Óscar Sánchez Vadillo
"La mente que encuentra su camino a lugares asombrosos es la mente del poeta; pero la mente que nunca encuentra el camino de vuelta es la mente del lunático."
G.K. Chesterton
Recuerdo una noticia casi chusca que apareció hace unos años en el diario español Público:
https://www.publico.es/internacional/hombre-recibe-disparo-durante-discusion.html.
Los hechos son para reír, de los filósofos o de los rusos, siempre tan dostoievskianos o tan borrachos estos últimos (vodka significa «agüilla»: así de cariñoso y así de natural...); mas probablemente de ambos a la vez. Si hubiera sido por el glorioso fútbol, la disputa habría terminado peor, todo sería para llorar y no para reír y, sin embargo, todo el mundo lo comprendería mejor. Pero creo sinceramente que la filosofía misma no se merece esas risas, aunque sí se las hayan ganado muchos filósofos particulares, entre los que no se cuenta precisamente Kant, que era una persona absolutamente seria para el pensamiento así como para consigo mismo.
La filosofía no se lo merece, digo, porque en realidad nada como la filosofía ha insistido tanto en la aplicación directa, existencial, de la propia teoría, como si para actuar precisásemos siempre de una telaraña de ideas generada por nosotros mismos que prediseñase, como una retícula fantasmal, nuestros afanes cotidianos. Parece claro que la gente común apenas hace eso, sino que, más bien, o echa mano de las teorías existentes, o vive como le viene en gana -generalmente, esto segundo pretextando lo primero-, y por eso encontramos extravagante el caso de aquellos rusos elevado/pendencieros. De ahí la sempiterna pregunta con que se busca colapsar y silenciar al filósofo antes de haberle oído, ya se sabe, el «¿y esto para qué sirve?». Las respuestas a tal pregunta, amigos, siempre son patéticas, todas ellas, sobre eso no hay que engañarse. Y es que no hay por qué jugar a ese pueril y diminuto juego. La filosofía que no consiente una praxis inmediata es, sin duda, en muchos casos, filosofía en toda regla, y aquella que se promociona como acicate de la acción suele ser, en cambio, pensamiento gratificante o lo que es peor: crasa voluntad de poder. Voy a intentar, pues, formular esa pregunta bien, en su sitio, y espero que nadie quiera después pegarme por ello.
Fue, seguramente, la influencia histórica de las escuelas helenísticas la que nos ha hecho creer que la filosofía debe ser susceptible de aplicación o no ser, y que, cuando menos, el ámbito de esa realización efectiva está en la vida del propio filósofo, que si es consecuente con ella será considerado «sabio» con todos los honores (en aquella batalla histórica entre escuelas, por cierto, la victoria se la llevó esa doctrina de redención individual y dominio global que llamamos cristianismo). Sin embargo, esta actitud no está clara en los fundadores, que más bien entendían la filosofía como una propuesta de educación general e integral –paideia– para sus ciudades respectivas. Cierto que Platón da lugar a ambigüedades: por un lado parece entender la filosofía como un diálogo especulativo interminable, pero por otro lado confía en la función soteriológica, salvadora, del pensamiento sobre la vida concreta. En mi opinión, ésta es la contribución fundamental de Platón a la que más hay que oponerse hoy, en vez de otras en las que, después de todo, no resultó tan errado.
Lo diré clara y contundentemente: la filosofía no salva el mundo, no dirige la historia, no evita la violencia, no cura de las pasiones ni va a arreglar tu vida, así de fácil. Olvida todo eso, busca otras esperanzas u otros consuelos. Si sanación es lo que te ofrecen, sospecha del sanador y de su remedio, o, si acaso, básate únicamente en tu percepción de los resultados, pero sin pretender universalizarlos. Filosofía no es, después de todo, nada de eso, aunque se haya intentado muchas veces.
Filosofía es, en cambio, y como parece, discurso de conceptos, o sea, que empieza en conceptos, se desarrolla mediante conceptos y da lugar a conceptos. Un proceso que sólo refiere a la realidad como tema suyo, pero nunca como aval o garantía. Los conceptos no son la realidad, ni siquiera nuestra experiencia plural de la realidad: yo concibo una montaña y eso que concibo no es la montaña ni puedo escalarlo y obtener minerales. Otra cosa es que sin concepto de montaña los hombres, a diferencia de las cabras, no sobreviviríamos ni un día en el Himalaya. Las cabras, como el resto de los animales, viven la aventura absoluta, mientras que los seres humanos abordamos la realidad con el equipamiento de simulaciones que la ponen cada vez más a nuestro servicio. Esa ventaja de la que partimos ni que decir tiene que nos ha hecho dueños de las cabras, de las montañas, y hasta, desdichadamente, de los demás hombres. De manera que no hay que subestimar a los conceptos cuando afirmo que la Filosofía tan solo se mueve entre ellos, pero tampoco hay que suponer que un concepto es capaz de apresar una realidad que inevitablemente se le escapa.
Hegel decía que la red de conceptos de una época congela el devenir histórico, ofreciéndonos de él una imagen estática y, por tanto, falsa, porque la realidad sigue en marcha y los deja atrás. Quien guía su vida por un concepto determinado congela su vida. Quien pide coherencia vital con una idea nos pide la ceguera voluntaria. Los conceptos sirven para muchas cosas, dependiendo de quién y para qué intereses se los use, o nadie se molestaría en parirlos, y a menudo un solo concepto da lugar a prácticas distintas, incluso a una y a la vez -o después- a su contraria.
La historia de la humanidad está llena de grandes personajes que se llevan las manos a la cabeza escandalizados por las consecuencias reales de sus conceptos: «¡no era eso, no era eso!», exclaman. A sus seguidores les ocurre igual, y se precipitan a justificar lo injustificable, en base a rebuscar y excavar entre las palabras originales del Mesías (también grandes personajes ha habido que debieran haber contemplado lo que desencadenaron, pero que murieron antes para su suerte). Pero es que no es el mundo el que tiene la culpa, ¿cómo demonios el mundo va a tener culpa alguna?; de haber una culpa, sería la de la con-fusión entre teoría y realidad, esto es: el ideal de la Verdad.
La Filosofía produce conceptos, y, claro, no es la única disciplina que lo hace, ni siquiera la más antigua; tan sólo, quizá, la más exigente. La Filosofía, por consiguiente, sirve para todo lo que se quiera que sirva, siempre que separemos cuidadosamente -y aún abstractamente- el momento de la ideación del momento del uso. No podemos, por ejemplo, dejar a los políticos la operación ideativa, porque nacerá adulterada desde el principio por sus propios fines corporativos e individuales en vez de dirigirse al bien colectivo, cuya promoción incesante es su presunta tarea profesional. Para lanzar teorías están las universidades, por ejemplo, en el bien entendido de que sean verdaderamente independientes.
De cualquier forma, aunque los conceptos como tales sean moralmente aceptables o reprobables conforme al uso para el que han sido alumbrados, el acto mismo de pensarlos se mantiene eternamente inocente. Y del mundo imprevisible, que luego los pone majestuosamente del revés, se puede decir decididamente lo mismo. En este sentido, la Filosofía hace lo que tiene que hacer, que es concebir, y rara es la noción que no adquiere una praxis posible, o varias, pero entonces la responsabilidad debe recaer mayoritariamente en este último extremo. Es por esta razón, creo (muy weberiano estoy saliendo…), que la filosofía europea, desde la obra de Baruch Spinoza, ha puesto tanto énfasis en la libertad de expresión y pensamiento, marcando sin embargo taxativamente los límites en la acción. Y es por esta razón, también, que el ideal de la vida filosófica no es en modo alguno impracticable, pero en la conciencia de que no se está más cerca de la Realidad por ello -de que no se es, pues, más verdadero, más auténtico, ni nada parecido que el resto de nuestros congéneres por ello. La Realidad sobrepasa todo concepto, que no es más que un esquema selectivo de la realidad, y cuando un desconocido ruso se pelea con otro por la correcta interpretación de Kant en una húmeda bodega y no son pareja, pasemos tranquilamente de largo pero sin reírnos demasiado, que el planeta está repleto de inquietantes fanáticos parecidos a ellos que poseen los medios para hacer cosas realmente explosivas con sus malditas ideas….
Los geómetras actuales saben de sobra que un fractal no es real, por ejemplo, pero que sirve como modelo para dibujar la frecuencia de los latidos de un corazón sano; tras un siglo XX de puesta en práctica feroz de todas las ideologías concebibles, hora es ya de encontrar el «camino de vuelta» propio de una cabeza sana.
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