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McDonald’s Trump






Óscar Sánchez Vadillo



¿Por qué los norteamericanos (no todos, las dos costas como siempre se han comportado) han vuelto a situar a King Kong en lo alto del rascacielos? ¿Es que les gusta ver como siembra el terror y derriba a los aviones con Kamala Harris presa en su mano de simio? Aparte de los muchos dolares invertidos por grandísimos majaderos con poder e influencia, y aparte de que las redes sociales ya no sean ya más que un albañal patrocinado por la Alt-right internacional (todos mis alumnos se informan en TikTok por boca de particulares jovencitos que dicen palabrotas muy-muy enfadados, y, así, todos mis alumnos son ya de ultraderecha, ¡todos!), tengo la teoría, concebida en diez intensos minutos de depresión profunda, de que lo que ocurre es que los votantes de todo Occidente somos ya como los clientes de los restaurantes actuales: muchos siguen comiendo de menú, pero si les das a elegir en una ocasión especial la gran mayoría preferirían ir a una hamburguesería de moda que a un establecimiento de lujo. Esta incultura alimentaria se multiplica por cien, huelga decirlo, en la patria de las hamburguesas, los Estados hoy Desunidos de América. McDonald’s Trump, con toda su zafiedad, brutalidad e ineptitud, es igual que esa hamburguesa enorme y chorreante que se anuncia en la puerta del tienducho y que luego se convierte en la realidad en una porquería aplastada y birriosa que te deja una sensación de pegajosidad en los dientes. Kamala, en cambio, sería, en esta analogía gastronómica, como unas lentejas (naturalmente, no lo digo por el color), que por muy bien que estén preparadas pocas personas en aquel gran país (naturalmente, lo digo por el tamaño) se las pediría en dicha ocasión especial. Y la verdad es que en parte tienen razón1, puesto que Trump encarna a la perfección todas y cada una de las características que retratan el siglo XXI, ya que todo lo que nos queda de bueno, si se mira bien, proviene de conquistas de las centurias anteriores. Trump es la banalidad de la cultura, es el egoísmo atroz del capital, es el machismo violento, es la broma camionera, es la arrogancia feroz, es el abuso injustificado, es la mala educación de las masas, es el ocio televisivo, es la mentira triunfante2 y es la aporofobia y el racismo en una sola persona, como los ingredientes de un solo y reluciente Big Mac. Y esa, señoras y señores, va a ser nuestra dieta habitual los próximos cuatro años, a no ser que la biología lo remedie…

Ignoro si el buen entendimiento entre McDonald Trump y Kombatir Putin -en las próximas semanas nos iremos enterando de los factores que han hecho posible esta calamidad, entre ellos la probable injerencia de Rusia- dará lugar a un aminoramiento de la guerra de Ucrania, pero aunque así fuera seguiría siendo una absoluta vergüenza para la civilización este resultado electoral. Que Adolf Hitler acabase con la hiperinflacción de Entreguerras en Alemania no hace bueno en ningún sentido a Adolf Hitler. Trump significa mucho más que poner un fascista enajenado en el trono del mundo, significa a corto plazo rivalidad con China, fin de la multilateralidad, adiós para siempre a la lucha contra el calentamiento global, retroceso de la causa feminista internacional, aranceles al comercio, millones de tuits incendiarios… Y a largo plazo el cumplimiento de la profecía de Mike Judge en la película de 2006 Idiocracia, que deberían emitir esta noche en todos los canales.

En fin, que ya lo escribió Sófocles hace dos milenios y medio (Áyax en Biblioteca básica Gredos, 2000, traducción de Assela Alamillo, pg. 49):


¡Ay de mí, hijo! ¡Hacia qué yugos de esclavitud nos encaminamos, qué clase de protectores nos vigilan!


1Yo me huelo, además, de que el principal motivo por el que el estadounidense vota como vota es porque no se le ha educado en sentido alguno del bien común, pese a Michael Sandel, de manera que no tienen más sentido de unidad nacional que la que da su orgullo de potencia, y, así, es inevitable que voten únicamente en beneficio de su bolsillo.

2Hannah Arendt, de modo célebre: “Mentir constantemente no tiene como objeto que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada. Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal. Y un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo, completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así, puede hacer lo que quieras.”


(*El autor del texto se hace responsable del contenido. Esta asociación es apartidista y aconfesional. Las alusiones a mercantiles no pretenden en absoluto asociar una marca comercial a ningún posicionamiento político, sino que se usan de forma retórica)

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