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Atajos filosóficos (288-295)

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Óscar Sánchez Vadillo


288- “Electricity comes from for another planets” decían en un temita The Velvet Underground a fines de los años sesenta. Siempre me impresionó esa intuición, y luego descubrí que formula metafóricamente lo que Hannah Arendt denominó “el punto arquimédico”, es decir, el hecho de que radiografiar la vida en la Tierra desde el punto de vista de fuerzas y elementos que la trascienden enteramente, como la electricidad, implica estar analizando nuestro viejo hogar y sus transformaciones como visto desde fuera (la palanca de Arquímedes...), en tanto una concreción más de fenómenos cósmicos. Así, los primeros astronautas fueron, además de Arquímedes o Luciano de Samosata, Giordano Bruno o Johannes Kepler, también Michel Faraday o Gaspard-Gustave Coriolis, Alfred Wegener o Hendrik Antoon Lorentz, H. G. Welles o Isaac Asimov, entre muchos otros. Va a ser, pues, cierto, que los norteamericanos de la NASA lo único que aportaron fue hacernos la película del satélite…





289- A los estudiantes en general se les enseña que cierta figura histórica o cierta fórmula es “famosa” o “importante”, importando poco, valga la rebuznancia, lo que venga después, o sea, en qué campo es “famoso” o “importante” y por qué. No es que no les digan, claro, que por ejemplo Mozart fue un compositor clásico “importante” y “famoso” para la música occidental, se lo dicen, claro, pero eso ya no es relevante. Lo relevante, para aprobar un examen (aprobar raras veces es aprender…), es que la casta cultural, por el motivo que sea, ha considerado que W. A. Mozart es más “famoso“ e “importante” que otros músicos, y ya el que lo sea por, pongamos por caso, componer una ópera con libreto en alemán no le interesa a nadie, ni al profesor ni al alumno.

Así, hay poca esperanza: la enseñanza en general consiste en unos pobres seres vivos receptores de información a los que se les da de comer un engrudo totalmente vacío que lo único que transmite es el árbol genealógico de cierta tradición, en claros e inequívocos términos de chauvinismo cultural y justificación del poder imperante.




290- Ryan Gosling, nuestro ario asimilado.





291- Sobre todo en la Enseñanza es válido el adagio de Marshall McLuhan de que el medio es el mensaje. Pero como el medio es presión por los exámenes, ejercicios del libro, docentes severos y suspicaces, cuantificación minuciosa de cualquier actividad (incluso una exposición oral es calificada mediante una “rúbrica”), horarios y disciplina cuartelaria, contenidos procesados de la manera más plomiza y muerta posible y, finalmente, la sensación flotando en el aire de que aprender es profundamente absurdo, entonces el mensaje no es más que este: la letra con muermo entra...





292- El enorme triunfo global de los llamados emoticonos no dice nada bueno de nuestro actual interés en la exploración de la complejidad, pero a cambio sacan muy a menudo del apuro a situaciones de comunicación potencialmente conflictivas sin abundar en mayores explicaciones.




293- Los video-clips musicales aspiran a una belleza fragmentada, planteada desde diferentes marcos, que se postulan más auténticos cuanto más variados. Asoman tipos cachas cuya musculatura es ya dinero y lujos, y mujeres cuyos cambios de vestuario, peinado y curvas denotan la volatilidad de los vínculos actuales, amorosos, laborales o geográficos. Últimamente se usan más escenografías naturales que tecnológicas, sencillamente porque lo natural es ahora tecno, al igual que los sentimientos de atracción reflejados son algo como “ahora sí / ahora no, pero siempre o nunca, cercana y a la vez lejana…” Si todo lo sólido se desvaneció en el aire, como apunto el Zeus de Tréveris, un video-clip encapsula ese aire y lo colorea con luces estreboscópicas. El espectáculo del mundo como Voluntad y constante Transformismo…





294- No nos engañemos: esta vida nuestra duele o deforma a casi todos, pero es cierto también que lo que vamos haciendo con ella suele ser mucho mejor que nosotros en cuanto nos separamos de ello y lo dejamos atrás.





295- (De profundis) Cuando yo era niño, no era ese sexo embozado que predicaban y escandalizaba a partes iguales a los vieneses de Entreguerras, sino llorar a lo bestia para desahogarse en los brazos de papá o de mamá la fusión suprema, el éxtasis mayor como tal vez no vuelva jamás a conocer. Así mismo, la experiencia moral más intensa que haya sentido yo fue a esa misma edad, cuando experimentaba que los pájaros huían de mí al querer acariciarlos. Mi madre me explicaba que es que tenían miedo de los humanos, y que no entendían que yo particularmente no quería hacerles daño, porque muchos otros sí se lo harían. La enormidad de esa injusticia me hacía llorar a lágrima viva, de pena tanto como de rabia…

(Luego, tardé otra tanda de años en conseguir asumir que los spots publicitarios eran mentira, y para colmo mentira aposta).

 
 
 

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