La película más tenebrosa de Disney
- filosofialacalle
- 11 abr
- 4 Min. de lectura

Óscar Sánchez Vadillo
Puede que hayas
Nacido en la cara buena del mundo
Yo nací en la cara mala
Llevo la marca del lado oscuro
Y no me sonrojo si te digo que te quiero
Pau Donés
En los años ochenta era muy habitual en Madrid pasar una tarde entera de domingo metido en una sala de cine con cierto aspecto de corral de comedias a echarse al cuerpo tres películas seguidas por un módico precio. Ni que decir tiene que la calidad de dichas cintas no podría ser muy buena, pero al menos, desde el punto de vista de los niños de la década, estaban lo suficientemente cuajadas de los efectos especiales más artesanales y deslucidos jamás vistos y de la cuota de acción necesaria -pensada mayormente para chicos, no para chicas, todo hay que decirlo- como para que la experiencia fuera todo lo emocionante que se pudiera desear. Por entonces, en el barrio de Moratalaz teníamos nada menos que dos cines (nada menos, digo, porque ahora no hay ninguno…), uno al que yo iba poco, del mismo nombre que nuestro ensanche al otro lado de la M-30, y el otro, mi favorito, el cine Garden, en una hondonada de Moratalaz que daba a una hermosa glorieta y que actualmente se ha reconvertido en gimnasio (se diría que nos estamos volviendo griegos antiguos, con tanto gimnasio, pero se debe recordar que aquellos eran gratuitos1) y en sala de fiestas. Tiempo más tarde, los colegas adolescentes íbamos a otro cine de tarde de domingo en Aluche, uno imponente en cuya fachada colgaban los carteles más horteras y coloristas del cosmos. La parroquia del cine estaba compuesta de lo mejor de cada casa, y como las películas que se exhibían eran del estilo destape español2 pero rodadas en otros lugares de Europa por cuatro perras, en cuanto la gente se aburría un poco salían del patio de butacas toda clase de groserías y salacidades de marca mayor. Eso parecía, más todavía que en Moratalaz, un corral de comedias de los de antaño, lo cual casi hasta le honraba, y las carcajadas repercutían en las vigas de edificio. Estoy convencido de que acudían todos, y hasta pagaban la entrada, si es que la pagaban, más por liarla que por la película, los muy cinéfilos, y que en realidad ninguna película tuvo jamás ni la menor oportunidad...
Pues bien, fue en Moratalaz donde vi, en una de esos largos ratos que comenzaban con el sol de sobremesa y terminaban entrada la noche, una de Disney que más me valiera haber visto en Aluche. Se trataba de una de ciencia-ficción, pero mala a rabiar, titulada El abismo negro (en realidad, en inglés era El agujero negro, pero alguna autoridad decidió que los españolitos no iban a saber lo que era eso, de modo que lo sustituyó por algo más dramático…) La película tenía buena intención, porque lo que pretendía era subir el nivel científico3 del entusiasmo por el género de la “Space ópera” tras el éxito universal y resonante de la primera de Star Wars, y desde luego que lo conseguía, pero a costa de todo lo demás. La caricatura del Capitán Nemo es patética y pierde los nervios por nada, el protagonista es un claro calco de R2D2 pero en bocachancla y cargante, los rayos láser representan una involución respecto a los de George Lucas, los demás personajes son totalmente planos y apenas existe dialéctica alguna entre ellos, ¡las voces españolas del doblaje son las de Luke y Han!, y el resultado más oscuro y siniestro que fantástico y futurista (lo mismo se puede decir de La amenaza de Andrómeda, de 1971). Pero algo salió relativamente bien, puesto que el batacazo en taquilla sí que fue de auténticas dimensiones galácticas y efectivamente la película termino tragada por el abismo negro del olvido.
Sin embargo, y hablando del abismo, hay un detalle al final de la cinta que la salva del desastre total. Cuando por fin los personajes cruzan más allá del horizonte de sucesos, queda bien representada la locura mental y la distorsión corporal que implica la experiencia imposible de una curvatura del espacio-tiempo casi infinita. Eso en Star Wars ni estaba ni se lo esperaba. El Halcón milenario pega brincos descomunales porque sí, con sólo chasquear los dedos. Y es magnífica también la escena final, en la que el Capitán Nemo de pega y su guardaespaldas robótico caen al fondo del agujero negro y descubrimos que dominaran en ese infierno rojo como el Satán de John Milton en El paraíso perdido tras ser fulminado por Dios. Nada en este mundo es rematadamente malo o negativo, y hasta puede que Elon Musk sepa cocinar unas buenas tortitas para desayunar…
En cualquier caso, salió álbum de cromos de El abismo negro, y Disney pudo resarcirse del bochorno en el año 82, con la, esta sí, flamante y originalísima Tron. Viendo Tron, hasta en aquel cine de Aluche no se oía el vuelo de una mosca...
1 También los griegos antiguos tenían sesión continua, a su manera: los festivales de teatro, si no recuerdo mal, consistían en tres obras por la mañana, dos tragedias y una comedia, y lo mismo en horario vespertino, con una pausa para comer en las propias gradas.
2 Mis padres, por entonces, eran precisamente amigos de guionistas del destape, como Carlos Puerto o José Luís Navarro, gente que intentaba muy en serio que ese particular y poco duradero género tuviera cierta dignidad narrativa.
3 El caso más extremo que yo he conocido de disparate científico en el género de anticipación tiene lugar en una canción, no en una novela o en una película. La columpiada está en la versión que hicieron los españoles M-Clan de la maravillosa Serenade from the stars de la Steve Miller Band, cuando Carlos Tarque canta que se halla, solitario y jugando al póker con su ordenador, nada menos que a 200mil millones de años luz de la Tierra. Ni aunque se hubiese logrado construir una nave que viajase a la velocidad de la luz (es decir, que observada desde fuera tuviera cero masa, peso infinito y el tiempo se hubiera congelado para ella), esa distancia significa que Tarque llevaría 200mil millones de años lejos de casa, lo cual, teniendo en cuenta que le aguardaría un viaje de retorno de la misma duración, aventaja con mucho las mejores expectativas de Jordi Hurtado, Keith Richards o Matusalén.
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