En su nuevo libro, Martin Heidegger: el pensamiento del evento y la configuración política, Pablo Tepichín, profesor de Ética y política en la Universidad Iberoamericana, de México, se pregunta por la vida y la obra de Heidegger, para entender hasta dónde influyó la ideología política, o si podemos confirmar o negar que la obra heideggeriana es un espejo de las ideas del nacionalsocialismo.
Por Julieta Lomelí
Antes pensaba que conocer la vida de una figura importante era también importante, porque nos daría la llave para comprender su obra de manera más rápida. Antes pensaba que lo importante era comprender, y quizá ahora también lo pienso, pero con una excepción: me interesa conocer la vida de los autores con los que convivo por una mera convicción moralina, como si a veces sus vidas nos dieran pistas de la congruencia y el compromiso que tuvieron con sus propias palabras, como si analizar sus vidas garantizara alguna seguridad en la verosimilitud de sus ideas. Como si una vida éticamente llevada diera la certeza de encontrar algún tipo de verdad en las teorías propuestas por el pensador en turno. Aunque, parafraseando a Descartes, si mal no recuerdo, en El discurso del método, «aprendí que lo bueno o correcto en un sitio a veces es mal visto en otro punto distante del planeta», ¿qué sucede cuando el contexto geográfico e histórico es un fuerte determinante para la conducta y las teorías de un filósofo o pensador?
Sinceramente no sé si la vida de un filósofo o de cualquier luminaria del pensamiento nos ayuda a volver su obra más transparente o, por el contrario, nos ahoga en la miseria de sus intimidades, llenándonos de prejuicios que terminarán opacando nuestro juicio. En Martin Heidegger: el pensamiento del evento y la configuración política, de Pablo Tepichín, he encontrado esa agobiante preocupación que se nos revela cuando nos adentramos en un nuevo tema, sobre todo relacionado con las humanidades, la filosofía y el arte.
Porque detrás de toda gran reflexión hay al final de cuentas un agente que la piensa, un hombre o una mujer que también tiene instintos, defectos, se deja llevar por envidias, intereses de poder, y toma también malas decisiones. En este sentido, Pablo Tepichín se compromete con esa preocupación clásica sobre biografía y obra, una que ha pasado desde Diógenes Laercio con sus doxografías de vidas íntimas de filósofos, hasta las múltiples confesiones personales que podemos leer en San Agustín, en Abelardo o en el mismo Kierkegaard, sin las que, según ellos, no podríamos entender la profundidad ni el contexto del resto de sus ideas filosóficas.
Tepichín, parafraseando al filósofo Ángel Xolocotzi, se pregunta muy en serio: «¿Cómo debe entenderse la relación entre vida y obra?, ¿en dónde yace el parámetro de congruencia?, ¿todo filósofo debe ser ejemplar en su vida?, ¿hasta dónde son permisibles los límites?, ¿todo lo que el filósofo escriba o diga debe ser tomado al mismo nivel de sus planteamientos filosóficos?, ¿debe darse una diferenciación epocal al respecto?, ¿los planteamientos filosóficos determinan la vida del filósofo, o la vida determina los planteamientos filosóficos?, ¿qué valor debe otorgarse a elementos históricos concretos en una filosofía determinada?, ¿acaso la filosofía es completamente independiente de los acontecimientos o está determinada por ellos?».
Tepichín logra encontrar los ingredientes exactos para entender esa compleja personalidad pero potente inteligencia filosófica que fue Heidegger, por muchos odiada, por otros amada, que guio a muchos filósofos a construir su propio pensamiento
Quizá encontrar la dosis exacta entre obra y vida, entre asuntos de cama y asuntos de cátedra, nos pueda dar un panorama más objetivo del pensador o la obra a analizar. Y en ello creo que Pablo Tepichín ha logrado encontrar los ingredientes exactos para entender esa compleja personalidad pero potente inteligencia filosófica que fue Martin Heidegger, por muchos odiada, por otros tantos amada, pero que innegablemente es para la filosofía su estrella polar: ese astro que guio a muchos filósofos a construir, desde los cimientos heideggerianos, su propio pensamiento.
Somos polvo de nuestras historias individuales, de nuestra intimidad, el espejo de una época y de un montón de sitios atravesándonos en el tiempo. Y tomarnos muy en serio dichos determinismos no significa que, por ejemplo, se justifique en absoluto la conducta de Martin Heidegger. Así Tepichín se pregunta por ese Heidegger íntimo, por ese zoon politikon, pero también por ese hombre que piensa para los siguientes siglos en una reformulación, en una superación de esa metafísica nihilista.
Tepichín se pregunta por la vida y la obra de Martin Heidegger, pero se lo pregunta muy en serio, porque —y ya que se ha puesto muy en boga hacerlo desde la publicación de los Cuadernos negros— para entender hasta dónde influyeron prejuicios, ideologías y fanatismos políticos, o desde qué punto podemos confirmar o negar que la obra heideggeriana es o no un espejo de las ideas del nacionalsocialismo, es necesario antes hilar muy fino, tejiendo reflexiones interdisciplinarias como las que Pablo Tepichín llevó a cabo en la obra que hoy nos interpela ser leída.
Es necesaria una cartografía, un mapa completo de las —cito a Tepichín— las «piezas del rompecabezas teórico heideggeriano» que logren seguir, primero, sus reflexiones alrededor de la filosofía y la política, para después «unir dicha noción en una época específica: la Weimar Republik».
Un punto que quisiera mencionar de manera rápida es esa apropiación que Tepichín hace sobre el romanticismo, como un antecedente muy cercano que desde un siglo antes ya volvía visible la crisis de identidad en la cual caía Europa, una que quizá Heidegger también siente y en su esfuerzo por reconstruirla no dejará de apelar en su filosofía a esos conceptos como «el arraigo, la tierra, el liderazgo, la patria», que, según Tepichín, «serán centrales para establecer posibles vasos comunicantes con el romanticismo político». Conceptos que posteriormente, y en un presente más crítico, resultarían muy conflictivos de ser pensados en un contexto en el cual los nacionalismos se convierten en odio hacia lo distinto, y ese odio se convierte en holocausto.
Martin Heidegger no dejará de apelar en su filosofía a esos conceptos como «el arraigo, la tierra, el liderazgo, la patria», que, según Tepichín, «serán centrales para establecer posibles vasos comunicantes con el romanticismo político»
Si bien, como escribe Tepichín, «es improbable que Heidegger no haya pensado políticamente, máxime la clara resonancia que su filosofía hacía con la idea de pueblo, cultura o patria». Eso no significa que lo haya hecho en el mismo sentido en que Hitler lo hiciera. Dice nuevamente Tepichín: «Martin Heidegger quería elevar a Alemania al estatus de pueblo elegido para los modernos, como lo fueron los griegos para la Antigüedad. Al final de la década de los treinta, Heidegger está seguro que cualquier manifestación de la modernidad, incluyendo a la vida cotidiana, ya está cargada de una orientación tecno-científica».
Así, con un largo trayecto que va desde las consideraciones hereditarias entre romanticismos y nacionalismos hasta la vuelta del Heidegger primero al Heidegger tardío, o ese que llaman el Heidegger posterior al Ereignis (evento/acontecimiento), Tepichín escapa a los vicios que últimamente —por no decir en la última década— otros filósofos han cometido alrededor del tema de Heidegger y la política: nuestro autor no peca de idealizar la obra heideggeriana y volverla un punto neutral, o un no sitio en el cual sólo acaecen asuntos ontológicos, al mismo tiempo que no se nos vuelve un afrancesado para sucumbir en las redes moralinas que vuelven de Heidegger más peligroso que el mismo Führer. No, nuestro autor se da cuenta que no podemos analizar algo tan complejo desde una visión maniquea, pero sí podemos acceder a ellas para entonces analizar lo complejo: por ello me sorprende, cosa que pocos han hecho, que en su último capítulo no omita a «la competencia», recorriendo tres distintas lecturas sobre el caso Heidegger, tres por cierto muy contemporáneas y las que también creo son de mayor relevancia: la de Giorgio Agamben, Alain Badiou y Slavoj Žižek, con el propósito de contrastar y concluir así algo propio.
Rememorando la reflexión con la que inicié: ¿cuánto nos dice la vida de un filósofo sobre su propia filosofía? Es necesario despreciar lo cotidiano y la intimidad de su vida en aras de la ornamentación casi divina de un pensador; o quizá adentrarnos hasta el último rincón de su cama será lo que en muchos casos nos hará destruir esta vieja tradición de hacer dioses de ídolos caídos, de mantenerse en silencio ante las injusticias, de edificar ideas donde en realidad vale más la pena derrocar esos edificios conceptuales construidos por la academia, por los silencios y por comentaristas temerosos a la crítica.
Con el libro de Tepichín se abre nuevamente la caja de Pandora, dándole un nuevo aire al problema, abriendo una vez más esas preguntas que seguirán en el aire de aquí a algunas décadas: ¿será que Heidegger fue cómplice de su propia época? ¿Será que le faltó destreza política y que sus intereses siempre estuvieron más allá de ser un defensor de los valores del estado alemán, o convertirse en cabeza de una universidad? ¿Acaso es Heidegger más cercano al replanteamiento de la pregunta por el ser que al replanteamiento de la pregunta por la raza?
¿Será que Martin Heidegger fue cómplice de su propia época? ¿Será que le faltó destreza política y que sus intereses siempre estuvieron más allá de ser un defensor de los valores del estado alemán, o convertirse en cabeza de una universidad?
¿No será que la sombra de sus ingenuas afinidades políticas y sus deseos de liderazgo, se convirtieron poco a poco en su ruina? ¿Podría existir el riesgo de que con la edición completa de la obra heideggeriana —de aquí a dos décadas— se contradiga su inocencia, volviéndose peor que el mismo Führer, y entonces deba ser enterrado por la nueva Santa Inquisición de la corrección política? Esperemos que no.
O como escribe Tepichín: «Al día de hoy muchos pensadores a favor o en contra observan la filosofía y la política de Heidegger como si fuese un eclipse, como si estas fueran la luna y el sol acercándose una con otra, pero pierden de vista la sombra que provoca el eclipse. Intentemos develar esa sombra, imposible de observar, pues está sobre nosotros, nos cubre; sólo el pensamiento nos permitirá dar cuenta de esa sombra».
Fuente:
https://www.filco.es/rompecabezas-de-martin-heidegger/
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