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De la Metafísica como Escalpelo…



Óscar Sánchez Vadillo


En Pensamientos, Pascal escribe lo siguiente, entre lo que yo juzgo que son un buen montón de despropósitos barrocos:


¿Qué es el «yo»? Un hombre sale a la ventana para ver los transeúntes; si yo paso por allí, ¿puedo decir que se puso a la ventana para verme? No; porque no piensa particularmente en mí. Y el que ama a alguien a causa de su belleza, ¿le ama? No: porque la viruela, que matará la belleza sin matar a la persona, hará que ya no le ame. Y si se me ama por mi juicio, por mi memoria, ¿se me ama «a mí»? No; porque puedo perder estas cualidades sin perderme a mí mismo. ¿Dónde está, pues, este «yo», si no está ni en el cuerpo ni en el alma? ¿Y cómo amar el cuerpo o el alma sino por estas cualidades, que no son lo que constituye el yo, puesto que son perecederas? Porque ¿se amaría la sustancia del alma de una persona abstractamente, cualesquiera fuesen las cualidades que tuviera? Esto no puede ser, y sería injusto. No se ama, pues, jamás a nadie, sino solamente a las cualidades.


En toda su incisiva grandeza, qué tradición más terrible, y más horrible, es también en su doble fondo la Metafísica... Siempre e infatigablemente empleando un escalpelo mental para diseccionar la experiencia espontánea y dejarla en cueros, tiritando, casi muerta. Recuerdo un fragmento parecido de Marco Aurelio. Como era un emperador, podía acostarse con una mujer distinta cada noche, o varias al tiempo, pero como era estoico, no le merecía demasiado la pena. Porque, total, decía él (Tà eis heautón, Cosas dichas a mí mismo, extrañamente traducido como Meditaciones), si lo piensas bien, bajo el indudable atractivo que ejerce el cuerpo femenino para el heterosexual o para la sáfica o para Robert Mapplethorpe no hay más que vísceras asquerosas, fluidos repugnantes, ritmos estomacales, defecaciones mefíticas, etc., que para colmo un día se ajarán y serán pasto de los gusanos. Y ese desprecio es lo que nos quería hacer sentir Marco Aurelio, como si la filosofía consistiera en mirar por el ojo de la cerradura de la vida hacia su aspecto ciegamente escatológico, más bien infrafísico que metafísico, cuando lo cierto es que ninguna persona normal, ajena al estoicismo o al pensamiento en general, lo vería nunca así. Pero no porque la gente esté completamente desacostumbrada a la práctica de la reflexión, o porque sólo miren su móvil o se pasen las horas muertas sumergidos en el flow hipnótico de los videojuegos, que también. En realidad, muy al contrario, la gente ya sabe todo eso de sobra, ya ha oteado por el ojo de la cerradura de la existencia, puesto que cuidan de su bebé aunque se les cague encima, llevan a su marido al hospital para que le enderecen las tripas, observan el hueso tronzado de su hijo saliéndosele del codo... saberlo, sin embargo, no les come la cabeza en absoluto ni les impide amar. La filosofía, en cambio, tiene que subrayarlo, tiene que restregártelo en la cara, obteniendo un morboso placer en ello, el placer del que, como Sófocles, entiende que la conciencia es sufrimiento y se niega a sufrir solo. Y a mí me parece que en lo que incurren tanto Pascal como Marco Aurelio, como casi todos los grandes autores blancos, varones y muertos del pasado e incluso el que esto suscribe muy a menudo, no es más que en nostalgia del espíritu intangible, dado que no lo encuentran en ninguna parte y sólo él sería realmente valioso. Frente a su evanescente posibilidad, el resto de lo tangible/comprobable les/nos parece puro desecho....

Pero para combatir a ese talante falsario y triste, la autoridad de Aristóteles, que sin duda también fue un filósofo, el Filósofo. A Aristóteles, en De anima, no le escandalizan las funciones corporales del alma, no parecen deprimirle lo más mínimo ni trata de sugestionar a los demás para que se depriman hechos como el de que no seamos más que la expresión viva de un cuerpo. “El todo es mayor que la suma de las partes”: esta fórmula lógica tan célebre en Aristóteles significa también que la boca no es un grotesco agujero en la cara que tritura y deglute materia, como si pudiera ser considerada aisladamente, sino que la boca es parte armónica de un organismo cuya función es muy superior, pero que muy superior ciertamente, al mero nutrirse o a la tarea de la nutrición. “El todo es mayor que la suma de las partes” es, pues, una máxima empírica, antes que lógica, o un Trascendental, si se quiere, puesto que nadie podría sustraerse a ella al percibir e incluso al imaginar y sentir. Igualmente, si Pascal no encontraba ningún “yo” analítico y abstracto en la observación de la conducta ajena pues peor para él, que se ponga a escribir teología jansenista, es decir, protestante encubierta, como de hecho hizo movido por sus piadosas hermanas. Pero cualquiera sabe o puede fácilmente saber que un cierto yo sintético que no es necesario concretar es el origen de la concreta mirada de Bette Davis o de la inconfundible voz de Freddie Mercury, y que ambos destacan y atraen el amor de muchísima gente que no conoce los Pensées de Pascal (y que si los conocieran lo considerarían materia erudita y les importarían un verdadero y muy sólido rábano). Pensar no debería servir para aguar la fiesta de la existencia a nadie, sin contar con que, como escribía mucho después John Stuart Mill, hablando del concepto de “alma” y de la esperanza que su noción infunde en tantas personas, y en no pocas culturas: Esa esperanza, aunque carezca de un adecuado respaldo científico-racional, trae consigo efectos beneficiosos que no pueden desestimarse: estimula nuestra generosidad y delicadeza para con los otros; alivia la sensación de absurdo que nos produce observar la decadencia y finitud naturales que afectan a todas las cosas; nos da mayor fuerza y otorga “mayor solemnidad” a todos los sentimientos que nuestros prójimos y la humanidad en general suscitan en nosotros. (En Tres ensayos sobre la religión, Técnos, pág. 31).

El problema de la filosofía, o de la Metafísica, por tanto, no es que sea poco realista, o que flote entre las nubes, como creen y no paran de susurrar sus detractores, sino en todo lo contrario: en que muchas veces es demasiado realista, es tan realista que se arroga la responsabilidad de descomponer en piezas los fenómenos que obran de modo natural para poder mostrárselos con rebozo a los legos y luego ya no saben cómo montarlos otra vez... A mí, pongamos por caso, cada vez que oigo que la atracción sexual por la belleza humana depende de hormonas o feromonas me parece la misma milonga del distinguido emperador pero en el lenguaje de la secta de la bata blanca. Hay que ser filósofos, la filosofía debe permanecer en las escuelas, en las universidades y en la cultura del futuro, si es que el Metaverso que Zuckerberg pretende inflar como un globo (eso sí que va a ser ta metá ta phisiká…) en los próximos años deja algo fuera de él que no sean meros despojos analógicos. Pero no hasta el punto de necrosar, eviscerar y esterilizar todo aquello que sea verdaderamente vital y existencialmente insustituible…


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