Óscar Sánchez Vadillo
131- (Ocultismo) Decía el Oldie esta mañana que es al revés, o sea, que a él si es martes y trece y va y pasa por debajo de una escalera que da sombra a un gato negro, pues mejor: sólo queda pisar una mierda para redondear el día. Tiene razón, yo creo, si vamos a retroceder al pensamiento mágico hagámoslo a la inversa: las excepciones y los días raros son signos de buen augurio, ya está. Lo del trece supongo que proviene de la última cena, por aquello de que el que completaba el número fue el traidor de la pradera. Lo del martes ni la más remota idea. Pero en general tales señales a favor o en contra -que son, o fueron, muchísimas más de las que conservamos hoy- se originaron en un pasado de difícil memoria para el cual tuvieron algún sentido todavía más antiguo, que el proceso de racionalización moderna (que es la manera en que Weber denominaba en el fondo al capitalismo) ha venido a sepultar irremisiblemente. Curiosamente, sin embargo, sobrevive el horóscopo, o no tan curiosamente, puesto que da de comer a los indocumentados del ocultismo y la videncia, esos que viven, como tantos, del miedo ajeno, pero del miedo pequeño y común que todos sentimos aunque en dramatizado. Mezclado con la numerología, el orientalismo y otras zarandajas, el zodiaco da mucho que hablar dentro y fuera de esos burdos negocillos, cuando, en realidad, las constelaciones visibles de la eclíptica son trece, precisamente, y no doce, de manera que vaya usted a saber a cuál pertenecemos realmente cada uno.
132- Hay un tiempo de la juventud, de las vacaciones o del aprendizaje en que los días pasan solos, sin notarse, como las vueltas de la noria que nos dan hechas, mientras que nosotros estamos atentos a la mudanza del paisaje. Pero hay otro tiempo, de la madurez, del trabajo o de la melancolía, en que cada día hay que remontarlo, como si para llegar al otro lado del bosque hubiera que trepar a cada árbol y volver a bajarlo. En este segundo uno se pesa a sí mismo, carente de la agilidad de los monos o de Tarzan para volar por los aires en liana. Supongo que los presos y los viejos viven incómodos -que no “instalados”- en este último de un modo cuasi-definitivo, como si no hubiera “otro lado del bosque”, y por eso no entendemos sus quejas cuando van más allá de las molestias presentes (a las que, pensamos, ya deberían haberse acostumbrado por repetitivas que sean, qué pesados). Mas no hay que esperar tanto, ni cometer ningún delito, para experimentar una singular mezcla de ambos tiempos que se da en aquel que tiene hijos pequeños, y que añade, al día a día, un fatigoso a la vez que a su manera entretenido noche a noche…
133- (Contrahistoria de la Filosofía, Michel Onfray) Definitivamente, así no se escribe filosofía. Una mezcla especiosa de panfleto, aforismo y prosopografía, todo dirigido desde su capricho personal y encaminado hacia la mala leche. Me refiero sobre todo a los tomos de historia de la tradición epicúrea y libertina, que él describe sin ningún rigor académico desde la elección maniquea de una de las dos partes de una polémica que pocas veces existió (de hecho, como tal polémica Onfray sólo escoge sus momentos de violencia unilateral). Es como si hubiese visto Ágora y decidiese emprender su cruzada personal contra el fundamentalismo desde otro flanco -total, tampoco Amenábar sabe bien qué se juega en su película... Pero el error, el gran error, es que para ello emplea una retórica también fundamentalista, como le ocurría a Foucault según Baudrillard (algo así como que emplea el lenguaje de lo que denuncia, dicho brevemente). De manera que uno sale de la lectura sin haber aprendido gran cosa, con los juicios de valor ya hechos, y en vez de gozoso del gozo, cabreado de su inmemorial ninguneo. Eso, claro, si se deja convencer. Si no, mejor recordar a Clemenceau cuando decía aquello famoso de “ponga vd. los sustantivos que de los adjetivos ya me encargo yo”. En resumen, literatura secundaria de divulgación, no la recuperación de una tradición silenciada.
134- Cuando trincaron a Hugh Grant gozando en su coche de la compañía de una señorita con la boca llena, los pajarracos de la prensa norteamericana le preguntaron:
-¿Ya tiene psicoterapeuta?
A lo que Hugh contestó: -No, en Inglaterra leemos novelas.
Toda la razón. ¿Cuál fue el aciago momento en que cambiamos la literatura y el teatro por los psicólogos y los pedagogos? Al margen de que leer sea siempre esforzado, digan lo que digan, el principal motivo de esta funesta transformación debe ser que con los profesionales del masaje de ego y del felling good uno, al menos, aunque no aprenda nada de nada, es el protagonista indiscutible.
135- Constituye hasta cierto punto una injusticia que se identifique mayormente la obra de Ramón Gómez de la Serna con las greguerías, pero él se lo buscó en gran parte. Si no recuerdo mal, se dividen en frívolas, patéticas, malas e infantiles. Pero hay algunas que brillan con luz propia. En 1936 ingenió algo como esto -no lo tengo a mano-: Lo malo no es que se acabe el mundo; ¡lo terrible es que se habrán terminado las descripciones! De modo parecido parecen pensar los aficionados a la fotografía, o, para nosotros, foteros. Agujerean el mundo con su cámara, como acosados por un temor insuperable al alzheimer. Viven en el frenesí de criogenizar el instante, como Goethe, pensando quizás que en su mueca hay algo que merece ser clonado. Son los paparazzis del tiempo, sea tiempo posado o sea tiempo robado. Al fotero no le importa: él reproduciría la idea platónica aunque ésta fuera directa e inmutable, y por tanto no nos pudiera faltar. Había un chiste en la revista satírica El Jueves que se reducía a una sola viñeta: un señor con un aparato de video se encuentra de frente con otro que, como él, lo lleva también calzado en el ojo en un escenario veraniego de playa. El primero dice “macho, no te había reconocido con tu cámara nueva”. Nunca se habían visto las caras, ni falta que les hacía. Están locos estos foteros, y, sí, nos roban más alma de la que nos devuelven…
136- (“Hablamos demasiado”) La máxima entrecomillada del título, claro, es de filósofo, que nunca han podido aceptarla exhibición del carácter humano en estado natural. Érich Rohmer, en cambio, nos daba a las criaturillas humanas todo el cuartelillo del mundo, sin pararse en mostrarnos -e incluso regodeándose pecaminosamente en ello- cuán a menudo somos triviales, pelmazos y, casi siempre, “falsos”, como dicen los adolescentes a partir de los realitys. Yo estoy más del lado de Spinoza, y esas películas de gentecilla que vive en un eterno domingo (como se decía de los personajes de Henry James) sin más afán que hacerse desear por otros me resultaban cargantes. Mis antipatías en este caso iban más por ese lado moralizante que por el estético que hacía decir a Gene Hackman en La noche se mueve que ver una de Rohmer es como ver crecer la hierba. De manera que mi gusto en verlas era inversamente proporcional al que tenía el director en hacerlas, de lo cual me alegro más por él que por mí. Se lo pasaba de miedo, no hay duda, Rohmer, como tanto espectador enamorado de esa cierta gracia y delicadeza de contar las cosas que no importan que no se ha ido con él, sino que algo como la nouvelle vague siempre puede volver como reacción al anquilosamiento del cine. Eso sí, a quien le parezca que representa mucho más que esa posible reacción a la contra que me lo vaya explicando despacito…
137- Los vecinos del pueblo leonés de Valdeminsánchez ha dado el sí en referéndum por un 51% de los votos a la iniciativa del alcalde de albergar un cementerio para políticos en las inmediaciones de la localidad. Aunque muchos de los habitantes de Valdeminsánchez han salido a la calle a manifestar su protesta por los peligros que tales residuos tóxicos morales pudieran comportar sobre la población infantil, el alcalde ha recordado que la venta de mascarillas y tapones para los oídos reactivará la maltrecha economía local. Fuentes cercanas a la agencia EFE señalan que es más bien el dinero procedente de los familiares de los ilustres finados en forma de generosos donativos de trajes y bolsos de firma el que ha decidido finalmente al consistorio y sus ahora elegantes vecinos a adoptar esta polémica medida en su municipio.
138- (Ikea) Además del consabido cansancio físico… ¿no os produce como una fatiga espiritual intensa ese lugar? Lucifer renegó del cielo porque los ángeles tenían que amueblarlo a la sueca. Es más: Dios formo al hombre del barro a Su Imagen y Semejanza y le insufló Su Aliento para que montase las compras. De ahí la huida del Paraíso y la posterior aspiración a la otra vida por parte de los santos, que son los más manitas y a los que menos importa escoger, sopesar y deliberar durante media eternidad. Cuidado con tu pareja si te ofrece una manzana decorativa de nombre “Bradilesk” o parecido: terminarás, como yo, deseando reformar la república independiente de tu casa como un aquelarre infernal...
139- (J. J. Rousseau) Por lo visto padecía cierto tipo singular de incontinencia urinaria que le hacía orinarse encima involuntariamente o bien sufrir cada gota que miccionaba en su debido lugar. Toda una vida, incluso una no pequeña parte de la historia, pueden cambiar por algo tan insignificante como eso, fijaos, oh, estudiantes de la pequeñez humana. Cuando estrenó su opera italianizante El adivino de la aldea, pese a ir ataviado como un zarrapastroso cosechó un éxito tal que rayó el astro rey. En efecto, el propio Luís XIV le llamó en audiencia áulica seguramente para concederle una pensión vitalicia, como poco, él, majestad sin parangón a la cual ni siquiera gustaba demasiado la música. Pero no, Juan Jacobo no iba a presentarse ante el monarca con los calzones oscureciéndose sospechosamente, menudo papelón. La noche antes el mismo Diderot luchó por convencerle de lo extraordinario de la oportunidad, pero no sólo no hubo manera, sino que terminaron peleados. En fin, dos conclusiones elementales. Primera: la revolución es una meada incontrolable largo tiempo esperada, bebida y reventona. Segunda: la lluvia dorada, como el catalán, mejor en la intimidad, incluso entre la intelectualidad libertina.
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