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Ananké



Óscar Sánchez Vadillo



Hoy nos da mucha lástima la naturaleza, natura/naturans y natura/naturata, pero hay que recordar que hubo un tiempo, excepcionalmente largo, en que fue ella la que nos tuvo sometidos a nosotros. Nuestros antepasados, en efecto, vivieron un mundo durísimo, inimaginablemente áspero para nosotros hoy, en el que reinaba de modo inclemente la Necesidad -Ananké, en griego arcaico-, Necesidad natural tanto como Necesidad política, y a casi nadie se le ocurría osar siquiera contestar tímidamente a ese poder incontrovertible. Las noches eran oscuras como la boca del lobo, los bosques estaban llenos de alimañas, los reyes eran seres imponentes, y el futuro consistía en la eterna repetición de la penuria. Paradójicamente, la gente era más alegre entonces que ahora. Precisamente porque vivían enjaulados en un calabozo de fatalidades (el mundo estaba lleno de paredes, era todo él muro tras muro y muros doquiera), resultaba más sencilla la resignación y el vivir al día. Cuando estás ocupadísimo en trabajar como una mula, pagar diezmos y tributos, sufrir un miedo permanente a las bestias, los dioses, el señor feudal y la meteorología no tienes tiempo ni cuerpo para pensar en la felicidad, simplemente matas el escaso tiempo libre en burdeles, templos y tabernas, que, aunque parezca que no, venían a ser lo mismo.

En el siglo XXI, en cambio, padecemos la angustia diametralmente opuesta. Nada tiene paredes, todos los muros han caído. Hasta el Universo mismo, el paradigma mismo de la firmeza para los antiguos -de ahí “firmamento”…-, nos inculcan que es enorme, a la vez que diminuto; totalitario, a la vez que azaroso¨; e irrebasable, al tiempo que abierto. Porque si ni el propio Big-Bang tuvo razón de ser, y bien pudiera no haber sido, y el Universo mismo en que vagamos perdidos es uno entre una infinidad de combinaciones posibles, entonces es inevitable concluir que la existencia es completamente irrelevante, mientras que para nuestros tatarabuelos era todo menos eso. Antes del siglo XVIII europeo, por poner fechas y lugares, vivir era difícil, pero jamás absurdo. Cada ritual, cada oficio, cada mera vestimenta parecía eterna e inexorable, pero a cambio todo lo que sucedía en la Tierra era de un valor extremo. La libertad era poca, muy poca y a muy alto precio, pero sabía a gloria, como el sexo. Año 2023 y estamos ahítos de libertad, en una especie de condena a la libertad (por llevar mucho más lejos el ingenioso retruécano de Jean-Paul) de la que más bien nos gustaría librarnos. Sabemos, hoy, y además es completamente cierto, que todo, todo en este mundo, desde el Género hasta las sacrosantas Leyes de la Física, podría ser de otra manera, ¡de una miríada de maneras distintas!, y esa es nuestra peculiar versión de Ananké, de la Necesidad. Dicho con otras palabras: antes de la Revolución Industrial la especie humana pasaba arduas e insufribles necesidades, y de ahí que saborease a tope las muy infrecuentes alternativas a la soberanía cósmica y política; después de la Revolución Industrial todo ha sido profanado a nuestro servicio, es verdad, y nos lo pasamos como niños, es cierto, pero el Destino sigue ahí, manifestándose en la forma del Ab-Grund, de no-fundamento. Occidente, y con él el resto del planeta, ha pasado de estar agobiado por la Necesidad a estar agobiado por la Contingencia. Va un ejemplo tomado de la vida cotidiana. Un señor nacido en el Quatroccento se miraba en un espejo -ya existían los espejos- y asumía la fea cara que veía reflejada en él, a partir de la cual obraba felizmente en el margen de sus estrechas posibilidades; una señora nacida hoy, en un país de los llamados desarrollados, contempla su fea cara en un espejo -el del móvil, que tiene filtros-, y lo primero que piensa es en cuáles amargas modificaciones se va a tener que hacer en una clínica de cirugía estética…

Tener un Cielo implacable sobre nuestras cabezas era ya un yugo muy pesado sobre nosotros, pero haberlo sustituido por un Suelo que continuamente se abre bajo nuestros pies no lo es menos. Pensar la naturaleza en términos del bucolismo grecolatino es fácil en regiones templadas del globo, pero ponte a ser Virgilio en plena Siberia. No hace falta en absoluto ser un energúmeno ecofascista para entender que la venganza no ha sido la de la naturaleza sobre el hombre en la forma del calentamiento global, sino que lo que ha sucedido realmente ha sido la venganza del hombre sobre la temible Ananké. No obstante, es preciso encontrar el famoso y aristotélico término medio. El otro día escuché a un nutricionista decir que la supuesta dieta equilibrada existe, pero no es la mediterránea, o no sólo, sino que existen un sin fin de dietas equilibradas, dependiendo de la herencia genética y también del gusto cultural correspondiente. Análogamente, de nada sirve habernos librado del hechicero de la tribu que fungía de intermediario entre el hombre y las potencias oscuras de la naturaleza para haber sustituido el espanto primigenio por el vértigo de la incertidumbre absoluta (ejemplo banal: tú hoy preguntas a alguien qué música le gusta y resulta que a todos nos gusta todo tipo de música, o sea: todas y ninguna).

Ni Cielo cerrado ni Suelo agujereado: la Libertad se mueve entre espacios de Necesidad…

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