25 años con Trastorno de Ansiedad Generalizada
- filosofialacalle
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Óscar Sánchez Vadillo
Si fuera posible donar tu mente a la ciencia en primer lugar no tendría que escribir esto, que no me apetece nada, y en segundo lugar supongo que lo que los especialistas de turno iban a encontrar en la mía sería más cicatrices que neuronas, rodeadas de hondas simas pobladas de telarañas. Pero por si tuviera algo de cierto aquello de que lo que no te mata te hace más… frágil, paso a referir los muy variados síntomas con que se ha ido manifestando en mí una tara psicológica conocida como Trastorno de Ansiedad Generalizada, no por llorar sobre la leche derramada, sino por si le sirve de algo a alguien, estilo los pacientes de Oliver Sacks pero sin inventarme nada.
Lo de las crisis de pánico es bastante conocido, así que me lo ahorro, tan sólo puntualizar que las mías derivaron en agorafobia durante casi un año, fenómeno que terminé por superar al modo acción directa, es decir, matándola de aburrimiento a base de exponerme a ella. Pero más extrañas son otras sensaciones en que se ha ido mutando lo que sea que se me agita en el tarro, la “sombra” que lo llamaría Jung (la verdad, no sé muy bien lo que es la sombra de Jung ni me interesa), como perder parcialmente la vista y la voz durante el trance, oler a azufre o químicos de laboratorio allí donde no hay laboratorios -al principio creí que el olor provenía del laboratorio del centro educativo donde trabajo-, resfriarme puntualmente, mucosidades incluidas, mientras dura el ataque, sufrir ansiedad en el momento mismo de escuchar a otros hablar de ansiedad o de paros cardíacos, extraños latidos en la barriga, marearme cuando me levanto de la bañera -quiero decir: no por levantarme rápido, tiene que ser específicamente en la bañera y en ningún otro lugar más-, si estoy tumbado generar pompitas de aire en la boca, pinchazos en el corazón, etc. Muy a menudo, pero sobre todo trabajando, sufro una opresión en el pecho normal entre los que padecen de los nervios, excepto porque a mí me puede durar horas, durante las cuales no dejo que hacer lo que me toque hacer, puesto que la ansiedad, como las redes sociales, se alimenta de tu atención (y durante las cuales se me eriza el pezón izquierdo, capacidad que ignoro si poseen otros hombres semejante a aquella de Carlos Sobera de enarcar una sola ceja, excepto que aquí ello sucede para asustar).
Hace ya un tiempo que los síntomas se pasaron al tiempo del sueño, lo cual me deja bastante en paz durante el día. Sin embargo, son todavía más desconcertantes. Concilio bien el sueño, pero a las cinco horas exactas despierto hiperventilando, con a pain behind the eyes, como cantaba Mark Knopfler, la boca pastosa, una buena erección (imagino que debida a la falsa apnea), y lo peor: ganas de desaparecer y sepultarme en el sueño otra vez. Siempre le precede una pesadilla especialmente angustiosa que consiste no tanto en una situación terrorífica -aunque desgraciadamente se me dan bien, y son muy abigarradas...-, como en que esa situación se postula como indefinida, sintiendo que jamás saldré de ella haga lo que haga. Por fortuna, si al despertar me incorporo y me pongo en actividad los efectos se pasan enseguida y vuelvo a ser persona, o al menos ese infeliz con el que se acostó la noche anterior. Nunca me echo la siesta por muy cansado que esté, porque de un tiempo a esta parte en cuanto me tumbo automáticamente comienza la hiperventilación, como si fuese la típica mosca veraniega que no te deja dormir, y adiós al reposo -ya se sabe que la ansiedad acecha y ataca más en los momentos de relajo que en los de estrés, al menos a los veteranos de la cosa. Durante una temporada, tuve calambres en los dedos cuando fregaba los platos, y sólo en ese momento del día, y la pila del fregadero no toca ningún cable eléctrico... Luego está el estómago. Como el estómago, según parece, también tiene neuronas, un padecimiento estomacal en ocasiones puede curarse con un lexatin, y a la inversa, el malestar de ansiedad con una infusión de manzanilla. Pero sí, muchas dispepsias se deben al estado de nervios de uno, así como abundantes diarreas. En fin, que estoy como las maracas de Machín, lo reconozco, pero no lo aparento tanto, lo que aparento creo que es más bien mera excentricidad.
Olvidaba decir que soy profesor de filosofía… ¡XD!





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