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Albert Camus: libertad o rebelión en el absurdo.






Albert Camus (1913-1960) fue uno de los pensadores y escritores más lúcidos del siglo XX. La hondura y sencillez de expresión de sus obras ensayísticas, narrativas y dramáticas las convirtieron en piezas muy valoradas y leídas, tanto en el contexto de la filosofía como de la literatura. Un clásico atemporal para tiempos de crisis.

Por Carlos Javier González Serrano

Camus escribió algunas de las citas más memorables del pasado siglo y redactó algunas de las obras más relevantes del pensamiento contemporáneo. En especial, El mito de Sísifo (1942) ha pasado a formar parte del ideario colectivo, con aquella cita que forja su prometedor comienzo: «No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio». El asunto primordial de la filosofía es, pues, el de juzgar si la vida vale o no la pena ser vivida: tal es la cuestión fundamental. «El resto, si el mundo tiene tres dimensiones, si las categorías del espíritu son nueve o doce, viene después. Se trata de juegos; primero hay que responder».

El sentido de la vida

El mito de Sísifo, de Camus (Alianza).

La actitud camusiana frente a la realidad fue siempre cordial. O lo que es lo mismo, damos sentido al mundo, sobre todo, a través de la emoción, del corazón: el ser humano debe alcanzar ciertas evidencias sentimentales para, solamente después de obtenidas, profundizar en ellas racionalmente y que así el espíritu las tenga claras. Es posible que lleguemos a Marte, que habitemos otros mundos o que la tecnología y la ciencia avancen hasta un grado ahora inimaginable, pero siempre habrá alguien, en todas esas circunstancias, que se preguntará por el sentido de la existencia.

Incluso Galileo, que tuvo la certeza de haber descubierto una importante verdad científica, no dudó en abjurar de ella con toda tranquilidad cuando vio que su vida corría flagrante peligro. Apunta Camus: «En cierto sentido, hizo bien. Aquella verdad no valía la hoguera. Es profundamente indiferente saber cuál de los dos, la tierra o el sol, gira alrededor del otro. Para decirlo todo, es una futilidad. En cambio veo que mucha gente muere porque considera que la vida no merece la pena de ser vivida».


«No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio», escribió Camus. Juzgar si la vida vale o no la pena ser vivida es el asunto primordial de la filosofía

Sin lugar a dudas, por tanto, Camus considera que el sentido de la vida es el más apremiante de los asuntos a los que ha de enfrentarse el ser humano, alternando la emoción y la claridad, que no se riñen, sino que se complementan en esa primordial indagación. Se trata de una cuestión individual, y no social, que cada persona ha de desenmarañar y dirimir con su mismidad; las ideas, dogmas y condicionamientos externos solo producen desorientación. Si no hemos pensado la cuestión hasta el fondo y en soledad, el gusano del sentido no dejará jamás de habitar nuestro corazón.

Inercia de vivir

Es justo cuando se da un divorcio entre nosotros y nuestra vida, entre «el actor y el decorado», cuando surge el sentimiento de lo absurdo. El tema central de El mito de Sísifo es ese precisamente, «esa relación entre lo absurdo y el suicidio, la medida exacta en que el suicidio es una solución para lo absurdo». Suele decirse que «vivimos naturalmente», como por inercia, pero no es así. De rato en rato, de tarde en tarde, surge en nosotros la conciencia del paso del tiempo, de nuestra finitud, y nos preguntamos si esta vida que estamos viviendo, tal y como la estamos viviendo, encierra o no algún sentido. Es en ese instante cuando surge el más genuino abismo de la libertad.

Suele decirse que «vivimos naturalmente», como por inercia, pero, de tarde en tarde, surge en nosotros la conciencia de nuestra finitud y la pregunta por el sentido de la vida

Cuando alguien decide dejar de vivir es porque se ha reconocido, escribe Camus, «aunque sea instintivamente, el carácter ridículo de la costumbre de vivir, la ausencia de toda razón profunda para hacerlo, el carácter insensato de esa agitación cotidiana y la inutilidad del sufrimiento». Aunque no solo está en liza el juicio de nuestras emociones, de nuestro corazón, sino también de nuestro cuerpo (reflexión esta muy nietzscheana): «El juicio del cuerpo vale tanto como el del espíritu y el cuerpo retrocede ante la aniquilación», explica Camus. Mas esto sucede, incide el autor argelino, porque nos hemos acostumbrado a vivir mucho antes que a pensar. Camus llama al diferente criterio que puede existir entre nuestras certezas existenciales (que invitan a acabar con la existencia) y la certeza del cuerpo (que desea mantenerse con vida) el quiebro mortal.

Suicidio o restablecimiento

Pero no es en absoluto Camus un apólogo del suicidio, si bien tampoco lo condena. El ser humano debe acostumbrarse a vivir zarandeado, inmerso en ese absurdo que, en momentos de clarividencia, llegará a su vida como punzante clavo ardiente. Y es que «al final del despertar llega, con el tiempo, la consecuencia: suicidio o restablecimiento». La decisión es siempre nuestra, inexorablemente individual, si no queremos convertir nuestra vida en una existencial maquinal, automática. El suicidio escapa de manera tramposa, casi irreverente, a la experiencia del absurdo, pues, a su manera, «el suicidio resuelve lo absurdo. Lo arrastra a la misma muerte. Pero yo sé que, para mantenerse, lo absurdo no puede resolverse. Escapa al suicidio».

Camus no es un apólogo del suicidio, pero tampoco lo condena. El ser humano debe acostumbrarse a vivir zarandeado

A Camus le parece sorprendente que todos podamos vivir como si nadie supiera nada, como si la existencia se diera de una vez para siempre con todo su sentido, como un don, como algo gratuito. A pesar de estar expuestos a la decadencia en la que nos sumerge el tiempo, no tenemos nunca experiencia real de la muerte, sino ajena, en la otredad. Por eso, vivimos la finitud como algo que tiene que ver con el otro, y no con nosotros. Somos, por tanto, un extraño para nosotros mismos, pues llevamos en nuestro interior la certeza de algo que, sin embargo, desconocemos. La certeza (nunca constatada) de nuestro fin.

El trampolín de la eternidad

Lo absurdo es la experiencia de un límite, de una lucha o una tensión. Mientras esta tensión dura, la vida se mantiene en vilo, persevera, pues tiene mucho por resolver. Solo hay absurdo en el universo del ser humano. Cuando este se decanta por la fe, por el «trampolín de la eternidad» –como lo llama Camus–, entonces se elude la lucha: «ese salto es una escapatoria». Somos nosotros los que debemos convertirnos en dioses. Así lo explica en una cita imposible de olvidar: «Convertirse en dios es solamente ser libre en esta tierra, no servir a un ser inmortal. Es sobre todo, por supuesto, sacar todas las consecuencias de esta dolorosa independencia».

La cuestión que Camus pone sobre la mesa es: «Quiero saber si puedo vivir con lo que sé y solamente con eso». ¿Podemos, siendo conscientes del absurdo, mantener esa tensión indefinidamente hasta que, en efecto, acontezca nuestra muerte? Pues, como escribe el autor, «se trata de vivir en este estado de lo absurdo». La heroicidad del ser humano tiene su centro aquí, en vivir y pensar en y con esos desgarramientos inevitables, sabiendo que, a cada instante, somos nosotros los que debemos aceptar o rechazar. Y añade: «La honradez está en saber mantenerse en esa arista vertiginosa».

«Convertirse en dios es solamente ser libre en esta tierra, no servir a un ser inmortal»

Nuestra vida, a fin de cuentas, se nutre del vino de lo absurdo, de una ebriedad existencial que consiste en obstinarse, en perseverar. Vivir no es más que hacer que viva lo absurdo en nosotros, y hacerlo vivir es, ante todo, contemplarlo: «Por eso una de las pocas posiciones filosóficas coherentes es la rebelión. Esta es un enfrentamiento perpetuo del hombre con su propia oscuridad». Una rebelión que, en definitiva, se convierte en nuestro ineludible destino y da valor a nuestra vida.


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