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Atajos filosóficos (117-123)



Óscar Sánchez Vadillo


117- Hay una manera infalible de ser infeliz sin que concurran circunstancias desgraciadas en la vida de uno: consiste en tener la conciencia hipertrofiada y la voluntad bajo mínimos. Al que le sucede lo contrario está más cerca de la bestia rubia deseada a veces por Nietzsche, y en general le va mejor. Otra cosa es al mundo, claro. El vergonzoso por deshonor (o por amor propio, pero en un sentido no cosmético, a la manera del Lord Jim de Conrad) es más controlable, sin duda, y por tanto será fomentado por los sistemas políticos autoritarios. La sinvergonzonería robusta, en cambio, genera admiración y hasta envidia, y será fomentada por organizaciones sociales desreguladas, anárquicas en la adquisición de riqueza y poder como la nuestra. Una prueba más, en fin, de que las relaciones, por así decirlo, “económicas", entre vida y moral son más ambiguas que Miguel Bosé, y lo malo es que por ahí debe haber mucha gente estudiándolas para vendernos cualquier cosa -no nos queda otra, pues, que estudiarlos a ellos.





118- (Libros…) A la inversa de como un zombie, que no existe, es un no-muerto, sin que eso signifique “vivo”, el libro, que existe sobremanera, es un no-vivo, sin que eso signifique “muerto”. Sucede con todas las formas de arte: producen artefactos disecados, una inexorable realidad que no puede cambiar ni una buena performance. Tomarse muy en serio los libros supone, pues, una manía resbaladiza que algunas grandes novelas ya han analizado, como El Quijote o Madame Bovary. Buscar la cálida compañía y poner nuestra lealtad en unos entes no-vivos, refugiarse en ellos y su susurrante monólogo... es como un tema de película o novela de terror, aleja de mí este cáliz...

El libro hay que leerlo, aunque sólo sea porque independientemente del valor que contenga uno particular, muestra y ejerce de facto nuestra disposición a aprender, pero su culto desmesurado es una forma especiosa de idolatría, no nos engañemos. Yo la padezco en buena medida, y sé un poco de lo que habló, supongo. No obstante, tampoco la actitud contraria, o sea, el evitar los libros porque son “vida prestada” (recuerdo el personaje de Galdós, un señorito, que dice esto al comienzo de Fortunata y Jacinta), conduce a ninguna parte hoy, ya que nos la “prestan” por doquiera, y en no tan excelente factura. El libro leído libremente como pharmakón: neutro en su origen, puede ser benéfico a veces y peligroso otras, se recomienda usar sin abusar, o abusar con un pie dentro y otro en la tierra -puede ser altamente adictivo, aunque a muchos les cueste creerlo.





119- A los urbanitas de todos los tiempos siempre nos ha resultado muy sencillo mirar por encima del hombro al prójimo del campo. Pero el razonamiento para llegar a ello es sinuoso. Como el habitante de la ciudad sabe que existen otras ciudades muy superiores en ventajas comerciales, culturales y de oferta de ocio, es irónico para con su propia condición de empadronado aquí o allá. Se siente un poco de ninguna parte, mientras que ve al hombre de campo arraigado en una parcela del cosmos como un ser sencillo que aún le tiene ley al terruño que le vio nacer. Al urbanita esto le produce una cierta ternura, puesto que él no tiene ninguna convicción distinta que oponerle, sino sólo unas prácticas más o menos hedonistas que disfrutar independientemente del lugar donde florezcan. De modo que en el burgués -etimológicamente hablando- la ironía comienza consigo mismo, aunque enseguida el cosmopolita de vocación la proyecte sobre los oriundos del agro, a los que a la vez respeta (por abrazar una fidelidad sin reservas ni dobleces que él no tiene) y desprecia (por desconocer la anchura y diversidad del mundo refinado). La excepción a esta regla se da, tal vez, en las más grandes y conspicuas ciudades, donde caben los dos sentimientos al tiempo: soy, por ejemplo, de Nueva York, y por tanto patriota de lo cambiante y vanguardista que caracteriza, caracterizó y caracterizará a mi ciudad ayer, hoy y mañana. ¿Son por ello los neoyorkinos, londinenses, parisinos, etc. los más afortunados sentimental y geográficamente, puesto que pueden suspender la ironía y sin embargo gozar de las mayores ventajas materiales y sociales? Lo que es cierto es que lo que vale para su propia ciudad, no sirve nunca del todo para las zonas restantes de su país, para las cuales sólo afectan un desdén de superioridad. En EE.UU, esta situación es extrema: los votos más golosos están en los estados atrasados del medio oeste, mientras que los más disputados se juegan en las ciudades de las costas. Ignoro si es el único país en que los políticos deben mimar tanto al rudo, directo y leal gañan para ganar las elecciones, pero lo que es seguro es que allí esta necesidad se da con mayor pujanza que en el resto del planeta. Es, así, la nación occidental, rica y supuestamente laica donde con más agudeza la ocultación de la ironía conduce al poder, y donde los ironistas resultan altamente sospechosos, pese a Rorty -la gente del espectáculo o los intelectuales, más que nadie. Esta podría ser la definición cabal de lo que hoy podría ser lo “post-paleto”, que decían por aquí.




120- (Hiyab en los institutos) Una polémica ya vieja que de Francia la importamos aquí. Personalmente me importa un bledo que la chica lleve un hueso humano en el moño si le apetece, porque se subestima el poder de seducción de nuestra cultura. El capitalismo estimula los apetitos aunque raras veces los satisfaga, pero temo que estamos hechos de tal manera que preferimos hasta tal punto una oportunidad entre mil de ser afortunados que nos importa poco la abrumadora posibilidad estadística de terminar entre los finalistas, en el mejor de los casos. Somos seres apostadores, como demostraron los del Berlín Este que votaron bloque occidental con los pies porque al otro lado había escaparates de concesionarios de coches. Luego la mayoría no tendrá ninguno de esos coches, natürlich, pero siguen teniendo los escaparates. Así mismo, la niña en cuestión seguirá con el hiyab puesto toda la vida si se lo prohibimos, y en cambio se lo quitará ella solita en tres meses si nos desentendemos de él. ¡Va ella, por mucha tradición y familia que tenga, a resistirse en solitario a las tentaciones de la moda, de la uniformidad juvenil y de ofertarse al otro sexo como carne fresca! ¿Para qué enrocarla en un orgullo de autodefensa que de nada la va a servir? Ganas de no ser prácticos es lo que hay...





121- (Recuerdos de pelo largo) La aristocracia griega lucía colgantes melenas y largas uñas: era la prueba visible de que no se dedicaban a ningún trabajo manual. Después, ha seguido siendo prerrogativa de los escritores, sires, lores y otros jetas, verdaderas o postizas, pues el pelo -antaño "cabello"- es hermosura, y si no que se lo digan a Sansón. El mismo Jesús de Nazaret es representado en la iconografía occidental (creo que no en la bizantina) como un hippie avant la lettre, y de ahí el estupendo musical. Hasta hoy. La gente se rasura como un marine cabezabote -jarhead- voluntariamente, lo cual es propio de esclavos porque homogeiniza los aspectos. Dicen que es porque están más cómodos. Mentira. Y lo saben. Es porque combina con el tatuaje, el piercing o lo que sea, dando como resultado un Vim Diesel -o como se escriba- con sunglasses, metrosexual o macho/machote. Por tanto desde aquí reivindicamos las greñas, que ningún hiyab o sombrero las tape, y que el viento las realce y encabrite. Y si te quedaste calvo, píntate al menos la cabeza como Coto Matamoros.





122- (Autobiografía de Isaac Asimov) El arte no es gran cosa: sólo algo imaginativo que hacen ciertos hombres para ganarse la vida entre los demás hombres. Ha costado mucho poder decir esto tan obvio. Antes se atribuía la labor de los artistas a las Musas, Dios, el Geist o quién sabe qué entidades numinosas. Pero la verdad es llana, y donde mejor se percibe es en las autobiografías -excepto en algunas como la de San Agustín, por ejemplo, que van de ultramundanas. En esta, Asimov sabe que no se pueden pedir peras al olmo de su vida, así que no hay motivo para mentir. Un hombre que, desde su origen humilde, y sabiéndose capacísimo -no es modesto; tampoco altanero- pero no un genio, convierte en su mayor aspiración establecer un récord histórico de publicaciones a su nombre. Seguramente lo consiguió, regalando a EE.UU. ser la patria del más célebre divulgador científico de todos los tiempos. Él mismo reconoce que sólo estuvo en el lugar adecuado en el momento adecuado con las cualidades adecuadas, asunción que es de agradecer cuando en este país nuestro muchos se encumbraron solamente porque no había nadie más parecido a él en tiempos de la Santa Transición. Se lee con mucho gusto siempre y cuando uno no le tenga miedo a las existencias tranquilas pespunteadas de algunos buenos chistes y problemas con editoriales, y admire en algo la obra. Hasta las últimas reflexiones acerca de la inminente muerte contienen su melancólica alegría -esta fue su tercera autobiografía, comenzada en el hospital, la parca ya acechando, los robots aguardando...




123- (Del natural) A las nueve y media de la mañana los aledaños de la calle Mayor y la calle misma, libre de coches, parecían Tombstone, ciudad fronteriza. En vez de remolinos de polvo pululaba algún que otro borracho extraviado. Nunca me entero de qué fiesta es la que toca hasta que ha llegado, dígaseme si eso no es la laicización completa de la vida de uno. La señora del balcón de enfrente expurga las flores de sus macetas. Hace bien: lo tiene bonito, quién cuida de una cosa podría cuidar de otras, es alguien de fiar en último término. Habla la gente del calurón que se nos viene encima también hoy, creo que no es por entablar conversación, sino que aún no han terminado de aceptarlo. Nunca luce a gusto de todos. Los sin-techo de la plaza San Miguel, sin embargo, están tan ufanos haciendo top-less: es su verano del amor. Eso les envalentona, y como el calor, según dicen, produce agresividad, terminarán por llevarse dos hostias de algún turista fornido celoso del honor de su hembra -el desafío bravucón les une, pero el plante en respuesta les separa. Aunque todos sabemos que a la postre no les convienen esos líos, o los dueños de las terrazas perderán la paciencia y la policía dejará de hacer la vista gorda para investirse de su papel mitológico de ángeles de espadas flamígeras a fin de expulsar a estos hijos ingratos de su Edén particular a ganarse el botellón con el sudor de su frente. No: hay un precio para la paz civil, morlocks y elois están destinados a convivir. Lo que Wells nunca imaginó es que los elois rompiesen el equilibrio por despiste o dejación permitiendo la proliferación de morlocks, cuya naturaleza es despojar ocasionalmente a los primeros, y no otra cosa es lo que lo que se está cociendo a fuego lento con el Cambio Climático…

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