Óscar Sánchez Vadillo
Yo, claro, detesto lo del “bro” que usa la chavalada hoy al final de casi cada frase, o en mitad de ella (¿las chicas entonces son “sis”? ¿los profes somos, así, “pro”?; pues parece que no...), pero porque ya soy más carrozón que el que portó el ataúd de Isabel II de Inglaterra. Me revienta, aun a sabiendas de que es equivalente al viejo “tronco” o “macho” o “colega”, no porque venga del inglés de Harlem, que me importa un rábano, sino primero porque de nuevo es exclusivamente masculino, luego porque abunda en el lenguaje del entorno de los videojuegos, y no digamos ya si me pongo a pensar en esa moda sonora que odia la música: el reguetón(-to)…
No obstante, hasta el reguetón(-to) tiene su cosa, siendo como es prácticamente pornografía cis-hetero de pésimo gusto, y una exaltación insultante del lujo capitalista para los oídos de aquellos que jamás disfrutarán de nada parecido. El reguetón(-to) quiere sonar a algo que hasta pudiera querer ser una caricia en un ambiente adolescente en el que ya no hay desgarros políticos ni distancias insalvables entre las personas particulares, a un ambiente en el que apenas se mueven las drogas, donde hay contacto humano significativo aunque sea mirando el móvil, y protagonizado por gente presuntamente sana y atlética que cuida su aspecto más que Beau Brummell. En comparación con el rock, con el jazz, o con el rap, yo diría que el reguetón(-to) cuenta con un mayor número de supervivientes entre sus rutilantes estrellas, aunque solo fuera porque sus carreras profesionales son por lo general cortas.
La generación del “bro”, aunque escuche reguetón(-to), habitualmente no cruza ciertas líneas rojas que estos ritmos profanan y ultrajan sin parar. Mientras que el reguetón es el lugar residual del dismorfismo sexual cerrilmente biológico en materia de teoría de género, y la única corriente de moda actual en que se resiste garrula y obstinadamente a la llamada “cultura de la cancelación”, sus oyentes, al menos en nuestro país, en su gran mayoría no van de ese palo. Los chavales del “bro” han sido educados en las redes sociales mucho más que en la educación obligatoria, dónde va a parar...
Abundan los canutillos, la cachimba y los vapers entre la gente del “bro” (si hay pitillo, debe ser de bricolaje, o sea, de liar o lianza, porque mola mucho eso de hablar mientras te lías uno, así das la impresión de estar a lo tuyo y a lo ajeno a la vez, como con los móviles), que hacen pandilla. Gastan una esmerada higiene capilar, que les cuesta sus buenos dineros, y cuyo estilo sólo cambia para seguir igual. La vestimenta ha de ser hipercómoda, aunque de marca, con gorra o capucha para fingir que ocultas una interesante y superespecial vida interior, esa paradoja tan juvenil de que para ser único hay que ser exactamente igual que todos. Tatoos que no falten, muchos y desde muy pronto, una segunda piel que te convierte sin lugar a dudas en la oveja más singular del rebaño, y que todo fluya… Políticamente, yo les detecto incrédulos, pero más incrédulos hacia los vientos que provienen de la izquierda que a los que soplan de la derecha. Han aceptado espontáneamente eso que decía Arthur C. Clarke de que toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia, y están palpando con sus deditos un cierto reencantamiento del mundo que cuando venga servido por las grandes tecnológicas va a ser una decepción de dimensiones cósmicas -un detalle: en la segunda de Spiderman protagonizada por Tom Holland salen drones, los drones resulta que ya son nuestro amigos, como si no sirvieran para espiar, vigilar y asesinar en lejanas tierras.
Como nosotros a su edad, lxs chavalxs quedan para tomar cañas, hacer todo eso que hacen y enseñarse unos a otros cuál debe ser la recta conducta a seguir en cualquier situación, poniéndose de ejemplo a ellos mismos. El argot del “bro” esa es otra ventaja que tiene, si yo he observado bien: devuelve el encanto de la palabra a esos niños que se comieron la cuarentena dura encerrados en casa mirando pantallas. Sólo por eso, los maduritos debemos reconocer que ese estilo de vida es suyo, tal vez la reacción al que nosotros les hemos impuesto, pero su reacción particular y privada, nueva novísima. Todos nos creemos muy cultos y lo del “bro” nos suena vulgar y bárbaro, pero lo cierto es que no tenemos la menor idea de lo que saldrá de allí con los años. Así que serenidad y paciencia, bros…
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