En La obsesión del origen (Ubu Ediciones), el sociólogo, ensayista y crítico cultural Eduardo Grüner abre un debate necesario acerca del pensamiento del filósofo Martin Heidegger. Además, lo vincula con las ideas de Theodor Adorno y la Dialéctica de la Ilustración. Incluso, encuentra un posible cruce entre la cuestión de la técnica en Heidegger y la racionalidad instrumental en Adorno. No parece sencillo, pero Grüner navega aguas que conoce bien.
Por un lado, es doctor en Ciencias Sociales de la UBA, fue vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales y es coautor de catorce libros en colaboración, de otros seis como autor y prologó a Sartre, Foucault, Jameson, Žižek, Balandier, Terray y Scavino, entre otros. A estos méritos académicos, suma otros que tienen que ver con el afecto: Grüner es uno de los profesores más queridos de Filo y varias de sus sentencias y frases forman parte del grupo de facebook “La gente de Puan anda diciendo” con el que esa comunidad se ríe de lo que se puede decir en medio de una clase.
Pese al frío de las últimas mañanas del otoño porteño, el profesor se abriga sin sobreactuaciones y se presta a las sesión de fotos con Ñ. Días antes, dialogó sobre el modo en el que se pensó al autor alemán, el debate intelectual en tiempos de “corrección política” y la pandemia vista como una herida al antropocentrismo.
–¿Su libro puede entenderse como un “ajuste de cuentas” tanto con los detractores como con los aduladores acríticos de Heidegger?
–La respuesta a la pregunta del subtítulo del libro (después de “Heidegger”, ¿se puede escribir “Adorno”?) es evidentemente negativa. Hay muy poca posibilidad de conexión entre la ontología en definitiva abstracta e idealista de uno y el marxismo crítico, con su “dialéctica negativa”, del otro. Ni hablar de las respectivas posiciones políticas. Sin embargo, hay un vínculo subterráneo entre la pregunta por la “cuestión de la técnica” en Heidegger y por la “racionalidad instrumental” en Adorno. En los dos casos –aunque con distintas lógicas y objetivos– se trata de una crítica muy radical al armazón (el “andamiaje”, diría Heidegger) ideológico-cultural, social, y aún subjetivo, de una modernidad capitalista cuya “razón” es la del puro cálculo de la relación medios/fines, con independencia de los contenidos de valor. Es una forma de racionalidad formal, que anula la materialidad compleja y las particularidades de lo real, y las disuelve en el Concepto general, como lo piensan Adorno y Horkheimer en la Dialéctica de la Ilustración, y que por lo tanto tiende al dominio de todo lo existente, incluida la Naturaleza, en un mundo de “administración total”. Me interesa recuperar esta hondura crítica, en el caso de Adorno hecha desde adentro de la Ilustración; pues no se trata de salirse de ella, como pretende cierto pensamiento “postmoderno”, sino de detectar sus conflictos internos, de “ilustrar la Ilustración”, en palabras de Adorno, y en las huellas de pensadores como Marx o Freud. Y esa crítica está también en Heidegger, aunque con casi total ajenidad respecto de la Ilustración, a la que considera parte de la “historia de la metafísica”, del “olvido del Ser”, y todo eso. Sus detractores apresurados se limitan a despacharlo por “nazi”, y arrojan al niño con el agua de la bañera, como se dice, perdiendo la posibilidad de preguntarse qué hacer con esa radicalidad, ya que ha sido tan influyente. Sus aduladores acríticos ni se ocupan del asunto, fascinados por el “desocultamiento del Ser” o el “Dios venidero”, como si lo del nazismo fuera una anécdota olvidable sin relación con su pensamiento. En los dos casos se termina perdiendo el muy interesante conflicto interno que supone el pensamiento de Heidegger.
–En un momento se desliza la idea de que podría pensarse, de hecho, que las ideas de Heidegger fueron más influyentes en pensadores marxistas y/o de izquierda que en pensadores de derecha.
–Es así. Por supuesto que esos pensadores de izquierda se desmarcan totalmente del pasado político de Heidegger, y a veces lo critican con mucho rigor. Pero no se puede negar el efecto explícito o implícito de sus ideas sobre, digamos, Marcuse, Sartre, Althusser, Foucault, Derrida, Levinas, Žižek (y, en otro sentido, Lacan). De muy diferentes modos, todos ellos se interesan por ese costado crítico del que hablábamos recién. Algunos incluso pudieron concebir un “marxismo heideggeriano”, como en el caso del primer Marcuse –que no dejó de increparlo duramente por su negativa a explicarse sobre el nazismo– o de un filósofo bien interesante, por desgracia muy poco leído en la Argentina, Kostas Axelos. También sucedió en su momento entre nosotros, si uno recuerda nombres como los de Carlos Astrada, Enrique Dussel u Oscar del Barco. Ellos, para bien o para mal, no cayeron en aquella trampa “detractores apresurados versus aduladores acríticos” que decíamos. En cambio, Heidegger siempre parece haber sido un pensador incómodo para la derecha radical, y por supuesto para la neoliberal, quizá por su complejidad, pero también, supongo, porque oscuramente percibieron que sus impugnaciones al “andamiaje” dominador, o a la “metafísica de la técnica”, los alcanzaba también a ellos, o al menos podían ser leídas desde la izquierda. Sin duda tuvo interlocutores en la derecha crítica (Carl Schmitt o Jünger), pero los “intelectuales” más propagandistas del partido nazi lo odiaban, e hicieron todo lo posible por desplazarlo.
Seminario Lethor. Dominique Fourcade, Francois Vezin, Ginevra Bompiani, Martin Heidegger, Jean Beaufret y Giorgio Agamben.
–Menciona el planteo de Levi-Strauss referido al “fin de la humanidad” y lo califica como “la cuarta herida narcisista” (Copérnico, Darwin, Freud). Es, tal vez, inquietante, pensarlo en tiempos de pandemia. Este tema sobrevuela sus libros más recientes donde plantea que no es una mera cuestión natural sino que está ligada al modo de organización social y política en el que vivimos
–Cuarta herida, sí, y por supuesto última, ya que supone la imposibilidad futura de más heridas. En Levi-Strauss, sobre todo a partir de su polémica con Sartre, hay una idea cada vez más fuerte de re-disolución de la Humanidad en la Naturaleza, como también se ve, más recientemente, en alguien como Jean-Marie Schaeffer y su “fin de la excepción humana”. Ese gran antropólogo que es Levi-Strauss parece por momentos privilegiar a la Naturaleza sobre la Cultura y su pulsión dominadora en la modernidad. Quizá por ese lado se pueda encontrar una convergencia con Heidegger y Adorno, habría que explorarlo, aunque aquí la referencia sería más bien una suerte de Rousseau “estructuralista”. En todo caso, es un atendible llamado a la humildad y una crítica al “antropocentrismo” dominante desde el Renacimiento. También lo es la pandemia, que está planteando la hipótesis plausible de aquella “cuarta herida”. Con Copérnico, la Tierra dejó de ser el centro del Universo; con Darwin, el Hombre dejó de ser el centro de la Creación; con Freud, la conciencia dejó de ser el centro del sujeto; con la pandemia, la humanidad deja de ser el centro de sí misma, y advertimos que somos sujetos inermes ante la Naturaleza, como pasa cuando hay terremotos, tsunamis y recalentamientos globales, solo que de manera más inmediata. La pandemia es asimismo un “fenómeno social total”, como hubiera dicho Durkheim. Se vincula a esa expansión “loca” del Capital y su destrucción de la naturaleza “normal”, revela a simple vista la abyecta desigualdad entre naciones y clases sociales, desnuda las miserias del negocio de la salud –o directamente de la muerte–, la lógica de la vida sometida a la de la ganancia, la subordinación de los cuerpos vivientes a los intereses geopolíticos de las clases dominantes, etcétera. Es lo que se llama el biopoder con su rictus más perverso.
–En un momento describe algunos análisis sobre la obra de Heidegger como “absolutamente repugnantes” y habla de "maniobras vomitivas" a la hora de interpretar su filosofía. No es tan frecuente leer críticas de ese calibre en la actualidad. ¿Cree que tiene que ver con cierta “corrección política” que va haciendo mella en el sentido común imperante?
–Los compromisos políticos de Heidegger, y el silencio que sobre ellos mantuvo hasta su muerte, deben ser condenados sin el menor atenuante. No hay sutileza ni profundidad filosófica que pueda salvarlo. Pero me fastidia mucho el oportunismo de los escribientes que se apoyan en eso para cocinar una papilla fácilmente digerible por las “almas bellas”, ahorrándose la profundización en los textos, algo más difícilmente comercializable. Y que requiere el módico coraje intelectual de instalarse en ese ojo de tormenta contradictorio que es el pensamiento de Heidegger. Es más fácil recurrir al anecdotario biográfico, sacar frases de contexto, asociar mecánicamente discursos y acontecimientos políticos durante 400 páginas, para terminar concluyendo lo que ya se sabía en la primera. Es lo opuesto a lo que hace, por ejemplo, Lacoue-Labarthe con su concepto de nacional-esteticismo, que proviene de un análisis crítico detallado no solo de los contenidos filosóficos, sino de la propia escritura, incluso del estilo heideggeriano, como ya lo había hecho Adorno en su famosa crítica de “la jerga de la autenticidad”, para detectar dónde está realmente el fascismo constitutivo de ese discurso, a saber en esa estetización de lo político de la que hablaba Walter Benjamin. Lo otro, supongo que con buena voluntad puede ser calificado de “corrección política”, algo que cuando es extendido por fuera de terrenos donde su aplicación es imprescindible, no sirve más que para obturar el pensamiento crítico. Y desde ya que antes habían más posibilidades de un debate profundo. Hoy vivimos, en lo esencial, en una era post-literaria, y por lo tanto post-crítica. Decir que todo tiempo pasado fue mejor es una soberana tontería, pero también lo sería negar que algunos tiempos pasados fueron mejores.
–En un momento, parafraseando a Marx, escribe: “Lo que hemos hecho hasta aquí es interpretar a Heidegger. De lo que se trata ahora es de transformarlo”. ¿Cómo sería esa transformación?
–Tiene que ver con adentrarse críticamente en la lengua de (en este caso) Heidegger, para someterla al examen de la historia. Y cuando digo “la lengua”, no me refiero al alemán, sino a lo que pueda interpelar a nuestra propia lengua, el castellano rioplatense en su actualidad. Como se propone en el libro, no se trata de “traducir” a Heidegger para decir lo mismo en castellano, sino de trasladarlo para intervenir en nuestra lengua crítica, y procurar la producción de algo diferente. Lo mismo vale para Adorno: hay que hacerse cargo de esas intersecciones conflictivas que atraviesan al pensamiento occidental, pero hacerlo desde nuestra situación latinoamericana. Esto se me ocurre que es una tarea central hoy, en que sufrimos ese decaimiento post-literario que mencionábamos. Post-literario, y por lo tanto, decíamos, post-crítico, y quizá post-político, ya que todo eso está implicado en la grave degradación del lenguaje que es nuestra condición presente.
Grüner es sociólogo, ensayista y crítico cultural. Foto Diego Waldmann.
BÁSICO
Eduardo Grüner
Argentina, 1946. Ensayista.
Es sociólogo, ensayista y crítico cultural. Doctor en Ciencias Sociales de la UBA. Fue vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y Profesor titular de Antropología del Arte en la Facultad de Filosofía y Letras, de Teoría Política en la Facultad de Ciencias Sociales, ambas de dicha Universidad. Es autor, entre otros, de los libros: Un género culpable (1995), Las formas de la espada (1997), El sitio de la mirada (2000), El fin de las pequeñas historias (2002), La cosa política (2005), La Oscuridad y las Luces (2011). Escribió un centenar de ensayos en publicaciones locales e internacionales. Es coautor de catorce libros en colaboración y prologó libros de Sartre, Foucault, Jameson, Žižek, Balandier, Terray y Scavino, entre otros.
La obsesión del origen Eduardo Grüner Ubu Ediciones
Fuente:
https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/volver-heidegger--pensador-incomodo_0_K_CnRovWK.html
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