasiadas distopías al respecto como para ignorar este hecho, pero ninguna, curiosamente, en que el remedio al horror humano más extremo pase por la extinción total de la especie –esto es una amarga frivolidad de hace dos días, si se me da por buena la expresión, y habría que preguntarse qué tipo de sociedad la ha hecho posible…

Occidente, además, ha sido, hasta la actualidad, bastante más optimista que Oriente para estos asuntos tan patafísicos. Samuel Butler, en su excelente Erewhon, escribía que el limbo de los nonatos está repleto de seres que ansían a toda costa vivir, y Leibniz decía en numerosos lugares de su obra que todas las esencias se caracterizan por su porfiada tendencia a existir, ya fueran esencias humanas o de cualquier otro ser posible, hasta de un mineral o de una planta. El propio Dios occidental es un ser que ante todo existe, hasta el punto de ser la causa de su propia existencia, lo cual ha impedido durante siglos concebir a nadie lo que los antinatalistas propugnan hoy. Si el mismo Ser Supremo se ha “autonacido”, cómo podría el simple mortal desear no haberlo hecho, o por lo menos desear morir cuanto antes -conforme a la sabiduría del Sileno que refería Nietzsche en El origen de la tragedia-; o, traducido en lenguaje actual, si ha acontecido el Big Bang, quién es el ser humano para impugnarlo… Sea como fuere, todo nos lleva a la pregunta que he formulado antes acerca de qué tipo de cultura estamos alimentando que ha hecho surgir a gente capaz de proponer la Nada como una alternativa filosófica creíble. Parece claro que se trata de personas que ya no creen en el progreso antedicho, pese a las facilidades y comodidades entre las que viven (el antinatalismo no se ha teorizado en un campo de refugiados precisamente…), y que se sienten lo suficientemente perjudicados como para elevar su decepción vital particular a rasero de medir tanto el presente como el futuro de la humanidad. En verdad en verdad os digo que me daría algo si mis hijos fueran parte de ellos...

 
 
 

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