
Óscar Sánchez Vadillo
Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la inhumanidad.
Paul Virilio
Creo que fue en las Lecciones sobre filosofía de la historia universal donde Hegel calificó al triunfo y expansión del cristianismo en Europa como una “huida masiva” de la realidad, puesto que el ser humano de la época medieval sin duda vivía y padecía en la Tierra, pero en su pecho y cabeza ansiaba el Otro Mundo, bajo cuyo criterio juzgaba este. Pues bien, en la actualidad abundan los signos de otra gran fuga, esta vez seguramente definitiva y de un alcance global. Llamemos a esta segunda oleada, sin pretender ser originales, con un término que está en todas las bocas, además de en todos los bolsillos donde hay dinero, dinero de verdad, no esa miseria que los asalariados tenemos en la cuenta corriente: Digitalización. Y adonde nos conduce la Digitalización es al Ciberespacio, o al Metaverso de Mark Zuckerberg, o al Game de Alessandro Baricco, que es la versión más optimista del asunto. Aun con lo mucho que me gusta, no me he levantado muy Baricco hoy, de manera que tengo la impresión de que el dispositivo móvil, que pronto albergará todas nuestras identidades ciudadanas pertenecientes al mundo del que huimos (muchos lo llaman analógico… ¿era una sala de torturas del mencionado Medioevo “analógica”?), y también el Internet Of Things, ha dado la puntilla para siempre a la educación, por ejemplo, lo que ocurre es que todavía no nos hemos dado cuenta. TikTok, por su parte, ha asesinado ya a la lectura, lo que ocurre es que el cadáver todavía no hiede. El ChatGPT, y los que aparezcan después, van a estrangular la escritura, lo que ocurre es que todavía no han desarrollado la suficiente fuerza en los brazos -porque tienen brazos, lo que no tienen es cabeza ni corazón. Los videojuegos a punto están de matar al deporte, en cuanto esté disponible la sensación artificial de volar en vez de la fatigosa de correr, etc. En general, vamos a dejar a las computadoras, eso tan mal llamado “Inteligencias Artificiales”, la planificación y en muchos casos ejecución (a causa de la “robolución” que también nos anuncian) del entero orbe de lo que la Fenomenología, y Habermas todavía hoy, denominaban Lebenwelt, el “mundo de la vida”. Sin embargo, de verdad que no hay mala intención en ello, sencillamente es que esas viejas costumbres “analógicas” son pesadas maletas llenas de enseres que nos impiden la migración, esa migración que en la Edad Media se realizaba hacia arriba, es decir, presuntamente a mejor, y ahora, en cambio, tan solo hacia delante, es decir, presuntamente a Otro Tiempo, ya veremos si peor o mejor… (cumpliendo a rajatabla el Weg von hier, das ist mein Ziel, esto es: “Fuera de aquí, esa es mi meta...” de La partida de Franz Kafka).
Desde luego que para el hombre quedarse quieto en un modo de vida fijo es imposible, al menos en Occidente, aquel lugar donde siempre se pone el Sol (Heidegger le sacó mucho partido a la metáfora que plantea Occidere, en latín, o Abendland, en alemán, en el sentido de que es aquella parte del mundo en la que las formas de vida nacen y mueren constantemente), y pedirnos eso sería pedirnos una momificación forzosa y dolorosa, pero es que la Digitalización está practicando una política de tierra quemada, tal como yo lo veo, de suerte que todo aquello que no sea sometible a Digitalización va a ser paulatinamente arrasado. Así, el Cambio Climático se va a cebar sobre todo con el Sur Global, que no lo ha generado; el peligroso incremento de las llamadas superbacterias va a convertir en obsoletos los maravillosos antibióticos; las grandes tecnológicas se están erigiendo ya como un Quinto Poder no electo ni electible que sojuzgará a los cuatro anteriores; las cámaras de vigilancia con reconocimiento facial en las ciudades van a convertir los derechos civiles en papel mojado; la implementación de los llamados “cuerpos cyborg”, por ejemplo la medicalización invasiva de nuestra salud (y la subsiguiente posibilidad de su “hackeo”, ¡del hackeo de nuestro propio cuerpo!) apunta hacia una biopolítica que deja en pañales la denunciada por Michel Foucault; el macronegocio, entre empresarial y político, de la minería de datos aplanará la riqueza de la condición humana hacia un mundo de clientes y de modas, que cambiarán incesantemente para seguir igual; problemas ya detectados de infertilidad humana trazan un futuro de infrapoblación tan inquietante como lo era cuando se pronosticaba superpoblación; sumado a eso, las explosivas posibilidades de la ingeniería genética van a hacer bien difícil la asunción de una continuidad humana entre nosotros y nuestros antepasados; la enorme capacidad de destrucción de los ciberataques masivos va a equipararse a la del armamento nuclear; la acidificación de los mares, con la presencia de microplásticos y tecnofósiles en el medio ambiente, envenenará el único ecosistema no humano que restaba; la penetración en los próximos años en nuestros hogares del Internet Of Things engendrará la subsiguiente posibilidad de su “hackeo”, del hackeo de nuestro propio hogar; las muchas pandemias que están por venir, puesto que las macrogranjas no parecen disminuir su actividad; los riesgos inesperados de los experimentos con transgénicos, que hace tiempo ya que nos estamos comiendo alegremente sin que nadie pueda calcular las consecuencias; las más que seguras migraciones masivas, que la parte rica y poderosa del mundo reprimirá duramente, y más con el mandato de Trump; la sexta extinción masiva del reino animal, que ya está en marcha y es ignominiosa; la inusitada capacidad de manipulación al tiempo que de descreimiento que otorgará a la vuelta de la esquina la tecnología del Deepfake…
Todo un panorama. No es sólo que al mundo y al ser humano no lo va a reconocer ya ni la madre que lo parió, como dijo Alfonso Guerra de España, sino que parece que es aposta, que lo que más deseamos en el siglo XXI es soltar amarras con el pasado, incluso en nuestra propia conformación anatómica. Elon Musk, siendo el hombre más rico -y más necio...- de mundo, parece como que debería estar satisfecho de su vida en este planeta, pero no, tiene que decir que no, aunque sea fake, tiene que decir que preferiría pasarlas canutas en Marte… La Digitalización va a producir una brecha existencial en la vida de las sociedades que dejará pequeña la actual Brecha Digital, puesto que una parte de la humanidad habrá ingresado en la nueva Tierra prometida, mientras que el resto mayoritario se habrá de conformar con la tierra arrasada, con las ruinas de la Historia (que deberíamos aprender a apreciar, no tratar de superar: https://hyperbole.es/2025/01/ruins-porn-cuidar-el-o-del-mundo/). Lo más trágico de todo, o, según se mire, lo más cachondo, es que resulta bastante probable que sean los afortunados que hayan plastificado enteramente sus vidas los que lo pasarán mal en su nueva existencia pixelada, mientras que los pobres diablos que hayan quedado fuera, el nuevo tecnoproletariado y tecnolumpenproletariado, hasta se lo pasarán bien, rodeados de basura. ¿Y por qué, de dónde me saco eso? Pues porque la vida plastificada consistirá en el culto perpetuo y neurasténico a los likes y a la imagen, como en Black Mirror (https://hyperbole.es/2016/12/caida-libre-black-mirror-t3c1-la-felicidad-obligatoria/), mientras que los “desterrados hijos de Eva”, como dice la Salve, estarán a lo suyo, tratando de gozar de lo que tienen, aunque sea pobre y poco, pero en cualquier caso crudamente real (lo cual me recuerda a la película de 1999 firmada por David Cronenberg eXitenZ, donde tiene lugar una guerra civil entre los aficionados a vivir en una realidad paralela y los “realistas”, luditas nostálgicos del mundo analógico).
Don´t look back in anger; o, como cantaban los REM, It´s the end of the world as we knew it…
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