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Atajos filosóficos (37-45)

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Óscar Sánchez Vadillo



37- Mi problema con el cientificismo, si a alguien pudiera importarle, siempre es el siguiente: si en vez de estar media hora subido en una bicicleta estática, el mismo individuo lleva media hora trabajando de estibador en un muelle cargando cajas, el ejercicio es el mismo, pero lasatisfacción disminuye, hasta convertirse en negro hastío. ¿Qué es lo que cambia? No las reacciones del organismo, desde luego, sino la interpretación social que asigna un valor determinado a su actividad. La interpretación es, pues, previa, no sólo posterior, y modifica la sensación interna y externa de lo que se hace. ¿Qué substancia química puede alterar la posición social de cierto trabajo? La coca, en Perú, por ejemplo, según dicen, ayuda a resistir, no a sentirse más afortunado. Por tanto, el verdadero problema, desde mi punto de vista, reside en el sentido que otorgamos a nuestras acciones: sólo allí se decide la felicidad o infelicidad relativas. Cuando estibar fardos se convierta en una práctica a la que los ricos o los amantes del deporte se dediquen por hobby, agarrar cajas entre sudores colocará mucho más que cien prozacs o tres o cuatro rayas. De manera que, creo, hay que intervenir en los sentidos socialmente establecidos, frente a lo cual tomarse pastillitas sedantes no es más que terapia para viejecitos. Emplear términos chillones como “serotonina” o “neurotransmisores” sólo sirve para conseguir trabajo a unos cuantos tipos de bata blanca, y a una legión de vendedores de libros. ¿Qué se gana, por ejemplo, sustituyendo “virilidad” por “testosterona”, si su función explicativa viene a ser la misma? En realidad se pierde, tal como yo lo veo, porque con el segundo palabro connotamos al hombre como máquina, y las máquinas trabajan, no hacen otra jodida cosa las pobres que trabajar…




38- Los coches, ese prodigio de la técnica. Precisamente la industria automovilística se cuenta entre las más robotizadas de todas, y amenaza en el futuro con prescindir cada vez más de trabajadores humanos. Pero… ¿quién necesita realmente un coche? Todavía hoy, antes de que se generalicen los modelos eléctricos, que tampoco son gran cosa, un coche es contaminante, caro, hay que aparcarlo y, según recientes informes de la ONU, si los 7000 millones de habitantes actuales de la Tierra usasen coche al nivel del ciudadano medio norteamericano, el planeta no tardaría en reventar...

Sin embargo, por un lado se nos dirá que necesitamos coche, incluso más de uno por familia, para, como poco, llegar al trabajo, que hace como 80 años que lo han puesto en el quinto pino. Por otro lado, la publicidad de las marcas de coche nos dice, al contrario, que deseamos un coche porque “nos gusta conducir”, obviando que existen los atascos, las averías, las muertes en carretera, etc. La verdad es que ni necesitamos tantos coches ni los deseamos. La verdad es podríamos aprender a desear con mucho más gusto y ganancia vital el transportarnos a los sitios lejanos en coches compartidos con compañeros de trabajo, o en transporte público, leyendo en el Kindle, que es un robot que no tiene ninguno de los inconvenientes del coche. Tan artificial es desear tener un vehículo propio como desear hacerse con una gran biblioteca en el e-book, sólo que lo primero se hace pasar por un imperativo del crecimiento económico y lo segundo no, lo segundo, la biblioteca de uno, constituye, si acaso, un rasgo de distinción que no ya está tanto de moda como lo ha estado durante milenios.

Pues, creo, esos hábitos humanos son los que hay que revolucionar, o roboevolucionar, si se quiere, pero en nombre de un mejor deseo, no de una falsa necesidad… (Los trabajadores de las grandes marcas de coches se van a tener que buscar otro empleo pase lo que pase: que lo busquen entonces en Kindle...)





39- No es una comparación mía, sino un hecho palmario, aparte del dato llamativo de que la idea inicial del Big-Bang fue alumbrada por un cura católico conocido de Albert Einstein, Georges Lemaitre. Para Aristóteles, y en general para la antigüedad, la cosa no se veía así, lo cual muestra hasta qué punto la idea de principio y fin absolutos procede del judaísmo. Para Aristóteles, en efecto, el universo es eterno, no hay principio y fin del Tiempo -Alfa y Omega- porque el Tiempo se genera dentro de Universo, que es espacialmente finito, y por tanto sería absurdo plantear temporalidades para el conjunto visto desde fuera. No hay un visto “desde fuera”, “fuera” es un concepto que se refiere únicamente al contorno que separa una cosa concreta de otra, y no hay “cosa” colindante al todo finito. La bóveda celeste, al girar, define por su parte una función eterna, porque, aunque se mueve, ese movimiento es siempre el mismo, de ahí la perfección de la circunferencia, puesto que permite pensar el movimiento sin cambio, y la eternidad sin estaticidad. Todo esto podrá resultar extraño hoy, pero es plenamente racional. De hecho, los físicos cada vez más se alejan en sus especulaciones del cuadro conceptual cristiano tradicional y hablan de sucesivos Big-Bangs y Big-Crunchs, de Universos Paralelos, de Multiversos, etc.; es decir, pergeñan tendencialmente una eternidad cíclica a la antigua usanza.

Poco a poco nos desembarazaremos de viejas tonterías que dan lugar a paradojas (del estilo... ¿Y qué pasó el instante anterior al primer instante?, etc.) para las cuales finalmente se recurre a Dios, artífice para algunos -Lemaitre entre ellos- del Big-Bang.





40- (Capitalismo-baratija) ¿Cómo se puede llamar, si no? Ya le he tenido que comprar la última basurilla de moda a mi hijo pequeño. Gira y gira sólo si el padre del niño le hace una comida rica y elaborada para que junte energías a fin de que él pueda darle al manubrio durante horas. “El manubrio del ludíbrio del bodrio”, en una expresión de Valle-Inclán que hasta hoy no entendía. A ver. Supongo que es una manera de que el chaval vaya practicando para cuando se quede manco de una mano, portando el móvil. O no: o es una mano en la máquina de pagar y otra en la de girar, con lo cual sólo le quedan las piernas libres, pero estas ya nunca para escapar de la policía. La policía, por cierto, pasa mucho estrés, imagino que todos llevarán un “spinner” de estos junto a la porra y las esposas en un bolsillito del cinturón. Celia Villalobos, por cierto, ya puede abandonar su adicción al Candy-crush: que se pille un spinner para sus largas jornadas de quince minutos diarios en el Parlamento. La Tierra es un spinner, el sistema solar es un spinner, ¡la vida es un spinner, y no una tómbola, como creía Marisol! Hay que retocar la Historia del Arte Occidental, y que mi amigo Gabriel saque Photoshop de las grandes obras de la pintura con todos sus personajes míticos o mundanos manejando un spinner. Seguro que la Gioconda está sonriente porque lleva un spinner en cada mano... Pasaron los tiempos en que veíamos en la tele a Spinner...te. El spinner es el capitalismo consumado, ni tardío ni hostias: todo tipo de modelos y precios para un objeto que sirve exactamente para nada. A los profesores nos pagan ahora por requisar chismes: primero el móvil y ahora el spinner. En los colegios privados y concertados recibe una prima el que confisque más spinners. ¿Para cuando el spinner de Nike, o de Coca-cola?

Trump piensa en su siguiente tuit catastrófico mientras que gira un spinner con incrustaciones de diamantes. ¡Mi reino por un spinner! En fin, que paren el spinner que yo me bajo...





41- La única coincidencia que parece existir entre los autores de condición judía (más nominal que otra cosa), excepto la gran Hannah Arendt, es la de negar el historicismo. No en vano, Karl Popper, de ascendencia judía, escribió Miseria del historicismo. La idea es negar no que la historia sea la sucesión de acontecimientos que nos han llevado hasta aquí, sino que en ella se haya producido un cambio de conceptos y valores que sea relevante, que afecte a lo que entendemos por esencia humana. Historicistas como Ortega y Gasset hablan de las “perspectivas” -metáfora que toma de Nietzsche, que a su vez la toma de Leibniz- de la esencia humana, de manera que no hay dos perspectivas iguales, y el hombre sería el ser cambiante, el “camaleón” que decía Pico de la Mirandola. Marx, Freud, el primer Wittgenstein, Popper… entienden que las perspectivas son superficiales, y que una condición humana idéntica subyace bajo ellas. Por eso Freud puede estudiar las culturas primitivas en Tótem y tabú con las mismas características que atribuye al paciente contemporáneo, o Marx postular que al término del capitalismo aflorará una esencia humana ya fija para siempre. Bueno, es una opinión, que en lo que tenga de procedencia judía puede tener que ver con que todas las épocas y todos los hombres están a la misma distancia del absoluto divino, o sea, infinita (pace Levinás, también judío), y por tanto al fin y a la postre igual nos dan las diferencias relativas...





42- Casablanca es “la” película, the Number One, si los rankings no fueran ridículos, y supongo que fue el buque insignia de la hegemonía del cine americano después de la SGM, lo cual no estaba tan claro antes. El café de Rick, y su drama, que es lo que cuenta Casablanca, funciona como el taller de la victoria aliada. Lo que allí sucede es como la trastienda mitológica que asegura que, al final, la niebla del aeropuerto conduzca a norteamericanos y franceses a la victoria. Se han comportado noblemente, han vencido a su propio egoísmo, han comprendido que el motivo de la lucha es la defensa del amor, luego merecen vencer. La historia del café de Rick ha sido la prueba iniciática que un bando ha tenido que superar para sobrepujar el Mal, la Noche, la Irracionalidad y la Fuerza bruta. Cuando la película se terminó la guerra continuaba su curso, pero ya se sabía por qué había que ganarla, o algo así…

Eterna Casablanca, ya se la pondré a mis hijos cuando cumplan 15, y al que no le guste le echo de casa (a no ser que me saque sobresalientes…)





43- La posmodernidad no significa que no haya reglas, eso es, claro, la anarquía. Al contrario, significa que sólo hay reglas de juego, no principios inalterables y presuntamente fundamentados, ni siquiera los principios morales y rígidos de la propia anarquía. A mi me parece bien que la cultura occidental se haya relajado, y desde luego no echo de menos en absoluto la teocracia católica. Pero Savater, hablando de estos fregados, se olvida de una cosa. Con respecto a lo sagrado, aunque sea impersonal, cabe una relación posible que no es la de la plegaria, sino la del acto de gratitud. G. K. Chesterton insistía mucho en ello, y también Heidegger jugaba con el parecido en alemán entre Denken -pensar- y Danken -agradecer-. Por impersonal que se quiera, aquello que nos ha formado nos ha dado los rebujitos, los calamares y el sexo prematrimonial, o nos ha capacitado para dárnoslo a nosotros mismos y regalarnos con ello incomparablemente más que a las piedras de Marte, que habitan en la sosedad sideral.

Eso sí, muchos rebujitos sí que proporcionan un adecuado afecto de “doble ciego” como ni Richard Dawkins ni cualquier científico actual podría imaginar…





44- Encontré una sabrosa curiosidad acerca de Miguel de Unamuno en la casa de los padres de una amiga, en el pueblo de Quemada. Tenían en sus viejas estanterías cuatro libros, cuatro, pero entre ellos había un Austral de Unamuno acerca Del sentido cómico de la vida. Sorpresa. El título completo viene antecedido por Un pobre hombre rico, y es un cuento largo o novela breve de 1930. Yo no sabía nada de él... ¿podía haber concebido Unamuno ya en su vejez un sentido cómico a la vez, o contrarrestando, o por variar, que su habitual sentido trágico de la vida? (Por cierto, que un reciente artículo de Andrés Trapiello comenzaba indicando que Unamuno lo tenía todo excepto humor, y quizá es que no conozca este texto...)

Lo leí inmediatamente, después de descartar la tentación canalla de robarlo a mis anfitriones. Estaba muy bien, no era en absoluto el Unamuno de Niebla -poderoso truño tomado de Luigi Pirandello-, La Tía Tula -mejor, pero sermón de principio a fin-, o el apólogo tonto de San Manuel Bueno Mártir, que es ligeramente posterior. No. Allí lo que había es bonhomía, compresión facunda y jocunda de las vidas de la gente normal, que no aspiran a agonías espirituales, sino a la comodidad, la coyunda y la buena comida. Como un Pickwick envuelto en el sudario español, pero Pickwick al fin y al cabo. Una pena que luego a Unamuno volviese a entrarle el terror a la muerte y se le olvidase esa veta suya, tan pequeñita, tan excepcional, pero más alegre y despreocupada, y que sólo se reflejó en este pequeño gran cuento olvidado.





45- La enorme vanidad de los artistas. No me refiero a la mera vanidad de la sed de aplausos y premios, que es una vulgaridad, sino a esa que consiste en pensar que has convertido tu cabeza, o tu corazón, en la gruta de los tesoros de Alí Babá (algunos propios, la mayoría birlados), y que eso la humanidad no se debería permitirse fácilmente perderlo. De este modo, Savater quizá haya concebido inconscientemente la belleza de una muerte lenta por añoranza del amor. Se ha envuelto en una mortaja, ha escrito su epitafio y muerde al que se le acerque con palabras de consuelo. También Umbral escribió que lo que están en contra de la autocompasión son una especie sumamente peculiar de puritanos...

La gente sencilla no es así. Recuerdo una amiga de mi madre a la que yo conocía poquísimo, pero cuyo fin me sorprendió y admiró. Se llamaba Pili, y era una de esas mujeres que venden joyas no muy caras a amas de casa de su misma o parecida edad. Cuando se enteró de que tenía el típico cáncer del que sólo salen los ricos -o ni eso-, no le dio ni media vuelta al asunto. Pues es lo que hay, hijo mío, qué le vamos a hacer, allá prendas. Se tomó el proceso como una jubilación. Savater, en cambio, siempre ha sido un hombre muy agobiado con su propia muerte, como Joaquín Sabina. Una vez le entrevistaron camino de la facultad sobre eso, sobre cómo le daba más miedo morir, y respondió que le daba miedo el trance mismo, y que los detalles le importaban poco. A Sabina le ocurre algo más grave todavía: es un hipocondríaco de toda la vida. Cada vez que comete un exceso piensa que se está matando a sí mismo, lo cual incrementa el sabor de ese exceso y la culpabilidad que siente luego. Ya es malo temer a la muerte constantemente, pero imaginad el suplicio de saber que te la provocas tú mismo con cada nuevo cigarro. De ahí sale todo, tal como yo lo veo: como temo a la muerte, esta noche es la última noche de rayas, copas y pitis, esta noche tiene que ser eterna, y Sabina brilla como nunca su última noche, la cual, claro, justamente por ser tan especial se repetirá al día siguiente tras el episodio expiatorio de la resaca en el que te sentiste morir... Una tristeza absoluta de círculo perverso.

John Huston también fumó y bebió -¡el hombre que jamás había probado el agua!- hasta el último momento, incluso cuando iba en silla de ruedas, llevaba una mascarilla de oxígeno y rodó esa película tan anti-Huston, tan autocompasiva también, Dublineses. El tabaco, el whisky, etc., no son las sustancias de que están compuestos: son, en realidad, la sensación juvenil de abrir un marco a sucesos excitantes que postergan definitivamente la vejez y la muerte. Dice mi amigo Javier que Sabina le gusta a toda España porque todo español varón querría ser como él. Y debe ser cierto, pero porque no conocen el lado oscuro del canalla, el Retrato de Dorian Grey que secretamente le atormenta...

Yo creo, sin embargo, que el aprender a morir de Michel de Montaigne (cuyo vicio era más salubre, al menos) sólo es posible con desprendimiento. Si estás rendidamente enamorado de ti mismo con un cubata en un garito, como Sabina o Huston, jamás estarás preparado, al contrario: el miedo será cada vez peor, los cubatas cada vez en mayor número. Así que tal vez lo que esté haciendo Savater, sin darse cuenta, es desprenderse de sí mismo. Adopta una actitud en que el amor por otra persona cuya ausencia le está matando es el motivo de su ira y su dolor, pero en realidad es también una excusa muy oportuna, dada su edad, para ir despidiéndose de sí mismo. Yo, que también tengo mi maldita vanidad en el sentido señalado, supongo que haré lo mismo con mis hijos, pero con mis hijos vivos, claro. Pensaré que mi desaparición es un buen precio a cambio de la continuidad de su existencia. Pero quién sabe qué coños de razonamiento nos haremos entonces (a Borges, por ejemplo, parecía preocuparle menos morirse que ser olvidado, a la luz de sus poemas, precisamente porque no hacía más que insistir sospechosamente en lo contrario).

Lo que está claro es que el valor, o el soberano desatenderse final por todo, de aquella Pili no lo tiene cualquiera, y menos si has visto muchas veces tu nombre en una portada de libro o de disco o en unos títulos de crédito. Es así, y creo honestamente que no se puede evitar...

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